Marcelo,
el narrador de “Los huérfanos”, está obsesionado con memorizar el diccionario. ¿No
es la suya una ilusión vana de abarcar el lenguaje?
Ha habido mucha
retórica de escritores en contra del diccionario como prisión de palabras y
ataque al lenguaje vivo, que muta. Para Marcelo es como una guarida porque en
su búnker no hay palabra viva, hablan un inglés neutro, utilitario, y el
diccionario es un interlocutor con su lengua materna: el castellano. Marcelo es
un animal asustado en un contexto de caos. Necesita un orden salvador, y el que
encuentra es el orden alfabético de las palabras de un viejo diccionario.
Además
del diccionario, tiene relevancia el ajedrez. ¿Escribir una novela es como jugar
una partida de ajedrez con el lenguaje?
Y con el lector. El
ajedrez es una metáfora de la relación entre el escritor y el lector. En la
novela tiene también una dimensión histórica. El narrador se obsesiona con Bobby
Fischer, genio loco y solitario, a diferencia de su rival Spassky, que contaba
con numerosos asesores. Es una representación de la lucha del individuo
americano frente al colectivo soviético, muy propia de la Guerra Fría.
En
“Los huérfanos” es fundamental la idea de la reconstrucción del pasado. Al
lector no solo le inquieta lo que ocurre en el búnker, sino también cómo han
llegado a esa situación.
La elipsis es lo más
difícil de manejar para un escritor. Es fácil decidir qué cuentas, pero no qué omites.
La Tercera Guerra Mundial es una elipsis. Lo que me interesa son las
consecuencias y sobre todo las causas de la guerra: la reanimación histórica.
Este
deseo de revivir la historia tendrá graves consecuencias en la ficción. ¿Cómo
crees que se está gestionando desde los poderes públicos la llamada “memoria
histórica” en España?
La historia del poder
es la historia de la manipulación del pasado. Lo primero que hace un político o
un dictador cuando llega al poder es apropiarse de la historia y cambiarle el
sentido. Franco, por ejemplo, explotó el Siglo de Oro, los conquistadores… y se
legitimó en esa mitología. En realidad la memoria siempre es individual, el
cerebro no funciona históricamente sino a saltos. Pero los gobiernos insisten
en la necesidad de esa quimérica memoria histórica. La novela obliga a pensar,
a través de la distorsión, cómo se está interpretando el pasado en las
sociedades contemporáneas.
¿Por
qué te decidiste a continuar “Los muertos” con una historia de ciencia ficción
post-apocalípita?
Todos los géneros,
estilos y temas pueden convivir, lo importante es por qué los escoges. Yo de
algún modo fui escogido por el género distópico, pensé que era la única manera
lógica de seguir la trilogía. Además para mí la ciencia ficción siempre ha
estado presente. Con 15 años empecé escribiendo cuentos fantásticos y de
ciencia ficción, jugaba a rol, leía cómics… es un mundo que me fascina. Lo que
no hay que hacer es forzarse a escribir lo que no te apetece. Veo difícil que me
surja una novela realista clásica, ya que me interesa la búsqueda y la
experimentación y el realismo no ofrece tanto margen.
Hablemos
un poco de narrativa contemporánea. ¿Eres de los que creen en la muerte del
autor?
La muerte del autor,
entre una cosa y otra, ya tiene más de 40 años desde que la decretara Roland
Barthes. Creo que es lo contrario, con el cambio de siglo el autor ha
resucitado con fuerza. Se ha normalizado la presencia del escritor en sus
propios textos, como demuestra la obra de Mario Bellatin, Houellebecq, Coetzee,
Sergio del Molino, Leila Guerriero, Knausgård…. Por otro lado existe el
fenómeno de la autoría colectiva, como una especie de Superautoría, pero no son
excluyentes. No creo que el autor vaya a morir aunque sea por el problema del
ego, que no se supera fácilmente.
¿Qué
características comunes tienen los escritores qué más te interesan?
Me fascinan los que no
se conforman y tratan de ir más allá de la tradición. Los que buscan un lugar
que no tiene por qué estar en la vanguardia, puede estar en la retaguardia, en
el lateral izquierdo, pero en un lugar inesperado en cualquier caso. Si no hay
descubrimiento e investigación en el proceso de escritura, no resulta tan
interesante.
De
todos modos, ¿crees que la capacidad de influencia social de la literatura está
en crisis?
Hubo una época en que
el periodismo y la literatura tuvieron más influencia porque eran casi el único
lenguaje narrativo. Pero la literatura se acostumbró a convivir primero con la
radio y la televisión, ahora también con series, cómics, videojuegos… el
escenario actual es múltiple y dividido. Sin embargo, hay lectores para todo
porque la humanidad nunca ha estado tan ilustrada y alfabetizada. La literatura
de vanguardia casi siempre ha sido minoritaria, pero rehúyo los discursos
apocalípticos. Busco lecturas de lo real que sean ilusionantes y
esperanzadoras. Incluso las utopías, aunque resulten irrealizables, porque son necesarias
como horizonte de expectativas, para empujarte a un lugar mejor al que nunca
terminarás de llegar.
¿Eres
de los escritores que planifican mucho antes de escribir la primera palabra de
la novela?
Cada caso es distinto.
En “Los muertos” la estructura de base era muy fuerte, en “Los huérfanos” fue a
posteriori cuando la encontré tras varias pruebas casi de montaje, hasta hallar
el ritmo que mejor funcionaba.
¿Nos
puedes avanzar algo de tus próximos proyectos?
Trabajo en varios
libros de no ficción, entre el ensayo y la crónica. Tengo uno sobre series, dos
sobre viajes y literatura… y también un cómic periodístico con el dibujante
Sagar Forniés. Va sobre gente que se dedica a recoger metal por las calles de
Barcelona para venderlo como chatarra. Hay un gran salto entre ser lector y
escritor de cómics y el proceso está resultando muy interesante. Mi experiencia
me dice que los proyectos surgen cuando menos te lo esperas.
También
quería preguntarte por tu visión del periodismo cultural. ¿Cuáles son los
principales retos que afronta?
Es un momento
fascinante pero difícil en términos de profesionalización. Todavía hay nuevas
formas de contar la realidad que no han sido agotadas. Es importante la alianza
entre el periodista y el informático. En el periodismo de datos, por un lado, y
en el transmedia y el multimedia hay caminos por recorrer para el periodista
cultural.
¿Y
cómo ves la supuesta batalla entre e-books y libros en papel?
Antes pensaba que la
transición iba a ser más rápida. Las librerías pueden durar varias décadas
porque no cuaja la lectura digital de libros, aunque sí de artículos o
crónicas. En el libro hay una idea de permanencia muy arraigada que no
encontramos en los dispositivos electrónicos. Hasta que esa idea no migre
también de soporte, el e-book no se impondrá definitivamente. A día de hoy las buenas
obras se editan en papel, pero Amazon también funciona como prescriptor sobre
lo que debe publicarse. Vivimos en una época de transición y de convivencia muy
interesante. La única forma de saber lo que pasará es esperar a que pase.
Para
terminar, dado que también das clases de creación literaria en la Universidad
Pompeu Fabra, ¿qué consejo darías a los escritores noveles?
Leer y escribir, pero
hacerlo críticamente, aceptando la posibilidad de reinventarse desde cero. La
acumulación de lecturas puede ayudarte a ser el escritor que deseas o, por el
contrario, hipotecarte y cerrarte el paso. El que empieza debe explorar voces,
géneros y formatos hasta encontrar su propio lenguaje. No hay que tener ansiedad
por publicar. La literatura no da dinero, así que es mejor dejar de lado las
urgencias y dedicar tiempo a perfeccionar tus habilidades.