viernes, 2 de octubre de 2020

2020

 



El año que desterró la alegría de los rostros,

celebrándose en cuarentena

la fiesta de los necios.

El año en que se condenó a los jóvenes

como verdugos del futuro,

y se volvieron insensatos los abrazos,

encuentros y romances.

 

Cuando se enquistaron los odios sumergidos

y los cráneos se hundieron buscando amaneceres.

Cuando señalaron por la ventana a niños tristes

y agredieron a hombres sin máscara

que paseaban por la calle.

 

Las palabras se convirtieron en ladridos,

las miradas en balas,

los bares en infiernos verdes,

las plazas en testigos mudos.

 

El miedo se tornó ley,

el amigo en conocido

y en hostil el extraño.

 

Este año que podría durar un siglo,

cuyos días rebotan mórbidos

en la garganta de la noche.

Este año que no termina nunca…

 

¡Maldito 2020!

Ojalá se derrame en el olvido

como una pesadilla leve.


viernes, 4 de septiembre de 2020

Muerte

 

 



Acabamos de nacer y sin saberlo

somos ya esclavos de por vida.

Prisioneros de nuestros genes,

de nuestro hogar,

de la nación cuyas miserias

heredamos sin culpa y sin remedio.

 

Nuestra existencia es una desigual batalla contra las cadenas

que nos atan al cementerio de la historia.

A las promesas del trabajo

o las nieblas del amor

sucumbimos en vano.

 

La única verdad se halla en la muerte,

que concede sin falta a su palabra

la tan ansiada paz del cuerpo y del espíritu.

viernes, 21 de agosto de 2020

Olvido

 



Ya no leo mi alma a través de tus ojos;

nunca más llenaré en tu piel

el vacío de mi cuerpo.

 

Replico en vano el crepitar de tus caricias

y el laberinto de tus senos.

Me atraganto con el perfume de tu olvido.

Acaricio tus muslos deshechos en el aire,

disueltos en la noche,

mientras la rosa extinta del deseo

anida en la tumba del pasado.

 

He olvidado tus gestos,

he olvidado tu voz,

he olvidado tu rostro.

Ya ni en mis recuerdos existes,

mas todavía lates en mis versos.

sábado, 25 de abril de 2020

Sobre el coronavirus y la suspensión de nuestras libertades


A raíz de la crisis del coronavirus, se ha creado una falsa dicotomía entre salud y economía, a veces sugiriendo que la derecha pone por encima la economía y que la izquierda se preocupa más de la salud de los ciudadanos. Esto tal vez sea así en el caso de algunos políticos del Partido Republicano en Estados Unidos, pero no creo que sea el quid de la cuestión. Presupongo que ninguna ideología defiende la muerte ni la pobreza como seña de identidad, aunque ciertamente hay políticas que nos acercan más al abismo que otras. Sin embargo, hay un tercer factor al que hemos renunciado de forma acrítica: la libertad, que a mí me parece más relevante que la caída del Producto Interior Bruto y tan importante como la propia vida (pues esta, sin libertad, se convierte en mero simulacro y pierde gran parte de su valor). 

Hay que salvar el mayor número de vidas, comprometiendo lo menos posible la economía. En eso coincidimos todos. Pero nadie habla de recuperar nuestras libertades, enormemente menoscabadas a día de hoy, como si esta cuestión esencial no tuviera trascendencia. Al menos a mí me llama la atención que hayamos renunciado a casi todo, hasta no se sabe cuándo y sin siquiera planteárnoslo. Incluso hay quien defiende alargar este confinamiento estricto durante varios meses más (algo que no va a suceder ni siquiera en España, donde están siendo más timoratos que en cualquier otro país de nuestro entorno a la hora de planificar la desescalada).

Es evidente que no vamos a seguir encerrados por culpa de este virus hasta que aparezca una vacuna testada eficazmente (al parecer puede tardar más de un año, si es que llega). Tampoco creo razonable mantener la cuarentena hasta que no tengamos ni un solo caso. Más pronto que tarde, habrá que aprender a coexistir con el coronavirus, igual que lo hacemos con otras muchas causas de mortalidad, incluso a diario.

La seguridad absoluta no existe. Es inútil aspirar a ella, y tampoco vale la pena que sacrifiquemos la libertad en aras de una seguridad total que, de todos modos, nunca alcanzaremos. Como ciudadanos, es nuestra obligación mantenernos vigilantes en vez de aceptar sin más todo lo que se nos impone en aras del “bien común”.

¿Tan alto es el grado de anestesia en el que nos hallamos? ¿Tan poco necesitamos el aire libre y el contacto humano, mientras tengamos suficiente evasión en los domicilios donde nos han encerrado a la fuerza?

Dicen que el mundo no volverá a ser como antes. No es que tuviera idealizada la situación antes de la pandemia. En muchos aspectos, el mundo era un desastre antes y lo seguirá siendo después, con el agravante de los fallecidos y del empeoramiento en las condiciones de vida que sufrirá parte de la sociedad. Pero un futuro donde las personas vivan aisladas, con más miedo y menos libertades, sin atreverse a mostrar su afecto, a trabar nuevas relaciones o a vivir en plenitud por temor al contagio, me resulta infinitamente más aterrador que el coronavirus.  

domingo, 23 de febrero de 2020

Cariño




Dices que siempre me tendrás cariño.
Siempre: qué palabra tan excesiva.
También dijiste que me amarías siempre,
que querías envejecer a mi lado
y tantas otras cosas.

Pero, admitámoslo,
el cariño puede durar más que el amor.
Tal vez sí puedas guardarme cariño
en lo que me reste de vida.

Cariño.
Como yo se lo tengo a algunos objetos,
o a las plantas que no he sabido cuidar
y que han muerto en silencio.
Como se lo tengo a animales que ya fallecieron
y que iluminaron mi existencia con sus breves correrías.

Tu cariño me duele como el látigo del tiempo.
Tus palabras amables de ahora
alteran tus apasionadas muestras de amor del pasado.
Las vuelven irreales,
como un sueño bonito
del que tardé demasiado en despertar.

Por eso, a veces, te pido que me olvides.
Mas lo hago con poca convicción,
porque olvido también es una palabra excesiva.

domingo, 9 de febrero de 2020

Desamor


El tiempo que pasamos juntos no fluye con la ligereza de antaño. Crecen los silencios, ya no cómplices sino arduos; más fríos que íntimos. No se fusionan nuestras mentes ni nuestros cuerpos. Los reproches han sustituido a las bromas, a las canciones y bailes ridículos que tanta risa nos provocaban. Incluso las caricias se han vuelto tenues, como si nuestras manos supieran que cada contacto puede ser el último, y que más vale ir haciendo hueco a la soledad. 

Dices que me quieres, pero hay un pero en tu voz y una duda en tus ojos. Ya no fantaseas con un futuro grandioso y pequeño, donde solo cabíamos tú y yo. Piensas alternativas, reescribes tus deseos para que los míos no se interpongan en tu camino.

Sé que no he estado a la altura de tus expectativas. Si te sirve de consuelo, también yo me he decepcionado. Quizá te haya perdido por no saber encontrarme. No puedo culpar a la mala fortuna, cuando yo mismo he ido llamando al desastre con ecos que al principio parecían inaudibles, y que impregnaron mi ánimo de desesperanza. Atrapado en la inacción, incapaz de dar un paso sin trastabillar, me he hundido en la ruina de mis dudas.   

Saber que te quiero, o incluso que tú me quieres, no lo hace más fácil sino más doloroso. Los latidos de mi corazón menguan en su propio laberinto. La capacidad de sentir se ha convertido en un lastre, en un reactor de angustia que combustiona el día a día, que modifica la hora de los relojes para detenerla en un punto al que ya no regresarán. No puedo volver al minuto en que fui feliz, ni puedo avanzar una sola fecha en el calendario de mis sentimientos. Me he congelado en un charco de lágrimas, aquellas que derramamos en nuestros últimos encuentros, aquellas que revelan que, incluso al abrazarnos, nos hacemos daño. 

Y, pese a ello, veo mi vida rodeada de tu ausencia, y es la isla más triste que alcanzo a imaginar. Una isla tan solitaria que podría hundirse discreta en el océano, como la mano temblorosa de un niño que persigue una estrella en la noche más oscura.  

miércoles, 22 de enero de 2020

Insomnio


La mente golpea como un martillo con sus pensamientos indeseados. Acumula bilis durante el día para volcarla en el momento del descanso. Ideas estériles, mantras repetitivos que giran una y otra vez sobre lo mismo, sobre nada, impidiéndote conciliar el sueño.  

Sueñas con dormir. Lo deseas con toda tu voluntad. Pero el cerebro, ese ente extraño en tu cabeza que parece separado de ti, no lo permite. Sus neuronas se niegan a desconectarse. Insisten en alterar el flujo de tus latidos, en desequilibrar el ritmo de tu respiración. Tratas de concentrarte en ella, pero lo impide una fuerza superior a ti. Saltas de una cosa a otra en un terremoto silencioso que se alarga durante horas. De nada sirve probar todas las posturas, darle la vuelta a la almohada o a ti mismo, levantarte al baño o a la cocina, tratar de despejarte. Los bostezos solo incrementan tu ludibrio. 


¿Por qué no puedes dormir? Para muchos es tan sencillo como cerrar los ojos y dejar que las sábanas acaricien su cuerpo. Para ti se ha convertido en el calvario de cada noche. No hay remedio que alivie tu problema. Retrasas la hora de acostarte con la ilusión de sofocar el drama: solo es un engaño. Esperar a la madrugada reafirma tu miedo. El fantasma del insomnio acecha durante el día y aparece puntual en el instante preciso.

Pierdes la noción del tiempo hasta que los rayos del sol revelan la llegada del amanecer. Otra noche en blanco; en realidad muy negra, cementerio de pensamientos fútiles. Te aguarda otra jornada donde tu atención se verá disminuida, el trabajo resultará abrumador y el placer inalcanzable. Pero lo peor será el retorno de la noche, la nueva y desigual batalla con tu mente.