Intento escribir pero la punta
de todos los bolis está gastada. Se me ha secado la saliva por contener el
beso. De mi lengua saltan notas discordantes que buscan el amparo de tu nombre.
Quisiera ser un rio desbordándose en tu cuerpo, afluente mayor de tus venas.
El mar te mira directamente a
los ojos, con la fiereza de una ola que planea venganza. Tus ojos aceptan el
duelo; a mí me duele más una lágrima tuya que la posible pérdida del mar entero.
Dibujo tu cara en mi
sonrisa. Te mezco en el parpadeo de un barco. Te hablo desde el corazón de una lengua muerta: sonidos indescifrables que no pueden expresar lo
que siento.
La inspiración termina cuando
empieza el amor. El último guiño que me concedió
el lenguaje ha servido para crear un monstruo. La dulce música de tus labios seca mis versos y entierra mis palabras. No puedo escribir sin notar tu presencia, que avasalla mis huesos. Has pulsado la tecla que marca el final
del juego.
Me invento una bebida en cada
trago, un verso en cada rasguño en la pared. La simetría de mis manos se ha
roto en un suspiro de la niebla que nunca me ha dejado traspasar tus ojos. Me pita el corazón con un
mensaje incomprensible. No escribo versos sino líneas en
tu pelo; beso el dedo que señala el camino oculto hacia tu cuerpo.
Que nadie me culpe por la
estupidez de mis actos. Tengo la excusa perfecta para no justificarme. No soy
consciente de lo que hago, pues un ángel me ha visitado para bendecir mis
pecados.
La aurora se transforma en un
cisne con alas de acero. He perdido el ritmo que riega mi cerebro; he visto metáforas que llenarían la noche de
catástrofes.
El cero absoluto es el futuro infinito.
La antología de la noche invoca sueños que se cumplieron de costado. Cada amanecer se quiebra en un
arcoíris múltiple. La luz de la ventana se refleja en el espejo hundido en el lago de mis lágrimas. En un suspiro contengo todas las voces que no
quieren decir nada.