domingo, 23 de febrero de 2020

Cariño




Dices que siempre me tendrás cariño.
Siempre: qué palabra tan excesiva.
También dijiste que me amarías siempre,
que querías envejecer a mi lado
y tantas otras cosas.

Pero, admitámoslo,
el cariño puede durar más que el amor.
Tal vez sí puedas guardarme cariño
en lo que me reste de vida.

Cariño.
Como yo se lo tengo a algunos objetos,
o a las plantas que no he sabido cuidar
y que han muerto en silencio.
Como se lo tengo a animales que ya fallecieron
y que iluminaron mi existencia con sus breves correrías.

Tu cariño me duele como el látigo del tiempo.
Tus palabras amables de ahora
alteran tus apasionadas muestras de amor del pasado.
Las vuelven irreales,
como un sueño bonito
del que tardé demasiado en despertar.

Por eso, a veces, te pido que me olvides.
Mas lo hago con poca convicción,
porque olvido también es una palabra excesiva.

domingo, 9 de febrero de 2020

Desamor


El tiempo que pasamos juntos no fluye con la ligereza de antaño. Crecen los silencios, ya no cómplices sino arduos; más fríos que íntimos. No se fusionan nuestras mentes ni nuestros cuerpos. Los reproches han sustituido a las bromas, a las canciones y bailes ridículos que tanta risa nos provocaban. Incluso las caricias se han vuelto tenues, como si nuestras manos supieran que cada contacto puede ser el último, y que más vale ir haciendo hueco a la soledad. 

Dices que me quieres, pero hay un pero en tu voz y una duda en tus ojos. Ya no fantaseas con un futuro grandioso y pequeño, donde solo cabíamos tú y yo. Piensas alternativas, reescribes tus deseos para que los míos no se interpongan en tu camino.

Sé que no he estado a la altura de tus expectativas. Si te sirve de consuelo, también yo me he decepcionado. Quizá te haya perdido por no saber encontrarme. No puedo culpar a la mala fortuna, cuando yo mismo he ido llamando al desastre con ecos que al principio parecían inaudibles, y que impregnaron mi ánimo de desesperanza. Atrapado en la inacción, incapaz de dar un paso sin trastabillar, me he hundido en la ruina de mis dudas.   

Saber que te quiero, o incluso que tú me quieres, no lo hace más fácil sino más doloroso. Los latidos de mi corazón menguan en su propio laberinto. La capacidad de sentir se ha convertido en un lastre, en un reactor de angustia que combustiona el día a día, que modifica la hora de los relojes para detenerla en un punto al que ya no regresarán. No puedo volver al minuto en que fui feliz, ni puedo avanzar una sola fecha en el calendario de mis sentimientos. Me he congelado en un charco de lágrimas, aquellas que derramamos en nuestros últimos encuentros, aquellas que revelan que, incluso al abrazarnos, nos hacemos daño. 

Y, pese a ello, veo mi vida rodeada de tu ausencia, y es la isla más triste que alcanzo a imaginar. Una isla tan solitaria que podría hundirse discreta en el océano, como la mano temblorosa de un niño que persigue una estrella en la noche más oscura.