Acabamos de nacer y sin saberlo
somos ya esclavos de por vida.
Prisioneros de nuestros genes,
de nuestro hogar,
de la nación cuyas miserias
heredamos sin culpa y sin
remedio.
Nuestra existencia es una desigual
batalla contra las cadenas
que nos atan al cementerio de la historia.
A las promesas del trabajo
o las nieblas del amor
sucumbimos en vano.
La única verdad se halla en
la muerte,
que concede sin falta a su
palabra
la tan ansiada paz del cuerpo y
del espíritu.