La vida es como esas escaleras mecánicas que se abren en la noche
precipitándote hacia la oscuridad más profunda. Al principio ves lejos el final;
te parece que nunca va a llegar el momento en que debas poner un pie en el
aire. Pero la escalera te empuja cada vez más, a un ritmo fijo. Puedes dar un
paso hacia arriba y acelerar el fin, pero la tentación más probable es la del
retorno. Quieres volver, das un paso hacia atrás pensando que así nunca
llegarás al fin de la escalera, que sube para lanzarte al abismo. Ah, pero si
pretendes regresar habrá alguien empujándote, alguien que te recuerde que no
eres inmortal y que has de seguir la dirección única del tiempo.
Quizá seamos libres pero solo en momentos y lugares determinados. La
mayor parte de las horas las pasamos atados por cuerdas invisibles, cargas que
pesan y que nos imponemos nosotros o nos imponen otros, tanto da. Si tienes
suerte podrás dar un paso o dos hacia abajo y por un instante te creerás a salvo:
Yo no tendré que seguir el mismo curso que todo el mundo, soy especial, único,
puedo darle la vuelta a la escalera si es necesario, desprenderme de todas las
ataduras, incluso desnudarme en medio de la ciudad y subirme encima de un árbol
simplemente porque me da la gana hacerlo. Pero esa ilusión durará poco,
enseguida no tendrás fuerzas para seguir retrocediendo (en realidad nunca lo
hiciste, tan solo te esforzabas por mantenerte unos segundos en el mismo
sitio).
Si te das la vuelta verás rostros desconocidos que te arrollan, que te
gritan sin mover los labios, que te miran sin misericordia porque están sujetos
a iguales fuerzas y sufren iguales temores. Apenas te resignas en los últimos
escalones: Voy a morir, de repente veo claro que no veo nada y que no hay
ningún lugar donde refugiarse, es el final y estoy solo, aquí se acaba mi breve
viaje por el mundo. No he entendido nada, no sé quién soy ni por qué he venido.
Me he divertido a ratos, he sufrido en otros, pero ni mis diversiones ni mis
sufrimientos importan a nadie ahora, cuando la escalera se está acabando y ya
tengo un pie en el aire, y enseguida tendré los dos y mi cuerpo se convertirá
también en aire. Con el tiempo no quedará nada de mí; ni una imagen en la mente
de nadie, ni una sonrisa en el
recuerdo de nadie, ni una caricia en la piel de nadie.
Me encanta Carlos! una comparación muy buena porque efectivamente, así es la vida, como una escalera mecánica, como una noria o como un tiovivo... Un abrazo!
ResponderEliminarMe alegro de que te gustara el texto, Ana :) Se me ocurrió escribir algo sobre esto al salir de una estación de metro en Barcelona durante la noche. El texto es un poco trágico, a veces necesito escribir en este tono incluso si no me siento deprimido en absoluto.
ResponderEliminar¡Un abrazo y gracias por comentar!
Que bien describes el ciclo de la vida, como siempre haces que un pensamiento se convierta en un texto reflexivo. Enhorabuena
ResponderEliminarun abrazo
fus
Gracias, Fus. Muchas veces solo necesitas una chispa para desencadenar el texto.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo
Buena idea, Carlos, no se me había ocurrido nunca tal comparación. ¿Y qué nos dices a los que, temerosos, nunca sabemos cuando pisar cuando llega el fin de la escalera?
ResponderEliminarSaludos
Yo creo, Luis, que cuando llega el final de la escalera (o de la escapada) ya no tenemos de qué preocuparnos. Lo importante es tratar de apreciar las vistas irrepetibles que nos ofrece cada escalón.
ResponderEliminar¡Saludos!
(nota:repito comentario por haberme fallado el ordenador, no sé si saldrá dos veces.)
ResponderEliminarNuestro breve paso por la vida es un intento de no ser engullido por una fuerte corriente,intento de "ser".
El texto angustia e imprime velocidad de escalera. Me gusta.
Saludos.
Gracias, Antonio. A veces es difícil resistir al torrente pero, como decía Oscar Wilde, hay que tratar de ser uno mismo, ya que todos los demás puestos están ocupados.
ResponderEliminarUn saludo