Decía Roberto Bolaño (sin
ser mexicano, por cierto) que México es un género literario en sí mismo. Quizá
no le faltara razón. Mucho se ha escrito desde y sobre este país que a mí
también me toca de cerca, no tanto porque mi abuelo naciera allí de manera
circunstancial, sino por el maravilloso verano de 2008 en que pude saborear una
porción de este país, en todos los sentidos, inagotable. Dejé allí algunas
personas muy queridas y exageradamente hospitalarias, cuyo recuerdo no me
abandonará nunca.
Aunque no he tenido
todavía ocasión de regresar a México, he viajado a través de las letras de varios
de sus autores como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Emilio Pacheco o Juan Villoro. A
este último lo he visto dos veces en Barcelona: en la presentación del ensayo
“Librerías” de Jorge Carrión y en la de su libro "¿Hay vida en la tierra"? ,
compuesto por cien artículos breves sobre los prodigios de la cotidianidad recientemente
publicados en Anagrama.
Villoro es uno de los
escritores contemporáneos más interesantes en nuestra lengua. Premios como el
Herralde, el Ciudad de Barcelona, el Internacional de Periodismo Rey de España o
el José Donoso jalonan su trayectoria. Capaz de navegar con igual soltura en
los terrenos de la realidad y la ficción, del periodismo y la literatura, sus textos
suscitan reflexiones sobre la vida moderna y tienen además la virtud de
convertir lo desagradable en risible, gracias a su sentido del humor y su
ironía.
Lo entrevisté vía e-mail dado
que, tras su periodo como profesor en la Universidad Pompeu Fabra (lástima no
haber podido asistir a sus clases) ha retornado a su país natal.
En
“¿Hay vida en la tierra?” relatas costumbres de México como llegar tarde a una
reunión social o posponer indefinidamente la solución de los problemas. Algunas
de ellas también son aplicables a España. ¿Qué diferencias culturales has percibido
entre México y Barcelona?
Es difícil hablar de esas
diferencias sin ser maniqueo. Cuento algunas, tratando de no ser demasiado
simplificador. En América Latina solemos hablar por teléfono sólo para
conversar. Cuando vivía en Barcelona, Roberto Bolaño y yo nos llamábamos para
contarnos un sueño, recordar a alguna actriz de nuestra adolescencia, compartir
un chisme y cosas por el estilo. A los dos nos sorprendía que los amigos
españoles se pusieran nerviosos con ese tipo de llamadas, que para nosotros
podían durar dos horas. En España hablas para quedar en algo. El teléfono no es
un sitio de reunión como en América Latina. Otra cosa diferente es la cultura
de la desconfianza. En México desconfías a priori de los desconocidos. Cuando
un carpintero o alguien que trabaja contigo cumple, dices: "Se ganó mi
confianza". En cambio, en España la confianza se da por sentada, lo cual
es mucho más grato; asumes que alguien hará lo que promete y si falla, pierde
tu confianza. Cuando volví a México tuve que explicarle a mi hija de cuatro
años que había pasado de un lugar donde la confianza se puede perder a un lugar
donde la confianza se debe ganar. En favor del trato latinoamericano encuentro
la casi instantánea intimidad sentimental que se produce en una relación
amistosa. En España puedes ser amigo de alguien sin enterarte demasiado de su
vida privada; en México es difícil salir de la vida privada.
A
lo largo de tu trayectoria has cultivado la crónica, el cuento, la novela, el
columnismo… ¿crees en la necesidad de la separación entre géneros o eres
partidario de la hibridación?
Lo divertido de los
géneros es que son diferentes. No me interesa que una obra de teatro mía
parezca un cuento puesto en escena o una conferencia escenificada. Hay vasos
comunicantes, por supuesto. Pero lo que más me interesa no es confundir o
mezclar los géneros, algo muy de moda, sino beneficiarme en cada uno de los que
practico de las enseñanzas que me han dejado los que no practico en ese
momento. Del mismo modo en que un entrenador dirige el partido aprovechando al
futbolista que alguna vez fue, el novelista se beneficia del ensayista que en
ese momento está callado pero juzga, y viceversa.
En
la estela de autores como García Márquez o Josep Pla, te has desempeñado tanto
en el periodismo como en la literatura. ¿Crees que estamos viviendo una época
de mayor unión entre ambas disciplinas o, por el contrario, se hallan cada vez
más distanciadas?
Ha aumentado el prestigio
de la crónica. García Márquez escribió textos maestros en la prensa que sólo se
conocieron mundialmente cuando alcanzó fama como novelista. Cuando empecé con
el periodismo nadie hablaba de crónica; hacíamos notas o reportajes. Poco a
poco aumentó la valoración narrativa del género, que tiene enorme calidad desde
los tiempos de Daniel Defoe. Lo curioso es que hoy en día es más fácil
organizar un congreso sobre la crónica que publicar una. Me suelen entrevistar
personas que tienen becas en el extranjero para estudiar el género y reciben
para ello mucho más dinero del que jamás recibiremos los cronistas con nuestro
trabajo. Paradojas de la vida posmoderna.
En
mi opinión, el futuro del periodismo tal y como se ha entendido hasta ahora se
encuentra amenazado por la pérdida de credibilidad de los medios tradicionales
y sus dificultades para adaptarse al mundo digital. ¿Cuáles son los principales
retos que afronta la profesión en el siglo XXI?
El periodismo narrativo
debe recuperar la confianza en sus principales recursos. Estamos ante un
fenómeno parecido al que experimentó la pintura con la llegada de la
fotografía. El retrato fotográfico volcó a los artistas a cosas que no puede
hacer la fotografía: el impresionismo, el cubismo, el expresionismo e incluso
el hiperrealismo. La información en línea es muy útil, pero no podemos
renunciar a contar historias donde las noticias públicas encarnen en destinos
privados. La crónica es la mejor manera de relacionar lo colectivo con lo
individual. Por desgracia, el vértigo de la velocidad y la obsesión por la
brevedad del periodismo digital parecen en contra de esto, pero se trata de una
tendencia pasajera. Es posible que las plataformas digitales incluso ayuden a
esta tarea, permitiendo que alguien cuelgue un reportaje larguísimo para que lo
descarguen o lean en pantalla los interesados. Nadie te publica una crónica de
treinta folios, pero nada impide que la coloques en un blog.
Las
dos veces que te he visto en persona me han impresionado tus dotes como orador.
¿Eres partidario de la improvisación o arrancas siempre con un guión
predeterminado?
Creo que la conferencia
se debe producir ante los oyentes. Si se trata de leer un texto, se puede traer
a un actor. Además, el que más aprende es el propio orador. Hablar en público
es una forma de investigar tus propias ideas. Obviamente esto tiene riesgos.
Hace poco estrené un monólogo teatral que se llama "Conferencia sobre la
lluvia", en el que un hombre pretende dar una conferencia sobre la
relación entre la poesía amorosa y la lluvia y termina perdiéndose en devaneos
mentales y haciendo una provocadora confesión sentimental. Acaso un día me pase
esto.
Alguien
dijo que los móviles acabaron con la literatura: Romeo le habría enviado un whatsapp a Julieta y todo se habría
arreglado sin derramamientos de sangre. ¿Qué relación tienes con las nuevas
tecnologías?
Tengo una muy buena
relación primitiva con la tecnología. Las uso poco para no depender de ellas.
Estamos ante prótesis culturales que causan adicción y sobredosis. En pequeña
medida estimulan, en exceso hacen que te apagues.
Tras
leer “¿Hay vida en la tierra?” uno llega a la conclusión de que no hay nada más
formidable que las casualidades. Hay algunas historias tan increíbles que
parecen fruto de la imaginación más libertaria y del azar más improbable. ¿Te
has permitido licencias literarias o todo se funda en experiencias reales?
Sólo me he permitido
licencias para unir historias que ocurrieron en distintos momentos, cambiar
nombres de algunos personajes, resumir un poco lo sucedido o darle otro orden.
Son procedimientos parecidos a los del fotógrafo que, sin cambiar la realidad,
la redefine por el encuadre, la perspectiva, la composición o los juegos de
luz. Cuando narras un suceso público, estás comprometido a no alterar nada.
Cuando narras escenas de la vida privada puedes cambiar el color de los
calcetines si eso favorece un adjetivo.
Por
último, ¿qué dirías a los noveles que dan sus primeros pasos en el mundo de la
escritura?
Que lo literario no está
en los acontecimientos del mundo sino en la manera de mirarlos. Con la debida
atención, la historia de un hombre que no puede volver a casa se convierte en
la Odisea.
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