La
mente golpea como un martillo con sus pensamientos indeseados. Acumula bilis durante
el día para volcarla en el momento del descanso. Ideas estériles, mantras
repetitivos que giran una y otra vez sobre lo mismo, sobre nada, impidiéndote
conciliar el sueño.
Sueñas
con dormir. Lo deseas con toda tu voluntad. Pero el cerebro, ese ente extraño
en tu cabeza que parece separado de ti, no lo permite. Sus neuronas se niegan a
desconectarse. Insisten en alterar el flujo de tus latidos, en desequilibrar el
ritmo de tu respiración. Tratas de concentrarte en ella, pero lo impide una
fuerza superior a ti. Saltas de una cosa a otra en un terremoto silencioso que
se alarga durante horas. De nada sirve probar todas las posturas, darle la
vuelta a la almohada o a ti mismo, levantarte al baño o a la cocina, tratar de
despejarte. Los bostezos solo incrementan tu ludibrio.
¿Por
qué no puedes dormir? Para muchos es tan sencillo como cerrar los ojos y dejar
que las sábanas acaricien su cuerpo. Para ti se ha convertido en el calvario de
cada noche. No hay remedio que alivie tu problema. Retrasas la hora de
acostarte con la ilusión de sofocar el drama: solo es un engaño. Esperar a la
madrugada reafirma tu miedo. El fantasma del insomnio acecha durante el día y
aparece puntual en el instante preciso.
Pierdes
la noción del tiempo hasta que los rayos del sol revelan la llegada del
amanecer. Otra noche en blanco; en realidad muy negra, cementerio de
pensamientos fútiles. Te aguarda otra jornada donde tu atención se verá
disminuida, el trabajo resultará abrumador y el placer inalcanzable. Pero lo
peor será el retorno de la noche, la nueva y desigual batalla con tu
mente.