Hoy publico la última parte de mi reportaje de investigación sobre la actividad de Amway en España. Infiltrarme en la organización para descubrir algunos de sus trapos sucios ha sido una gran experiencia. El tiempo dedicado lo doy por bien invertido si he ayudado a alguien a desvincularse de esta empresa, que realmente no comercia con productos sino con personas a través de sus estafas piramidales. Por fortuna no estoy solo en la lucha contra este fraude. Hay páginas muy buenas como Estafas MLM que llevan tiempo denunciándolo y que os recomiendo visitar si queréis profundizar en la materia.
En la conclusión del artículo os doy más detalles sobre el modo en que tratan de captar nuevos seguidores, a los que convencen de que Amway es la oportunidad de sus vidas solo para sacarles cuanto más dinero mejor. Su desfachatez les revela. Ya he recibido insultos de algunos de sus integrantes, lo que me hace pensar que mi investigación les está haciendo daño. Si os falta contexto, aquí podéis leer las dos primeras entregas del reportaje:
De nuevo agradezco a todas las personas que leen, comparten y comentan mis artículos.
La conferencia solo
había servido para aumentar mi confusión. Tenía que seguir investigando, así
que concerté una nueva cita con mi coach.
Él quiso que nos viéramos al mediodía, pero le dije que no podía y al final se
le liberó la tarde. Llamativo que el horario del destacado miembro de una
multinacional girara en torno a mis deseos. Decidí llegar quince minutos tarde
para provocarle un poco, pero se mostró tan educado como siempre. Le confesé
que su amigo argentino no me había entusiasmado y que el cuento seguía
pareciéndome bastante oscuro. Elogió mi capacidad crítica y me confesó que él
tampoco se lo creyó a la primera. Sin embargo, ahora se congratulaba por haber
abandonado su puesto de ingeniero en la Generalitat para convertirse en un
empresario Amway. En doce meses construyó una sólida red de contactos que le
permitía embolsarse 3.500 euros al mes y vender en todo el mundo sin moverse
del sitio: “Solo es cuestión de tiempo que alcance la categoría diamante, y si
tú estuvieras igual de convencido que yo, también lo lograrías”.
La empresa clasifica a
sus integrantes por categorías: platino, rubí, esmeralda, diamante… Cuanto más
dinero generas, ya sea por lo que compras, por lo que vendes o por lo que
compren o vendan tus reclutas, mayor es el brillo de tu virtual escalafón. Este
sistema de puntos provoca que muchos comerciales desesperados se compren a sí
mismos enormes lotes de suplementos vitamínicos, bebidas estimulantes, cepillos
de dientes, champús, detergentes, vajillas o perfumes para alcanzar la
siguiente categoría, lo que implica unos beneficios que en ningún caso
compensan la inversión de alcanzarlos.
El mentor me aconsejó
que empezara por algo modesto que me sirviera para comprobar la calidad de los
productos, ya que el mejor argumento para vender es “convertirse en cliente y
utilizar tu experiencia personal para explicar los beneficios”. Digamos unos
100 o 200 créditos (1 crédito son casi 2 euros). Con eso bastaría por ahora. Como
yo no parecía dispuesto, tuvo que confesar que le canta el alerón y que usa
desodorante todos los días. “Antes compraba muchos al año, pero con el nuestro me
echo solo un poquito y el bote me dura seis meses por lo menos”. No hacía falta
que lo jurase: aquello olía muy mal.
En el juego de la
persistencia, en el tira y afloja dialéctico, el ex ingeniero es habilidoso
como un comercial redomado. Te arranca un pequeño compromiso sin que apenas te
des cuenta. Salió de allí con más datos míos (aunque algunos los inventé),
incluyendo una cuenta de e-mail que no uso a la que me enviaría la invitación
oficial de la familia Amway. Para sellar
el pacto tendría que pagar 30 euros y ellos a cambio me proporcionarían una
especie de tienda online desde la que comprar y vender. Yo le dije que sí, que
ya lo haría, o tal vez que lo iba a pensar, que no prometía nada, pero que en
cualquier caso ahora debía marcharme. Hay mañanas en las que pierdo cinco
minutos en decidir el color de los calzoncillos que voy a ponerme, así que
humildemente creo poder afirmar que el rol de indeciso me sentaba a la
perfección.
Cuando llegué a casa
revisé mi e-mail alternativo, donde entre toneladas de spam destacaba el kit de
bienvenida de la empresa: un PDF plagado de testimonios de gente a la que Amway
había cambiado la vida y otro con las diferentes opciones para comenzar a “ahorrar
dinero” adquiriendo sus productos (cuanto más compras más ahorras, pero también
crece el volumen de la estafa). En su publicidad utilizan citas inventadas de Bill
Gates, Donald Trump o Warren Buffet en las que ensalzan las maravillas del
Network Marketing.
Mi presupuesto para
realizar el reportaje es de cero euros (inconvenientes de freelance), así que no completé el formulario y nunca llegué a
integrarme en esta encantadora comunidad de sanguijuelas. Tuve que decirle a mi
mentor que de momento no me interesaba. No se lo tomó muy bien, desde luego.
Con el tiempo que me había dedicado, ya me veía como un quilate más en su
ascensión a la categoría diamante. Por whatsapp me tildó de cobarde y reprobó
mi falta de iniciativa. Pero no me dio del todo por perdido y aún tuvo bemoles
de invitarme a su conferencia.
¿Qué mejor manera de
concluir mi artículo? En la otra charla, el coach
me situó en primera fila (el lugar de los indecisos) y no pude captar lo que
ocurría a mis espaldas. Acudo de nuevo al hotel, esta vez armado con cámara
fotográfica. La esposa del ingeniero jubilado (todo queda en familia) se
encarga de facilitarme el acceso. Me conduce hasta su marido, que me saluda con
afecto y me revela una confidencia: está preparando un e-book que adapte al
castellano las enseñanzas de Robert Kiyosaki, su gurú favorito: otra golosina
más con que engordar la envenenada tarta de Amway.
Le deseo suerte y me siento
en una de las últimas filas, atento al flujo de gente que se acomoda a mi
alrededor. Diviso al conferenciante de la semana pasada, a su mujer y otros
rostros repetidos. Casi todos parecen conocerse de antes, se saludan con
familiaridad y cuchichean excitados ante la nueva dosis de palabrería que nos
aguarda. Parte del público viste con chaqueta y corbata como
si de verdad asistiésemos a un acto solemne. Trabo conversación con el tipo a
mi izquierda, un latinoamericano que acaba de ingresar en Amway pero que sabe
lo suficiente para repetir como un loro los métodos y beneficios de la
organización.
Mi mentor habla más
claro que el argentino, o quizá es solo que ya me he acostumbrado a su voz y
las increíbles cifras que salen de su boca. Afirma, por ejemplo, que existen en
el mundo tantos empresarios Amway como habitantes de Barcelona y su área
metropolitana, como si esta ilusión de ser muchos y estar en todas partes
tuviera más efecto persuasivo que cualquier argumento racional.
Una celada del discurso
se vuelve en su contra. Pregunta a los asistentes cuántos han cobrado un cheque
de la compañía y de inmediato se levanta la casi totalidad del auditorio,
revelando así que apenas hay caras nuevas en las que tatuar su emblema. Ya sea
por su negra reputación online, por el boca a boca (con irónico orgullo
aseguran que la empresa aterrizó en España en 1986, lustros en las que han
tenido tiempo hasta de patrocinar y nombrar el pabellón del equipo de
baloncesto de Zaragoza) o por la facha tenebrosa que cubre a sus embajadores,
Amway cada vez engaña a menos gente.
Le falta entusiasmo, de
todos modos. Habla de sueños y oportunidades que solo se presentan una vez en
la vida con tal sosiego que incluso los disparates suenan plausibles, pero
carece del brillo y la fuerza de un verdadero maestro de la retórica. Tal vez
por ello se ha preparado una sorpresa final. Llegado desde Miami, entre
aplausos atronadores y con aspavientos propios del ganador de un Óscar, sube al
estrado un tal Nelson que pregona con su voz agudamente caribeña “que la vida
es un teatro y que debemos ser actores, no espectadores”. Podría creerlo, pero
antes desempeñaría un papel en el teatro del absurdo o en el teatro de la
crueldad que en el de Amway, cuyos protagonistas carecen de cualquier atisbo de
gallardía y seducción.
Los triunfadores de la
empresa, aquellos que han alcanzado al menos la condición de “platino”, suben
al escenario (Nelson, en el centro, rodea con su brazo el hombro de mi coach, que sonríe incómodo), y reciben
la más sonada ovación de la tarde. Solo faltan matasuegras, confetis,
serpentinas y trompetas para que esto parezca una celebración de fin de año.
Cuando se calma el
jolgorio y se reconstruye la intimidad de los círculos, la euforia se apaga
como el fulgor de una estrella muerta. Se habla de dinero y, sin el menor
disimulo, de captar nuevos seguidores.
-Es mejor llamar por
teléfono, te hacen más caso.
-Ya, pero el mío nunca
lo coge y le mando whatsapp.
-¿Y si no contesta al
whatsapp?
-Siempre nos quedaré el
e-mail…
Ya no me tomo la
molestia de despedirme. Subo a la recepción del hotel y me apoyo en el mostrador.
Se acerca un tipo con pinta de zumbado, que habla español con cerrado acento
catalán, y empieza a contarme su historia. Se parece tanto a la de mi mentor, a
la del argentino, a la del otro y la del otro que todas se confunden en mi
memoria como trozos de puré. “Esto lo tienes que hacer por ti, por tu futuro. A
Amway le da igual, ya tiene millones como tú, pero piensa en el beneficio que
le puedes sacar…” En su cartera exhibe varios billetes de cincuenta euros. Un
rápido movimiento y… la decencia o la cobardía me detienen.
Antes de irme todavía
asisto al triste espectáculo de una sectaria en plena faena de conversión. Su
víctima es una joven andaluza que no parece decidida, pero sí abierta a
escuchar sus embustes.
-Lo que veo difícil es hacer
que se vendan todos esos productos…
-Tranquila, tenemos un
método que garantiza resultados. Te lo iremos enseñando poco a poco. Vamos a
proporcionarte la ayuda que necesitas: cursos, talleres, libros, conferencias… de
momento voy a mandarte unos videos muy buenos para que entiendas mejor cómo
funcionamos aquí. Mañana me dices si tienes alguna duda y seguimos avanzando.
Yo te voy a apoyar siempre, pero al final no olvides que todo depende de ti…