La sonrisa
era la más triste de todas las expresiones. Carecía de libertad, no era más que
una mueca. El hombre dueño de aquella sonrisa abusaba de ella, utilizándola en
cualquier momento y circunstancia. La usaba para disimular,
para engañar, para burlarse y despreciar a sus innumerables enemigos. La sonrisa no tenía más
remedio que cumplir su función y camuflar sus verdaderos sentimientos, que la
habrían empujado a llorar de pena y rabia.
No había
nadie en el mundo cuya desgracia fuese comparable a la de la sonrisa, con la
excepción de su dueño. Un hombre con la mentira impresa en su rostro, incapaz
de sentir verdadera alegría.
Cuando el
hombre murió, abandonado por todos, la sonrisa comprendió que su venganza sería eterna. Por primera vez, sonrió con sinceridad absoluta.
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