martes, 29 de septiembre de 2015

Más narradores, más personajes: la evolución de mi nueva novela


En el artículo de hoy comparto un nuevo fragmento de la novela en que estoy trabajando. Al igual que en mi primera obra, Desconexión, el protagonista cuenta su historia en primera persona (si bien la estructura es más complicada, con numerosos flashbacks que pueblan la narración). Sin embargo, a medida que profundizaba en el pasado del personaje me pareció necesario introducir otras voces narrativas que aportaran una perspectiva diferente. Los párrafos que reproduzco a continuación pertenecen a un capítulo narrado por el padre del protagonista. También he creado una voz femenina que aparece en un capítulo posterior y que tiene todavía mayor importancia en la trama. De momento no voy a desvelarlo, ya que no quiero hacerme demasiados spoilers a mí mismo.  

Por otro parte, espero que Desconexión pueda tener una segunda vida gracias a la colaboración con Agencia Autores, con la que estoy a punto de firmar un contrato de representación. Confío en daros pronto noticias al respecto.


El cigarrillo quizá sea el último placer que descubra en esta vida. Placer insano, desde luego, lo sé mejor que nadie y eso no me ha impedido ganarme la vida vendiendo paquetes como este que reposa en la mesa de madera. Además parece que se me da bien lo de fumar, ya estoy aprendiendo a formar anillos casi perfectos con el humo. Desde que empecé noto que estornudo y me canso más que antaño, como no para de recordarme mi mujer. Subo por el ascensor en vez de usar la escalera como he hecho toda la vida: otro síntoma más. Pero era cuestión de tiempo que sucediera. El tabaco solo acelera un poco (¿meses, años?) el irreversible proceso de envejecimiento de un hombre que ha cumplido 65 años. Bueno, el otro día leí un artículo en el periódico en el que unos científicos explicaban su investigación sobre cómo retrasar la vejez. A largo plazo aseguran que no solo nos conservaremos mejor y por más tiempo, sino que podremos detener el envejecimiento e incluso revertirlo, volver a ser jóvenes cuando ya habíamos dejado muy atrás esta etapa de la vida. Por supuesto, no creo que mi hijo ni sus hijos lleguen a ver tal cosa, pero podría ser un buen argumento para una novela. Qué harías si pudieras vivir tu vida una segunda vez.

Yo sospecho que cambiaría casi todo, pero en mi apreciación imagino que influye el ya haber experimentado mi propia existencia. Es decir, supongo que nadie optaría por repetir su vida, incluso si se siente muy ufano de lo que ha conseguido en ella. Cualquiera tomaría otras elecciones, aunque solo fuera para comprobar que ocurría. El astrónomo querría ver qué tal se le dan las ciencias jurídicas y el profesor de inglés tal vez se dedicara a la entomología. Sin embargo, para ser honestos, yo no me siento especialmente orgullo (ni tampoco lo contrario) de lo que he hecho a lo largo de esta vida que, a falta de milagros rejuvenecedores, empiezo a ver como un maratón hacia la muerte, sin excesivas ilusiones o expectativas que entretengan mis últimos años.

Lo reconozco, al principio abominaba la jubilación. Dejar el estanco era como despedirse de un hijo, pese a que hubiera motivos de sobra para hacerlo, desde nuestra propia manera anticuada e ineficiente de trabajar hasta el dinero que hemos obtenido al traspasar la licencia, que nos permitirá vivir desahogados por bastante tiempo. Pero jubilarse era como morir un poco, envejecer años en un segundo; convertirse en una carga para la sociedad que no dejaría de aumentar con los años. La simple idea de cobrar una pensión por no hacer nada, aunque sea un derecho consabido y bien ganado, resultaba chocante en carne propia para alguien acostumbrado a dedicar tanto tiempo y energías al trabajo. Por más que viera que la decadencia del negocio – obvio reflejo de la nuestra – no tenía marcha atrás, uno siempre cree que puede continuar un poco, dos años tal vez, que aún no es tan mayor como para jubilarse definitivamente. Porque dejas de trabajar de golpe, para siempre, mientras que la decadencia, a menos que se sufra una enfermedad grave, es lenta y progresiva y, por tanto, cuesta determinar cuándo ha llegado a un nivel (¿qué nivel?) que justifica el cese de toda actividad profesional.

Los primeros meses han sido duros. Cuesta acostumbrarse a abandonar las rutinas que has mantenido durante cuarenta años con escasas variaciones. Pero ahora empiezo a verlo de otra manera, empiezo a darme cuenta de lo aburrida que era esa rutina de facturas y clientes y, en general, el trabajo de estanquero que había heredado de mi padre. Si pudiera retornar a la juventud, no solo cambiaría mis elecciones esenciales por mera curiosidad sino porque creo que las tomé con demasiada mesura y corrección, pensando más en cómo reaccionaría la familia que en mis verdaderos deseos, los cuales, en verdad, nunca llegué a descubrir. Hacer siempre lo correcto es una de las peores formas de equivocarse. Con un deje de amargura me doy cuenta ahora, cuando pocas decisiones esenciales puedo tomar ya, de que ese ha sido el gran error de mi vida.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Algunas reflexiones en frío sobre mi novela "Desconexión"



No sé en qué instante se me ocurrió plantear en una novela el siguiente ¿distópico? escenario: la desaparición de Internet en todo el mundo. Sospecho que en unos de esos momentos en que la conexión se evapora o enlentece justo cuando la necesitas con mayor apremio. Una serie de preguntas se encadenaron en mi mente. Si se prolongase el apagón, ¿qué reacciones se sucederían? ¿Podríamos acostumbrarnos a una regresión tecnológica? 

Encontré el tema muy dado a la polarización, con previsibles radicales por ambos bandos. Nostálgicos de la era analógica, analfabetos digitales y hombres que han perdido sus empleos porque las máquinas los han reemplazado incluso celebrarían la desconexión, una vez se controlaran sus consecuencias más drásticas. Otros, en cambio, tendrían enormes dificultades para adaptarse, en especial los nativos digitales que no conocen otro mundo que este regido por Google.

Decidí darle el protagonismo de mi novela Desconexión a un adicto a la Red que, sin llegar al aislamiento total de los hikikomori nipones, sufre verdaderas dificultades para relacionarse fuera de las pantallas. Con Julian Assange y Edward Snowden como referentes, el personaje principal no se resignará a la desconexión y responsabilizará de ella a la clase política y a los medios tradicionales, a quienes no parece disgustar en exceso la vuelta al modelo caduco de comunicación unidireccional. Cabe una objeción: Internet puede servir tanto para vigilar y someter a la población como para alentar sublevaciones contra el poder establecido. El libro no pretende convertirse en un panegírico a favor o en contra de la tecnología; si acaso, en un punto de partida para reflexionar sobre la manera en que la usamos, algo que inevitablemente marcará nuestro futuro como sociedad. 

A veces me preguntan si me identifico con Ricardo Expósito, protagonista y narrador de la novela. Y siempre respondo que no, para nada, cómo se te pudo ocurrir tal cosa. Primero porque me considero un poco más simpático y sociable que el bueno de Ricardo, que trata de camuflar su soledad con las cifras de seguidores siempre crecientes de sus perfiles en redes sociales. Segundo y principal, porque no me veo como un adicto a Internet. Al contrario, me gusta desconectar voluntariamente, apagar el móvil a ratos (por ejemplo cuando escribo) e ignorar los mensajes del whatsapp. Sin embargo, confieso que me han sorprendido mis propias reacciones cuando la Red ha dejado de funcionar en mal momento: ansiedad, frustración, malhumor. Después se me pasa, cojo un libro, doy un paseo, pero por unos segundos siento la desazón indescriptible de Ricardo al comprobar una y otra vez en su smartphone que el flujo del maná del siglo XXI permanece cortado. Así que sí, me identifico con el protagonista más de lo que suelo reconocer. Espero que lo mismo le ocurra al lector, aunque no se acerque a su nivel de obsesión digital.

La historia, de todos modos, no gira solamente en torno a la misteriosa desconexión. En realidad todo pivota en la tortuosa mente del protagonista, que en pocos meses experimentará una enorme evolución personal. Obligado a renunciar a su proyecto de convertirse en un empresario de Internet, descubrirá un mundo ahí fuera (y también dentro, en la biblioteca de su casa) que hasta ahora se había obstinado en ignorar. Ricardo empezará a leer de forma compulsiva e, incluso, intentará escribir su propia novela, hasta darse cuenta de que lo mejor que puede hacer es contar su propia historia. El argumento quedará suspendido de tanto en tanto por las reflexiones del narrador acerca de la escritura y las implicaciones de su inevitable subjetividad. En resumen, cómo contarse a uno mismo sin dejar de ser uno mismo, sin engañarse y sin engañar al lector, o quizá engañándolo por su propio bien, con un fin superior...     

Como yo no quiero engañar al lector, debo confesar que envié Desconexión a varias editoriales, agencias y concursos, consiguiendo como mayores logros una mención de finalista en un certamen que no garantizaba su publicación y, recientemente, la propuesta de la Agencia Autores de incorporarme a su catálogo de escritores (de la que os informaba en la anterior entrada). Lejos de deprimirme, el silencio de las editoriales me ha llevado a explorar el universo literario de Amazon, que ya había indagado en este reportaje

Cada vez son más los autores que se lanzan a publicar por su cuenta, tanto en formato digital como en papel. El coste es nulo o casi nulo, al menos en Amazon, y el mercado, teóricamente, infinito. Pero el autor tendrá que pluriemplearse: autocorregirse o pedir a otros que le ayuden, cuidar los detalles de la edición, encargarse del marketing… una labor exigente si se afronta en serio y que, por lo general, no ofrece grandes réditos económicos, pero que, bien ejecutada, al menos da al libro la opción de destacarse entre los cientos de ejemplares nuevos que se publican cada día. En mi caso no ha funcionado mal, ya que he logrado situar el libro entre los más descargados durante varios días. Después el criterio de los lectores dictará sentencia. Por si acaso, ya estoy trabajando en mi segunda novela...