martes, 13 de julio de 2010

El señor

Un señor de mediana edad entró en un restaurante de nombre artístico: Francisco de Goya. El rótulo luminoso sugería que aquel local se transformaba en un bar animado y lujurioso durante la noche. Abrió el pomo de la puerta, que simulaba el aspecto de un corazón, con cuidado y casi a cámara lenta, como si de verdad le estuviera abriendo el corazón a una persona. Un chorro de luz entre azulada y violácea y una suave sensación de calor le recibieron en la entrada. Dos camareras atractivas, una africana y otra asiática, le saludaron con dos sonrisas idénticas.
-¿Qué desea, señor?— preguntó la africana con un timbre grave y alegre.
-Comer, si es posible.
-Pol aquí— indicó la china, casi con una reverencia en la voz y en el porte.
El señor siguió a la camarera asiática, que le condujo a un piso inferior donde había varias mesas, todas sin ocupación.
-Donde usté guste.
El señor (que era calvo y bastante gordo, de movimientos pausados) se sentó en un rincón y esperó. El comedor lo atiborraban copias baratas de algunos de los cuadros más famosos de Francisco de Goya: dos majas, una bien desnuda y otra bien vestida (pero ambas mal pintadas), le observaban desde el extremo superior derecho de la estancia. Enfrente tenía el rostro sin autoridad de Carlos IV, rodeado de sus familiares más cercanos, y a su izquierda notaba la mirada de seis niños simpáticos y dos duques maduros. También figuraban representaciones de perros, de paisajes y de jóvenes en la flor de la vida. De las pinturas negras o de los desastres de la guerra no había ni rastro. Supuso que los encargados juzgaron inapropiada la presencia de temas inquietantes para acompañar a los comensales.
La camarera china apareció de nuevo con su sonrisa de papel reciclado, sosteniendo una libreta en su mano izquierda y un bolígrafo en la derecha.
-¿Comerá de menú, señol?
El señor, o señol, se rascó la calva antes de contestar.
-Para saberlo necesito ver todos los platos.
-Claro. Ahora vuelvo, señol.
Al cabo de un minuto reapareció la señorita con una carta de plástico. En la portada figuraba otra representación de la maja desnuda. Pensó por un momento que preferiría ver a la china desnuda antes que a la maja desnuda, pues la camarera, pese a su escasa estatura, tenía buen tipo, con unos pechos prominentes que se insinuaban bajo el escote de su vestido azul.
-Aquí tiene, señol.
-Perdone, pero creo que no me entendió bien. Le dije que necesitaba VER todos los platos. Como comprenderá, leer su nombre escrito no me ayuda en nada.
La china parpadeó varias veces y se tocó su melena morena, rasgándose dos o tres pelos.
-No entiendo, señol.
El hombre habló despacio y levantó un poco la voz, esforzándose en vocalizar.
-Lo que de verdad le agradecería es que me trajese todos los platos que tienen en el restaurante. Sólo entonces podría determinar cuál de ellos voy a elegir.
Como la camarera parecía igual de desorientada, el señor aclaró su petición, mientras miraba alguna de las propuestas de la carta.
-Cuando hablo de platos no me refiero a los recipientes, sino a la comida. Parece que tienen ternera guisada, lomo, rape… entre otras cosas. ¿Podría traerme todo para que pudiera decidirme?
-Un momento.
La camarera asiática subió las escaleras casi corriendo. Al señor le llegó un rumor de voces airadas desde el piso de arriba, pero no entendió ni una palabra. Quien bajó esta vez fue la camarera africana, pisando fuerte con sus tacones y ajustándose su camiseta blanca de tirantes. No había sonrisa en su rostro, sino una sobredosis de seriedad. Su voz potente retumbó en la estancia vacía.
-Mi compañera Xiuxiu dice que usted no se decide a pedir ningún plato. Dice que quiere verlos todos antes de elegir. No sé si ha querido burlarse de mi amiga, pero sabe que eso no es posible, así que pida algo o márchese.
Esta vez fue el señor quien parpadeó confundido. Nunca habría imaginado que su petición provocase una reacción tan violenta, contrastada con la simpatía con que las chicas le recibieron.
-Debe de haberse producido un malentendido. En absoluto quise burlarme de la señorita Xiuxiu. Si no es posible ver todos los platos, me gustaría al menos conocer los del menú. Yo no soy capaz de decidirme por un plato si antes no lo he visto y olido.
La camarera africana se cruzó de brazos y observó ceñuda al señor.
-Está bien, le sacaré los platos del menú. Espere.
Las dos camareras bajaron cinco minutos más tarde. La africana, que parecía una giganta al lado de su compañera, llevaba dos platos y la asiática, cabizbaja y con los ojos hinchados, portaba un tercero.
-Aquí están los tres platos del menú. A ver con cuál se queda el señor —la africana se ensañó con la última palabra, como retorciéndola en la boca hasta disolverla.
El hombre tenía ante sí un plato de macarrones a la boloñesa, uno de lentejas y una ensaladilla rusa. Los inspeccionó con los ojos bien abiertos, pasando la mirada de uno a otro, concentradísimo. Después se levantó del asiento para olerlos de cerca. Casi enfangó su nariz con el caldo de las lentejas y con la salsa de los macarrones. Cuando hubo concluido su inspección, se dirigió a las dos camareras. La africana, otra vez cruzada de brazos, lo miraba desafiante, y la china mantenía la vista fija en las viandas.
-Siento haberles causado tantas molestias. En condiciones normales les pediría que me dejaran probar sus alimentos, y entonces tomaría la decisión final. Pero, como no deseo importunarlas más, y se me está haciendo un poco tarde, creo que hoy me quedaré sin comer. Buenas tardes.

2 comentarios:

  1. Qué tal! Vengo por el blog de Martín Petrozza.

    Me han gustado tus textos, aunque en particular éste relato me dejó con una sensación rara (no sé, esperaba que llegaras a algún lugar con lo que contabas). Regresaré a menudo,

    Saludos!,

    G.

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  2. Hola Gustavo, un gusto tu presencia en el blog. Yo también me pasaré por el tuyo frecuentemente.

    Saludos

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