Atasco.
Estrés. El navegador volviéndose loco. Llegar a tiempo al pase de prensa de El ladrón de palabras (diez de la
mañana, viernes 26 de octubre en el cine Verdi Park) parece misión imposible.
Tal vez por casualidad, acierto en un par de direcciones y me planto en un
garaje con el Renault Twingo protestando por las inclemencias de mis
volantazos.
No
me ponen reparos para entrar. Es la primera vez que voy al cine por la mañana,
sin pasar por taquilla y sin pedirme palomitas. En la sala, algunas compañeras
del máster de Periodismo Cultural y alrededor de treinta periodistas (tal vez
más que espectadores en el estreno). El ambiente es distendido. Muchos de los
presentes se conocen, han coincidido ya en unos cuantos pases como este y
conversan sin preocuparse de bajar la voz. En sus rostros abundan las gafas y
en sus manos las revistas. Un intermitente olor a menta sobrevuela las butacas.
La
película, en versión original subtitulada al castellano, comienza con una ligera
demora y sin publicidad. Al fin y al cabo, a los críticos no hay que
convencerles de que acudan al cine. El
ladrón de palabras tiene dos directores (Brian Klugman y Lee Sternthal) que
no parecen suficientes (o son demasiados) para que la compleja historia que
pretende contarse cuaje del todo. Sin embargo, el tema es interesante y los
actores le ponen profesionalidad, de modo que uno se deja atrapar sin
esfuerzos.
Un
escritor famoso narra en una conferencia la historia de otro escritor que
plagió al que sin duda hubiera sido el mejor de los tres, de no ser porque se
desengañó de la vida y decidió dedicarse a cuidar flores. El plagiador siente
una gran pasión por la escritura –al
menos por la suya – pero no consigue que
ninguna editorial se interese por su obra. Ante la amenaza de que su dulce vida
neoyorquina se resquebraje, copia letra por letra un manuscrito que halla su
esposa en París de manera casual y un tanto inverosímil. En esas palabras, el
plagiador cree encontrarse a sí mismo y las presenta como si fueran suyas a la
editorial en que trabaja, donde son bien acogidas. La novela se convierte en el
libro del año en Estados Unidos. Su no-autor es la revelación literaria de la
temporada, consiguiendo lo casi imposible: ser aclamado por crítica y público.
Pero
el sueño se rompe cuando aparece el verdadero autor, un anciano solitario que
en su día fue joven, se enamoró y estuvo en la Segunda Guerra Mundial, un poco
al estilo de Hemingway. Su guapísima novia le extravió la novela que había
escrito en las treguas del frente. El escritor siente que ha perdido algo más
importante que el amor y abandona a la chica. Lo más increíble de todo es que
la novela, engendrada entre cañonazos por un novato veinteañero y se supone que
no revisada por su autor ni por nadie, resulta brillantísima según los
misteriosos parámetros de la crítica estadounidense del siglo XXI.
El
argumento plantea un debate de la postmodernidad: ¿para qué crear algo nuevo,
lo que sin duda es imposible, si se puede aprovechar lo mucho que ya existe…?
Así como Borges inventó a un personaje que se dedica a copiar El Quijote para redescubrirlo, el protagonista
copia al entrañable abuelo cuyo genio literario ha quedado hundido entre los
escombros de una vida accidentada. Sin embargo, poco chicha tiene el debate
ético-cultural cuando asistimos a un plagio descarado. Al menos los autores
postmodernistas proponen una nueva mirada a lo mismo de siempre.
El
escritor fracasado opta por renunciar a uno mismo para triunfar siendo otro. Y,
a su vez, otro escritor se aprovecha de ello y escribe un libro que a lo mejor
le sirve para conquistar jovencitas. No, El
ladrón de palabras no me ha convencido, quizá porque trata temas serios sin
la suficiente seriedad, o quizá simplemente porque echaba de menos mis
palomitas y un horario más agradecido.
Cuando
termina la película, casi nadie se mueve de sus butacas. El final es ambiguo. Hay
que esperar a que terminen los créditos; es posible que aún nos den una
sorpresa. Pero no sucede nada. La pantalla ennegrece de súbito y las luces se
encienden. Caduca el refugio del cine: es el momento de volver al atasco y al
estrés.
No fui a verla pero...tal como la cuentas....que no voy a ir ehhhhh???:):)No,no me llama nadaaa la atención...tendré que mirar otra.Milll besitoss
ResponderEliminarJaja, tampoco es que sea una película tan mala. Pero sí tengo la impresión de que, desde el cine, suele tratarse el tema de la literatura de una forma muy superficial. La película que sí te recomiendo es Léolo, una obra maestra llena de poesía audiovisual.
ResponderEliminar¡Besos y abrazos!
Me gustan las criticas de cine porque dan una mirada antes de sacarle el jugo tú mismo, la verdad es que me interesaba esta, los actores me gustan y el tema me parecía interesante, supongo que iré a verla si tengo ocasión, y supongo que me dejará con la sensación de que a los ecritores les tratan siempre como a marginados que solo consiguen atención después de un best seller (que nunca es algo que te verifique que el libro es bueno)
ResponderEliminarUn besote mi cielo, ya tenía ganas de pasarme por aquí y dejar mi huella, que ha veces te leo pero no me da tiempo a nada más ^^ Besotes cielo mío!!!!
Ve a verla, a pesar de que la he criticado no deja de ser interesante, en especial para nosotros que disfrutamos de la escritura. Ya sabes que tu huella siempre encaja a la perfección en el blog, Irene.
ResponderEliminar¡Muchos besos!