José Verón Gormaz es un poeta tranquilo,
que no necesita levantar la voz para utilizar la palabra con claridad y
contundencia. En su dilatada trayectoria, que mereció el Premio de las Letras
Aragonesas en 2013, ha cultivado todos los géneros literarios, en especial la
poesía. También ha recibido numerosos premios como fotógrafo. Pese a las
diferencias de lenguaje, asegura que “al escribir un poema y al hacer
fotografía se experimentan sensaciones parecidas”.
Lo entrevisté en el
Hotel Fornos, uno de los espacios donde disfruta escribiendo sin que le
perjudiquen las amables interrupciones de varios de sus clientes, que lo saludaron
con afecto durante nuestra conversación. Nacido en Calatayud, es un digno
heredero de Marco Valerio Marcial, el poeta bilbilitano por excelencia en la
época romana. Porque a José Verón siempre le ha inspirado su tierra y las
historias que oculta. No en vano la ha representado con belleza en cientos de
imágenes, tanto poéticas como fotográficas. El propio Marcial es el
protagonista de su última novela, Las puertas de Roma, donde reanima el
diálogo perpetuo entre pasado, presente y futuro culminando “un trabajo de
muchos años de documentación” acerca de esta figura histórica.
La creatividad de
Gormaz se manifiesta en direcciones diversas, pero el cauce en que convergen todos los afluentes es la
poesía. Entiende este arte como “una forma de conocimiento” y la manera de decir
“lo que de otro modo sería imposible”. Su código es más complejo que el de la prosa,
pero “si se entendiera que no hay que entender” tal vez la abrazarían nuevos
lectores. En cuanto a su forma de expresión, se considera partidario de
“adelgazar el lenguaje para reducirlo a su esencia, evitando florituras innecesarias”.
Sin caer en el rechazo
automático por las nuevas formas que asume, José Verón cree que la poesía “ha
atravesado épocas de mayor prestigio” y lamenta que no exista en España una
tradición de lectura sólida. Los editores se quejan del escaso rédito que
ofrecen los versos sin ejercer suficiente autocrítica. Opina que vivimos un
tiempo en que “hay más poetas que poesía”. Y en los géneros narrativos el
panorama tampoco resulta alentador, ya que la lista de los libros más vendidos
“es espantosa en su mayor parte, copada por volúmenes tan gruesos como
intrascendentes”, sentencia.
Gormaz también critica
“la manipulación de algunas editoriales” cuyos concursos están concedidos a
autores de su cuerda “en ocasiones, incluso antes de convocarse”. Para combatir
esta tendencia, en Calatayud se fundó con su nombre un Premio Internacional de Poesía que ha cumplido este año su quinta edición.
Como todo artista que se precie, Gormaz es
minucioso y exigente en la refinación de su obra. Me revela que ahora trabaja en
otro volumen de poesía que, tras dos años de trabajo, no se decide a dar por concluido.
Sin embargo, su último libro no lo pueblan versos sino “relatos breves de trama
mínima, conectados con la filosofía”, e impregnados del mismo lirismo que
caracteriza a sus poemas. Se trata de Cuentos para sentir las horas (Mira Editores), que
presentará este viernes en su ciudad natal. En él prosigue la reflexión sobre
el tiempo y el silencio (descubrir sus colores, sus texturas, sus voces…) que
atraviesa su obra, fértilmente inacabada como un verso que pende en el aire sin
desvelar su enigma.