viernes, 8 de marzo de 2013

¿Apocalipsis o esperanza cultural?

Hace poco leí “La civilización del espectáculo”, el ensayo en que Vargas Llosa reflexiona sobre la decadencia y la destrucción de la cultura en nuestros tiempos. “La cultura está a punto de desaparecer, y acaso haya desaparecido ya”, afirma en las primeras páginas. La visión del escritor es claramente apocalíptica. Vivimos en un mundo en que “la cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura”. Los productos que fabrican las industrias del cine o la literatura ya no tienen voluntad de perdurar en la memoria y el cerebro de sus consumidores. Se trata solo de generar dinero. Libros y películas son engullidos como hamburguesas. A esto ha conducido, según él, la democratización de la cultura: a la pérdida de su función crítica e intelectual, con la sustitución de escritores y filósofos por futbolistas y actores como referentes de la sociedad.  
 
Vargas Llosa también critica las manifestaciones artísticas recientes, que han abandonado la búsqueda de la belleza. En la misma línea se manifiesta el sociólogo Baudrillard, para quien “toda la duplicidad del arte contemporáneo consiste en reivindicar la nulidad, la insignificancia, el sinsentido y la imposibilidad de un juicio de valor estético fundado”.
Nadie duda de que Baudrillard y Vargas Llosa estén en disposición de establecer juicios de valor estético, y de que sus conocimientos les permiten una visión de conjunto de la historia del arte. Yo soy el primero en defender la lectura de los clásicos y el estudio de las corrientes artísticas del pasado. Sin embargo, nadie tiene el derecho a imponer su visión personal al conjunto de la sociedad. Quizá la gran pregunta sea: ¿para qué sirve el arte? Las respuestas pueden ser variadas: entretenimiento, posibilidad de enriquecerse, de adquirir popularidad… pero creo que su más noble función es su capacidad de ejercer como barrera crítica inalienable, de frenar la opresión y estimular la libertad y la creatividad.
Partiendo desde ese principio, el arte no debe limitarse a la búsqueda de la belleza. Quizá una obra bella se justifique por sí misma, pero necesita algo más para ser trascendente, al menos en estos tiempos en que nos hallamos saturados de “belleza artificial”.  Los artistas deben ser inquietos, experimentar, transgredir… y sus acciones han de ser significativas, sin dejarse arropar por la exageración y la ironía más dócil. Solo así sus actividades (incluso sus desmanes) encontrarán justificación y sentido.
Muchas de las manifestaciones del arte contemporáneo pecan de banales, no me cabe duda, y sus creadores no son muy diferentes de quienes especulan en los mercados bursátiles. Se aprovechan de la mercantilización del arte, del gusto por lo excéntrico que caracteriza a los medios de comunicación y de la pérdida de referentes estéticos para vendernos tiburones a precio de diamante. Por fortuna son solo una parte del entramado, aunque con frecuencia la más visible.
Según Lewis Carroll, “la esencia de la literatura es intentar imaginar la luz de una vela cuando se ha apagado”. Pero, ¿por qué no tratar de encender la luz reflexiva en medio del caos de neón en que nuestros ojos deambulan, sonámbulos? ¿O por qué no alumbrar lo oscuro, aquello que solo nos atrevemos a vivir a través de la ficción o lo imaginado? Decía Tolkien que sus personajes poseen todos la virtud de la valentía, mientras que él era un cobarde. Si los artistas y sus públicos no se atreven a explorar con audacia el mundo contemporáneo, la sociedad quedará condenada a la sumisión y al silencio.    

10 comentarios:

  1. Son muchos los expertos que llevan anunciando el fin del arte desde hace tiempo porque está en decadencia,se ha vuelto consumista y mercantilista,etc,etc.

    Algo de razón tienen. Lo que cuenta ahora es vender y en ese afán de conseguir dinero rápido,se han perdido muchas cosas, además de la belleza: la originalidad (¿cuantas segundas,terceras, cuartas partes se hacen?¿cuántas viejas glorias se han rescatado?), la calidad, las buenas historias que contar... y todo además, vendido a precio de oro.

    Sin embargo, desde mi propia experiencia de mi formación puedo decir que estos periodos son cíclicos. El arte tienen momentos de decadencia y momentos de gloria. Y más pronto que tarde, pasaremos a una nueva etapa de gloria ya que los periodos de crisis profundas, suelen alentar mucho a la creatividad. Bastará con que las nuevas tecnologías se terminen de asentar para llegar a ese nuevo ciclo :). Así servirá para que no sólo quede “a la vista”ese arte tan decadente y podamos tener de todo.

    Sí que es verdad y eso sí lo veo peligroso, mucho más que esa tendencia negativa, es la mala educación cultural que tenemos, que arrastramos (en este país) desde hace tanto tiempo y que con leyes como las del señor Wert y la desaparición de las Humanidades lentamente... sólo conseguiremos empeorarlo aún más. Así sí que estaremos perdidos porque por mucho buen arte que se haga, si no hay quién lo aprecie un poquito...

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  2. Hola, Elena, gracias por tu completa opinión. Estoy bastante de acuerdo con lo que dices, en especial con el último párrafo. En cuanto al momento actual del arte, yo no me atrevería a decir que atravesamos un periodo de decadencia. Creo que eso solo podremos analizarlo con la perspectiva del tiempo.

    Un abrazo

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  3. Estimado Carlos: los tiburones (creadores o especuladores) se aprovechan, en efecto, de cuanto señalas (mercantilización del arte, gusto por lo excéntrico de los medios de comunicación y pérdida de referentes estéticos), para vendernos gato por liebre, pero además, añado yo, se aprovechan de la cada vez más galopante estulticia y falta de conocimiento y cultura de la población mundial: lo que podríamos llamar la “norteamericanización” del mundo, como ya tan lucidamente lo viera (y oliera) Baudelaire en el siglo XIX. Sólo una acción decidida de todos nos rescata de la "sumisión y el silencio". Un caudaloso abrazo!


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  4. Bien dicho, Carlos. La lectura y el disfrute del arte en general es como oxígeno para el cerebro o gimnasia para el cuerpo. Por desgracia muchas personas no han tenido la oportunidad o el interés de acercarse al fascinante mundo del arte y el pensamiento, lo que les convierte en presa fácil de la manipulación.

    Un fuerte abrazo y gracias por tu comentario.

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  5. Es un tema que me gusta y pensaba hablar de ello en mi blog algún día. Vaya por delante mi opinión de que la cultura y el arte no va a desaparecer nunca, pero corre un riesgo de devaluación demasiado interesante. Como comentabas, estamos banalizando su consumo y eso está afectando a su estructura. Por supuesto que no le pasa a toda la cultura, pero me pregunto qué generaciones vamos a crear si están expuestas a tanta cultura sin sustancia...

    ¡Un saludo!

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  6. Así es, Luis, reivindicar la cultura es algo a lo que me parece que todos estamos en cierta medida obligados. Decía Oscar Wilde que la gente sabe el precio de todo y el valor de nada, y creo que eso está sucediendo con la cultura en muchos sectores de la sociedad.

    ¡Saludos!

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  7. En la era de los mercados, del consumismo, en el todo tiene un precio, el arte no iba a ser menos. En el ámbito cultural se produce lo que se consume, y quien monopoliza el mundo artístico establece lo que se consume y, por tanto, lo que se produce. Existen infinidad de películas y libros como ejemplo, artículos de consumo muy demandados pero carentes de cualquier atisbo de arte. No es la primera vez que pasa. Muchos artistas han logrado reconocimiento una vez muertos, tras pasar su vida sumidos en la indigencia (Van Gogh). ¿Se debe esa fama postmorten a un golpe de suerte, o a que los criterios culturales se modifican, evolucionan, y permiten ver años después lo que no se supo ver en vida del artista? ¿Dentro de cincuenta años saldrán nombres de artistas, actuales anónimos, a quienes se les venerará como visionarios, relagando al olvido al famoso mediocre? Con toda seguridad, sí.

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  8. Tienes razón, Francisco. El tiempo en el arte transcurre de una forma distinta, se producen resurreciones milagrosas, muertes repentinas. Con seguridad ha habido grandes obras que han sido injustamente olvidadas, pero el tiempo me parece un medidor más realista del valor de la obra de arte que el precio de mercado.

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