lunes, 30 de mayo de 2011

Daniel Gascón: “La situación del libro en Aragón es de una precariedad entusiasta"

Entrevista a una de las revelaciones de las letras aragonesas


Los escritores recurren con frecuencia a sucesos extraños o fantásticos para construir sus ficciones. Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) no necesita de tales artificios. Su último libro de relatos se titula La vida cotidiana, trabajo en el que convierte sucesos ordinarios en historias que retratan la juventud de su tiempo. Nacho Escuín, editor, poeta, docente y filólogo, lo presenta como un tipo cuidadoso en el hablar y mesurado en sus juicios. No hace falta que lo diga. Basta con oír su voz tranquila para dejarse mecer por su discurso, desprovisto de grandilocuencia pero no de significado.

Gascón ha nadado siempre entre letras, movido sobre todo por su sensibilidad hacia el lenguaje universal de la Literatura, y también por una tradición familiar de la que es gran exponente su padre Antón Castro, poeta, escritor y periodista renombrado en Aragón. Licenciado en Filología Inglesa y Filología Hispánica, ha traducido obras que no pretende mejorar, sino mantener en ellas fielmente “el espíritu del autor”.

Vestido con pantalones vaqueros y camiseta oscura de manga corta, Gascón posee una joven madurez y una presencia serena. No levanta la voz, pero su risa rebota, clara y fuerte, como primera respuesta a algunas de las preguntas que le plantean en rueda de prensa los estudiantes de Periodismo de la Universidad San Jorge.

Inquirido acerca de su predilección por los temas cotidianos, Gascón asegura que no se considera “un resistente”. Conoce a otros que, al igual que él, huyen de la fantasía como escape literario. Busca con sus relatos “llegar al núcleo común de los lectores”, los cuales se identifican fácilmente en la prosa directa y sencilla del autor. Tampoco le preocupa dirigirse a un sector del público determinado, pues “el trabajo del escritor es escribir, no vender su obra. Para eso está la editorial.”

La concisión de sus contestaciones permite que decenas de preguntas vuelen en todas las direcciones del aula, emitidas por los alumnos desde las mesas blancas surcadas por numerosos ordenadores portátiles. En el rostro de Gascón se transparenta cierta perplejidad ante el tratamiento de usted que le dedica algún estudiante. Acompaña sus palabras con gestos pausados pero constantes, tal como avanza su carrera literaria, cuya primera obra, La edad del pavo, se publicó en 2001, cuando apenas contaba con veinte años de edad. Entre medias, El fumador pasivo (2005), compuesto por cinco relatos en los que depuró su estilo llano. La mención de sus libros anteriores le arranca un suspiro y reconoce que no escribiría igual aquellas primeras narraciones “por las nuevas influencias recibidas”.

Según Gascón, “los libros se alimentan de conversaciones entre amigos”. No cree, por tanto, en autores “aislados del mundo” y asegura que “encontrar la forma es más difícil que el tema”. Como todo escritor que se precie, también ha tirado muchos folios y varios cuentos a la basura. Uno de los recursos que le ayudan a escoger las palabras es “la música”. No sabemos si se habrá descargado alguna canción de internet, pero Gascón tiene claro que “si nada es gratis, la cultura tampoco ha de serlo”. Defiende la existencia de una institución como la SGAE, aunque reconoce que su jefe de prensa debe de ser “el peor desde la época de Stalin”, por la mala fama que se han creado en la opinión pública.

Un alumno formula su pregunta presentándole como un escritor de éxito. Gascón se ríe y agradece el detalle antes de asegurar que no sabe “si es para tanto”. Otro le interroga acerca de la crisis en los medios de comunicación, a lo que responde con una sonrisa que “los periodistas contagian a veces su propia histeria”, para concluir que “la historia es una crisis permanente”. Llama su atención el meteórico olvido mediático de sucesos que “iban a cambiar el mundo, como los cables de Wikileaks, de los que ya no se habla”.

Además de relatos, Gascón escribe un blog que alterna temas literarios y políticos. Mientras que en la ficción lo importante es “contar la historia”, en la opinión se esfuerza en “ajustarse a los hechos” del modo más escrupuloso posible. Otra de sus preocupaciones es no terminar “haciendo sociología en vez de literatura”.

En cuanto a su opinión respecto a la situación del libro en Aragón, pinta un panorama bastante optimista. Aunque lo define como una suerte de “precariedad entusiasta”, asegura que “los escritores noveles tienen más oportunidades que nunca”. Además, han aparecido “editores jóvenes que no intimidan tanto” a los principiantes. Para ejemplificar sus afirmaciones señala al propio Nacho Escuín, que ha “desvirgado” en la editorial que dirige, Eclipsados, a más de veinte escritores. El empleo de un lenguaje erótico asociado a la literatura no es baladí, ya que, como dice Paolo Coelho, “un escritor vive en el corazón de sus lectores. Es como una historia de amor sin sexo”.



lunes, 23 de mayo de 2011

Intensidad


La palidez de su piel le asustaba. Un temblor recorría sus brazos y sus piernas. Sus pies casi resbalaban por el terreno inconsistente. Logró, venciendo todos sus miedos y dificultades, introducirse en el origen de la tormenta. Primero un pie, luego el otro, con infinito cuidado para no romperse el cráneo. Un maremoto vino del cielo. No sabía si su cuerpo podría resistir semejante furia de tempestades, o si sus orejas no se cerrarían para siempre ante aquel estruendo. Al principio, creyó que las aguas gélidas y arrolladoras se lo llevarían por los aires. Cada día las precipitaciones arrecian con más fuerza, pensó mientras resistía los chorros que laceraban sus carnes. Y lo peor era el espacio, o mejor, su ausencia. Le cercaban dos paredes, blancas e insuperables, a la altura de los talones. Fuera de ahí, la suciedad, la peste, la podredumbre. No tenía sitio para moverse. Si lo hacía, multiplicaba el riesgo de perder el equilibrio. Debía soportar como un mártir encadenado aquellos padecimientos, día tras día. No había forma de escapar.

Sin embargo, poco a poco, fue habituándose. El agua perdía hielo, transformándose primero en una sensación soportable y después en una caricia templada. Superados los segundos agónicos, comprendió que aquello no era tan terrible. Cerró los ojos, respiró y buscó el jabón. La ducha podía comenzar.

lunes, 16 de mayo de 2011

Música y premios en el Teatro Circo


Relatos de ficción, poemas, cómics, ilustraciones y música convivieron en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no podré olvidarme: el Teatro Circo de Albacete. No hubo rivalidad entre las distintas modalidades artísticas, sino una explosión de juventud y creatividad. El evento de la entrega de premios, celebrado el miércoles 11 de mayo, fue extraordinario, maravilloso, único, irrepetible. Al menos así lo viví yo. Perdonen mi falta de mesura, pero a uno no le suelen llover los premios como las gotas de sudor después de una larga carrera. La del escritor, dicen, solo termina con la muerte. Lo único que sé es que, gracias al XXX Concurso Literario para jóvenes promovido por el ayuntamiento albaceteño, soy seiscientos euros menos pobre y algo menos desconocido: Los galardonados
 
El Teatro Circo, que funcionó también como un bar, fue el escenario donde se materializó, en forma de aplausos y diplomas, el reconocimiento a los creadores, todos menores de treinta años. El acto estaba previsto a las ocho de la tarde en la sala Pepe Isbert, presidida por un escenario rebosado de instrumentos: batería, piano, contrabajo, guitarra eléctrica… El público aprovechó el retraso de diez minutos para relajarse y pedir bebidas en la barra. Durante el preludio, tan solo destacaba la presencia de un fotógrafo que se acuclillaba o agachaba entre las mesas con su cámara réflex: mi padre.

Patricia Charcos, una joven de la misma edad que el concurso, presentó el acto sin deshonrar al antiguo actor cómico que da nombre a la sala. Lució un vestido retro, con volantes y lazos en los hombros, pelo oscuro que se esforzaba en alborotar y, coronando el atuendo, una nariz de payaso. Hizo de todo: abrir maletas de recuerdos, eclosionar huevos de plástico multicolor, tender la ropa, hacer fotos y hasta mordisquear una manzana que se confundía con su nariz.

Fui el primero en recibir el diploma. La presentadora leyó con énfasis el primer párrafo del relato galardonado. Después pronunció mi nombre y lanzó miradas en derredor. Aunque había asegurado mi presencia, la incertidumbre se levantó por unos instantes en la sala. Al fin me erguí despacio, como si no hubiera escuchado bien. Los moderados aplausos me ensordecieron y paralizaron. Mi padre me empujó levemente hacia el escenario. Ya en él, le hice un gesto para que me fotografiara, pues de pronto se había olvidado de su cámara. Otra mujer se presentó en el escenario, sin que pudiera fijarme muy bien en su aspecto, y me entregó el diploma. Me decidí a pronunciar unas breves palabras de gratitud y enseguida volví aliviado a mi asiento, entre nuevos aplausos cercanos y lejanos, sonoros e inaudibles, sinceros o mecánicos.

El acto continuó con un ritmo dinámico e informal. Incluso se dio una divertida confusión, al entregarse un diploma a una chica que salió corriendo al escenario para decir que no era ella. Los ganadores de la modalidad de poesía recitaron sus versos, algunos con cierta pompa y otros sin levantar la vista del papel. También hubo oportunidad para que Lucía Plaza y Rubén Martín, autores ya más consagrados, manifestaran sus loas a los premiados y a la ciudad misma.     

El evento concluyó en torno a las nueve, cuando se concedió un descanso que los asistentes aprovecharon para observar, en el piso inferior, las ilustraciones y cómics ganadores. Mientras miraba una viñeta, el sonido del jazz arribó al teatro. Antes de volver al hotel, escuché de pie junto a la barra la actuación del trío The Jazzwokk, liderado por un músico que cerraba los ojos tras sus gafas para sentir mejor la melodía. Su enorme contrabajo contrapesó una tarde de emociones que languidecerá antes en el tiempo que en mi memoria.


El momento místico en que me entregan el diploma

miércoles, 4 de mayo de 2011

Gotas


La ventanilla del tren está sujeta a un torrente de vida. Se deslizan gotas de agua que se atropellan en el contorno de los cristales. Tratan de adelantarse, por la izquierda, por la derecha, pero lo hacen sin mesura. Chocan las unas con las otras y forman hileras de agua más largas. Algunas componen cordilleras líquidas que se deshacen en menos de un segundo. Fluctúan en veloces movimientos; nadie sabe qué es de ellas cuando llegan al otro lado de la ventanilla. Se diría que les espera algo muy bueno, por la prisa que se dan en alcanzarlo.

El tren va cada vez más rápido, está tomando su velocidad de crucero. Y las gotas sufren, porque cuanta más velocidad coge el tren, más se les acorta el espacio. Ahora no tienen tiempo ni de embestirse ni de atravesarse. Corren desesperadas, suicidas. Tratan de resolver al vuelo sus asuntos pendientes. El tren ya va demasiado rápido para ellas.

Un minuto más tarde ha salido el sol y no queda ni una sola gota de agua en el cristal.