Los escritores recurren con frecuencia a sucesos extraños o fantásticos para construir sus ficciones. Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) no necesita de tales artificios. Su último libro de relatos se titula La vida cotidiana, trabajo en el que convierte sucesos ordinarios en historias que retratan la juventud de su tiempo. Nacho Escuín, editor, poeta, docente y filólogo, lo presenta como un tipo cuidadoso en el hablar y mesurado en sus juicios. No hace falta que lo diga. Basta con oír su voz tranquila para dejarse mecer por su discurso, desprovisto de grandilocuencia pero no de significado.
Gascón ha nadado siempre entre letras, movido sobre todo por su sensibilidad hacia el lenguaje universal de la Literatura, y también por una tradición familiar de la que es gran exponente su padre Antón Castro, poeta, escritor y periodista renombrado en Aragón. Licenciado en Filología Inglesa y Filología Hispánica, ha traducido obras que no pretende mejorar, sino mantener en ellas fielmente “el espíritu del autor”.
Vestido con pantalones vaqueros y camiseta oscura de manga corta, Gascón posee una joven madurez y una presencia serena. No levanta la voz, pero su risa rebota, clara y fuerte, como primera respuesta a algunas de las preguntas que le plantean en rueda de prensa los estudiantes de Periodismo de la Universidad San Jorge.
Inquirido acerca de su predilección por los temas cotidianos, Gascón asegura que no se considera “un resistente”. Conoce a otros que, al igual que él, huyen de la fantasía como escape literario. Busca con sus relatos “llegar al núcleo común de los lectores”, los cuales se identifican fácilmente en la prosa directa y sencilla del autor. Tampoco le preocupa dirigirse a un sector del público determinado, pues “el trabajo del escritor es escribir, no vender su obra. Para eso está la editorial.”
La concisión de sus contestaciones permite que decenas de preguntas vuelen en todas las direcciones del aula, emitidas por los alumnos desde las mesas blancas surcadas por numerosos ordenadores portátiles. En el rostro de Gascón se transparenta cierta perplejidad ante el tratamiento de usted que le dedica algún estudiante. Acompaña sus palabras con gestos pausados pero constantes, tal como avanza su carrera literaria, cuya primera obra, La edad del pavo, se publicó en 2001, cuando apenas contaba con veinte años de edad. Entre medias, El fumador pasivo (2005), compuesto por cinco relatos en los que depuró su estilo llano. La mención de sus libros anteriores le arranca un suspiro y reconoce que no escribiría igual aquellas primeras narraciones “por las nuevas influencias recibidas”.
Según Gascón, “los libros se alimentan de conversaciones entre amigos”. No cree, por tanto, en autores “aislados del mundo” y asegura que “encontrar la forma es más difícil que el tema”. Como todo escritor que se precie, también ha tirado muchos folios y varios cuentos a la basura. Uno de los recursos que le ayudan a escoger las palabras es “la música”. No sabemos si se habrá descargado alguna canción de internet, pero Gascón tiene claro que “si nada es gratis, la cultura tampoco ha de serlo”. Defiende la existencia de una institución como la SGAE, aunque reconoce que su jefe de prensa debe de ser “el peor desde la época de Stalin”, por la mala fama que se han creado en la opinión pública.
Un alumno formula su pregunta presentándole como un escritor de éxito. Gascón se ríe y agradece el detalle antes de asegurar que no sabe “si es para tanto”. Otro le interroga acerca de la crisis en los medios de comunicación, a lo que responde con una sonrisa que “los periodistas contagian a veces su propia histeria”, para concluir que “la historia es una crisis permanente”. Llama su atención el meteórico olvido mediático de sucesos que “iban a cambiar el mundo, como los cables de Wikileaks, de los que ya no se habla”.
Además de relatos, Gascón escribe un blog que alterna temas literarios y políticos. Mientras que en la ficción lo importante es “contar la historia”, en la opinión se esfuerza en “ajustarse a los hechos” del modo más escrupuloso posible. Otra de sus preocupaciones es no terminar “haciendo sociología en vez de literatura”.
En cuanto a su opinión respecto a la situación del libro en Aragón, pinta un panorama bastante optimista. Aunque lo define como una suerte de “precariedad entusiasta”, asegura que “los escritores noveles tienen más oportunidades que nunca”. Además, han aparecido “editores jóvenes que no intimidan tanto” a los principiantes. Para ejemplificar sus afirmaciones señala al propio Nacho Escuín, que ha “desvirgado” en la editorial que dirige, Eclipsados, a más de veinte escritores. El empleo de un lenguaje erótico asociado a la literatura no es baladí, ya que, como dice Paolo Coelho, “un escritor vive en el corazón de sus lectores. Es como una historia de amor sin sexo”.