jueves, 23 de julio de 2015

¡Nueva revelación de mi novela en ciernes!

 
 
Hoy quiero compartir un segundo fragmento de la novela en que estoy trabajando. Después de desvelar los primeros párrafos, centrados en el mundo onírico del protagonista, ahora os lo muestro en pleno ejercicio de su profesión. En esta fase de la historia el personaje trabaja como reportero para Telemadrid y cubre una manifestación que tuvo lugar el 20 de junio del 2005. En ella se pedía, en nombre de la familia tradicional, la retirada de la ley del matrimonio homosexual del gobierno socialista de Rodríguez Zapatero, que permitía casarse a personas del mismo sexo. ¿Soy el único al que le parece que en diez años han cambiado tantas cosas...?  
 
           Llevo tres meses trabajando en Telemadrid, tiempo de sobra para comprobar hasta qué punto la orientación ideológica del partido que gobierna la comunidad autónoma marca la agenda del medio. Es algo que ya me había advertido la persona que me recomendó, un compañero de la Facultad gracias al cual conseguí que me entrevistaran y, a la postre, contrataran. En más de una ocasión me he llevado sorpresas desagradables al ver cómo recortaban mis grabaciones en el informativo por considerar que daba excesivo espacio a opiniones que no agradaban a la dirección general, compuesta por gente muy afín al Partido Popular. No me agrada que anulen mis esfuerzos por informar de manera ecuánime, pero estoy dispuesto a asumir ese precio con tal de abrirme hueco en el competitivo mundo de la televisión. Hoy les ahorraré el trabajo de suprimir nada asegurándome de que solo aparezcan reflejados los puntos de vista favorables a la manifestación. Salvo que a última hora suceda alguna verdadera catástrofe, no tengo dudas de que abrirán el informativo del mediodía con esta información. He de aprovechar la oportunidad.   
  
             Sergio y yo llegamos a las cuatro de la tarde a la plaza Cibeles. El operador de cámara me cae bien porque hace todo lo que le digo sin discutir y con bastante eficiencia. Es aún más joven que yo, bajito, pálido, tímido. Le han hecho un contrato de becario para los meses de verano y lo llaman a cualquier hora. A veces me olvido de su condición humana y creo que la cámara atiende directamente mis órdenes. Pero  agradezco su presencia. Para cubrir otras historias de menos relevancia no he contado con ayuda de nadie, teniendo que grabar y editar las imágenes yo mismo. Esta vez podré centrarme en controlar las operaciones y en cautivar al telespectador. La definición de mi sentimiento fluctúa entre un comandante que examina el frente justo antes de lanzar su ofensiva y un actor preparándose en los camerinos para ofrecer su mejor interpretación.

Hace un calor de espanto multiplicado por la acumulación de cuerpos, banderas, globos, enseñas y pancartas (en especial una inmensa, en letras rojas mayúsculas: “LA FAMILIA SÍ IMPORTA”). Joder, tendríamos que haber llegado antes. Ahora va a costar organizarse en medio del caos. Trato de radiografiar la manifestación. Ancianos y niños por todas partes, poco vendibles en antena. A las monjas hay que sacarlas, eso sí. Las veo a las faldas del Palacio de Comunicaciones con sus vestidos inmemoriales, abanicándose la cara con una mano y sujetando banderitas con la otra.

En cuanto a las banderas mejor centrémonos en la española y la madrileña, sin mostrar las de otras comunidades. Aunque sí mencionaremos que han venido personas procedentes de todo el territorio nacional para defender el concepto tradicional de familia, hoy amenazado por las políticas progres de los socialistas. Quizá convenga entrevistar a un andaluz o un canario para que se aprecie claramente la transversalidad de la protesta. Por supuesto, será imprescindible conseguir unas palabras de los barones del partido que han anunciado su asistencia, pero a estas horas aún deben de andar tomándose el café.

Intentamos avanzar rodeando a la marabunta por un lateral, pero la plaza está abarrotada. Doy por hecho que los convocantes hablarán de más de un millón de personas, sea cierto o no, y su punto de vista habrá de predominar. El ruido me ensordece y las proclamas se mezclan como el choque de dos tambores en mi oído: “Zapatero, se te ve el plumero”, “Cómo se nota que el niño no vota”, “No al desmadre, queremos padre y madre”, algunos de los más repetidos. También “Viva España” y “Viva el Papa”. Me abro paso a empujones gritando que soy de Telemadrid. Algunos rostros se giran, algunos cuerpos se apartan pero la mayoría ni siquiera me oye. Le pido a Sergio que no se quede atrás, le cuesta seguirme con el equipo de grabación a cuestas. Tenemos que obtener un buen plano de la pancarta gigante y de los manifestantes. Nos acercaremos a los más pintorescos para sacarles alguna declaración mientras esperamos la llegada de las autoridades.

Un grupo numeroso enarbola la fotografía de un niño (o más bien la enorme cabeza de un niño, casi un bebé) a punto de llorar, con un globo de cómic que le hace decir: “ZP, quiero una mamá y un papá”. Qué triste ser niño y que todo el mundo se arrogue el derecho a hablar en tu nombre antes de que hayas aprendido una sola palabra. Da igual, seguro que la imagen enternecerá a la audiencia. Tiene que salir. Logramos abrir un pequeño hueco para que Sergio clave la cámara. Vamos a grabar aquí, que se note que nos hemos metido en medio del jaleo. “Telemadrid, Telemadrid. Por favor, dejen espacio a los profesionales”.

jueves, 9 de julio de 2015

Así empieza mi nueva novela: "La duermevela"

 
 
Hoy quiero compartir con vosotros el inicio de la novela en que estoy trabajando, provisionalmente bautizada como La duermevela. El narrador y protagonista de la historia tiene una relación compleja y contradictoria con el mundo onírico, como aquí ya se empezará a vislumbrar. Más adelanté publicaré páginas en las que describe momentos de su actividad profesional (la periodística). No he corregido nada y seguro que se habrán colado errores. Pero decidme, ¿os parece un arranque seductor? ¿Os gusta el título? 
 
 
Conozco esta cama tan bien como mi cuerpo. Mide ochenta centímetros de ancho por 180 de largo. Si me estiro, mis pies exceden sus límites que anteceden el vacío por el que me gustaría precipitarme. Las sábanas azules componen unos dibujos cursis de flores geométricas.
Es la cama que he utilizado la mayor parte de mi vida. Contra mi voluntad, he retornado a su suave frialdad y a sus angustiosos recuerdos. He encendido la lámpara de la mesilla de noche, cuya luz blanquecina detesto, he cogido el móvil y he mirado la hora: las dos menos cuarto. ¿Por qué lo he hecho, si mañana no tengo ninguna obligación de levantarme temprano o de levantarme siquiera?
Me he acostado hace cincuenta minutos pero no estoy seguro de si me he despertado o aún no me he dormido. En cualquier caso he sentido un sobresalto súbito. Mis sueños o mis pensamientos, conducidos por insaciables neuronas que abren túneles y excavan agujeros dentro de mí, han colisionado en algún punto oscuro provocando la sacudida de mi conciencia.
Me sorprende que no haya pasado ni una hora. Lo que pensaba o soñaba era de todo punto absurdo. Iba caminando descalzo por un jardín que, como una isla devorada por la tempestad, se empequeñecía bajo las fauces de un desierto que abarcaba el horizonte. Dondequiera que mirara, veía polvo y arena introduciéndose en mis ojos, en mis orejas, en mi boca. Y ese polvo y ese arena me levantaban por los aires, pero no de manera gloriosa y épica sino terrible, pues la ascensión solo servía para comprobar la pequeñez menguante del jardín en que me hallaba y lo inhóspito del paraje que lo rodeaba; cómo las acacias empujaban a los manzanos y a los cerezos, que caían cándidos bajo su mortal abrazo. Pero unos metros más allá las acacias se desplomaban a los pies de las dunas y no quedaba nada, ni un arbusto ni un hierbajo con ansias de crecer en la superficie inabarcable del desierto. Un vendaval arrancaba los jirones que mal cubrían mi cuerpo y me arrojaba fuera de los confines del jardín, que ya había desaparecido de mis ojos. Caía, caía, caía, pero sin terminar de caer…
Entonces desperté. Supongo que era un sueño, aunque muy breve. No me siento capaz de imaginar una escena así de manera consciente. En los sueños, en cambio, no hay nada que no pueda suceder. En mi adolescencia y primera juventud, cuando aún dormía en esta misma cama, antes de que empezase a estudiar Periodismo en la Facultad de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, había llegado a experimentar en algunas ocasiones un sorprendente control de mis sueños. Cualquier deseo que ardía en mi mente se manifestaba en forma onírica. Si me apetecía volar, de inmediato alzaba el vuelo y veía los edificios de Zaragoza (u otras ciudades imaginarias) a mis pies; si quería que un objeto, animal o persona apareciera ante mis ojos, no podía resistirse a la fuerza de mi voluntad.
No conozco una sensación más próxima a la divinidad. He mantenido tórridos romances con actrices hollywoodienses y modelos brasileñas; he experimentado con mis parejas toda clase de prácticas sexuales que nunca me habría atrevido a proponerles. Mis mejores besos no han tenido como escenario unos labios humanos; mis viajes más embriagadores no han quedado confinados a los continentes del planeta. He hollado un sinfín de cuerpos y paisajes que existen solo en mi mente, por un breve espacio de tiempo, antes de disolverse en la bruma del despertar. La confusión que sigue entonces, cuando me veo atrapado en la cama, solo o en compañía menos deseable, no tarda en convertirse en amarga decepción.
Pero ya hace unos cuantos años que perdí las capacidades propias de un onironauta.