jueves, 31 de marzo de 2011

Así sigue mi novela

Sin prestar atención a la voz del locutor, se levantó del asiento para apagar la radio y volvió a sentarse, cubriéndose con la manta que Ramírez le había enfundado. Al cabo de unos minutos – y ya con las pulsaciones normalizadas –, él mismo agarró las tijeras y empezó a cortar con decisión. Por fortuna el peluquero había completado la mayor parte del trabajo, de modo que Bruno solo tuvo que pulir un poco las zonas más irregulares. Cuando se dio por satisfecho se peinó, trazando con precisión la raya simétrica en el lado derecho, y salió de allí con paso firme, pensando que al menos el incidente le había ahorrado unos euros.

Se dirigió entonces a su casa, muy próxima a la peluquería que tal vez nunca volvería a pisar. La tarde era gris y ventosa; el sol prefería ocuparse de otros confines y dejaba que las nubes gobernaran la ciudad a su aire. Observó la calle más ajetreada y concurrida de lo usual, con transeúntes que avanzaban deprisa (cuando no corriendo) y conductores que pulsaban, furibundos, sus cláxones, pero tampoco reparó demasiado en ellos. Cruzó el paso de peatones y llamó al timbre de su bloque. Después, sin esperar respuesta, abrió la puerta con la llave.

Bruno subió por las escaleras hasta el sexto piso, ignorando el ascensor que regalaba su inhospitalidad mediante el botón amarillo. Encontró ya abierta la puerta de su casa, al fin una señal de amabilidad. Su mujer lo saludó y fijó enseguida la vista en el peinado, agriando sus ojos grises durante el juicio.

-No me gusta mucho cómo te ha dejado el pelo hoy. Es como si se hubiera quedado a medias.

-Ramírez se está haciendo mayor —repuso Bruno, irritado—. Se descentra por cualquier tontería. He decidido que voy a cambiar de peluquero.

Miriam enarcó las cejas. Era rarísimo que su marido cambiara una costumbre tan asentada. Casi tan raro como las noticias del día.

-¿Por qué no estás viendo la televisión? —preguntó Bruno mientras se despojaba del jersey—. ¿Ha ocurrido algo extraño?

-No, nada en especial. No me interesaba ningún programa.

-Me alegro. Hoy en día todos los programas son basura. Claro que, como los demás desperdicios, son inevitables. Ya no se salvan ni los informativos. Yo solo creo en las noticias que yo mismo compruebo.

Miriam apartó los ojos de su esposo y un leve temblor le recorrió los labios. Era una mujer todavía joven, pero en su rostro se dibujaba cierto cansancio, como si un rictus de preocupación se le hubiera impreso para siempre en las facciones.

-¿Y si fuera yo quien te diera la información?

-¿Qué? ¿Si fueras…? Bueno, supongo que de ti puedo fiarme. ¿Es que quieres informarme de algo?

-No, nada en especial.

Bruno se fijó un poco más en su mujer. Tenía un aspecto lívido, casi fantasmal. El moño en que recogía su pelo parecía a punto de fragmentarse en mil unidades dispersas. Asemejaba a un niño recién recuperado de un susto terrible.

-Bien, si no tienes nada que decirme voy al despacho. Tengo trabajo que hacer.

sábado, 26 de marzo de 2011

Así empieza mi novela

Bruno Bernal disfrutaba, sereno y plácido, de la caricia de las tijeras sobre su cabello. Su peluquero de toda la vida, el señor Ramírez, siempre se lo dejaba de la misma forma. No eran necesarias las palabras para establecer el modo en que se efectuaría el corte: bastaba un leve gesto afirmativo de Bruno que confirmaba, una vez más, la repetición del trabajo. Bernal permanecía con los ojos cerrados desde el instante en que se iniciaba el corte hasta su finalización, como en éxtasis, aislado por completo de la realidad. El señor Ramírez, ante la nula locuacidad de su cliente, oía la radio mientras cortaba los cabellos con la precisa monotonía de quien siempre se ha dedicado a lo mismo. De pronto el peluquero dejó caer las tijeras y exhaló un grito ahogado. Molesto por la súbita e inexplicable interrupción, Bruno abrió un poco los ojos y dirigió una mirada lacerante al señor Ramírez. -¿Qué demonios pasa? —gruñó sin disimular su irritación. -¿No ha escuchado la radio, señor? -¡Por supuesto que no! ¿A quién le interesa lo que digan un puñado de incompetentes elevados a la categoría de comunicadores por la ignorancia del resto? -Pero mire lo que están diciendo… -¿Mirar la radio? ¿Desde cuándo se mira la radio? Si oírla ya es un desatino, ¡peor aún será mirarla! -¡Están diciendo que han llegado a la tierra miles de seres extraños provenientes del espacio exterior! -Qué sandez. Será una campaña de publicidad o una broma de la cadena. ¡Se creen muy graciosos estos periodistas! El señor Ramírez corrió al aparato de radio para buscar otras emisoras. En todas se había interrumpido la programación y solo se oía un vago murmullo de tábano, de modo que volvió a poner Aragón Radio, en cuyas ondas el locutor narraba con extraordinaria emoción la llegada de “alienígenas de diversos colores y del tamaño de un niño” a distintos puntos del país. En cuanto escuchó que se habían producido avistamientos en Zaragoza, Ramírez salió corriendo de la peluquería para comprobarlo con sus propios ojos, dejando a Bruno con el pelo a medio cortar y la ira en plena ebullición.

sábado, 12 de marzo de 2011

La naturaleza sabía




Es tan grande el mar, y tan pequeño el cuadrilátero donde el pez se bate en retirada por la libertad. Es tan estrecha la jaula que cercena las alas sobrecogidas del ave, cuyo cielo ser infinito debiera. Me dan pena los conejos que no se reproducen sino con las lágrimas de su impotencia. ¿Y qué hay de los gatos, anarquistas natos asesinados por los caprichos humanos? Esa mirada triste de los árboles y los animales no les vino por su madre impuesta. Envejecida ya de tanto parto, la naturaleza confió a mujeres y hombres el cuidado de sus retoños. ¡Qué malos hemos sido como madrastras y padrastros! No creo que la libertad del ser humano sea tan grande como para empañar todas las otras libertades. No creo que nuestro estómago borracho sea tan grande como para engullir todo un planeta. Pero, ¿quién sabe? ¿Quién sabía…?