Tedio: el cataclismo de nuestros tiempos. La
ineludible tentación del alcohol. El desahogo inútil de las palabras.
Pueblan mi mente los sonidos del bosque. Grillos
imaginarios atraviesan la noche. Estornudo setas y me indigesto con comida
basura. Los nutrientes no escalan la exigua cima de mi mente. Se quedan
atrapados en la trampa mortal de mi estómago.
La noche huele a decepción, fragancia barata de un
cuerpo que (descomponiéndose) se mueve por impulsos mecánicos.
La vida es simple cuando no le pides nada. Pero no
paramos de exigirle cosas, como si nuestra respiración fuera su hipoteca. A la
vida solo le importa su propia preservación. Las tragedias de los individuos
son un estorbo en sus propósitos.
La noche se vuelve fría. Cada luz de cada ventana es
un astro desvaneciéndose en mi retina. Podría ser diferente. Todo podría serlo.
La Tierra podría ser cuadrada si la mente se lo propusiera. Y, sin embargo,
cada rutina insignificante parece tan inamovible como la eternidad. Cada
persona es una estrella en mis manos, y también es el charco escupido por un
gigante que sueña con enanos.
Todo lo que escribo es inútil. No puede cambiar
nada, ni siquiera a mí mismo. Ojalá pudiera esconderme en la sima de mis
novelas. Sustituiría el mundo por palabras: los huracanes por tildes, los
terremotos por diéresis y los maremotos por paréntesis.
Es una tentación poderosa regodearse en el fracaso.
Sus tentáculos me abrazan con misericordia. Han fracasado tantos antes que yo
que sin duda me hallo en compañía de excelentes personas, llenas de talento,
vicios y anécdotas a relatar en el purgatorio interminable de los artistas
mediocres. Por desgracia, el aguijón de la escritura golpea sin distinción a
los genios y a los torpes, a los holgazanes y a los trabajadores.
Te obsesionas con tu pequeño mundo de palabras, que
crees gobernar y que en realidad te somete con la fuerza de tus más bajos
impulsos. Así un cuaderno fundado por el amor se convierte en la entelequia de
un loco.
Empiezo a escribir palabras solo porque suenan bien,
sin preocuparme de su significado. Quizá por un casual haya encontrado el
sentido de la poesía.