Había una vez un joven escritor que deseaba conocer a la
Inspiración y nutrirse de ella. Escuchó que estaba predicando en un pueblo y se
dirigió hacia allí. Por el camino se encontró a un anciano que acarreaba una
gran carga de leña. Sin saber por qué, se le ocurrió que aquel hombre debía de
haber experimentado grandes aventuras y que podía ser el protagonista de su
novela. Se quedó observándole ensimismado (tal vez un par de horas), hasta que lo
perdió tras unos arbustos. Al llegar al pueblo, el escritor descubrió lleno de
pesadumbre que la Inspiración se había marchado.
Preguntó en varias casas, averiguó su nueva ruta y se puso en marcha. Cerca de
su destino divisó a una mujer desnuda que nadaba en un lago. Le dio la
sensación de que no lo hacía con demasiada habilidad; cuando se acercó a la
orilla, comprobó con horror que se había ahogado. El tiempo que perdió con el
incidente provocó que la Inspiración se le escapase de nuevo.
Pasaron décadas y el joven se convirtió en un viejo leñador cuyos
libros nunca salieron de su mente. Por más que persiguiese a la Inspiración en
cualquier parte y por cualquier medio, siempre llegaba tarde.
Un día le soplaron que se hallaba en un pueblo próximo, pero que
estaba muy enferma y no viviría mucho. Confió en que, en tan penosas
condiciones de salud, no se le escabulliría. Recorrió a gran velocidad el
sendero que conducía al hospital donde la Inspiración agonizaba. La emoción se
le desbordaba en la sangre. Sus febriles conjeturas acerca de los ojos, la voz,
la personalidad y los pechos de la Inspiración fueron demasiado para él y
padeció un infarto. Cuando recuperó el conocimiento, estaba en la sala del
hospital y le atendía una bella enfermera. Al verla, sus pulsaciones se
aceleraron y lanzó un grito: “¡Por fin he encontrado la Inspiración!” Segundos
más tarde, su corazón se detuvo.
La inspiración jamás debería ser tirana de la creación. Y será necesario, poder abarcarla...
ResponderEliminarUn gran abrazo, Carlos Gamissans!
Siempre he tenido la teoría de que confiar únicamente en la inspiración es condenarse a pasar hambre.
ResponderEliminar¡Un abrazo y gracias por comentar!
Inspiración, talento, técnica y... ¡un buen mecenas! (O unos cuantos pesos, dólares, euros... que no tengo). La industria editorial está bastante tirana... y los pobres escritores nos vemos en la necesidad de apoyarnos unos a otros, lo que no está tan mal después de todo. Éxitos. Nos estamos escribiendo. Te devuelvo el favor.
ResponderEliminarAndrea V. Luna
http://andreavluna.blogspot.com
No hay favor en aquello que se hace por placer :) Nos leemos.
ResponderEliminar¡Saludos!
Ingenioso cuento o fábula con cierto suspense, aunque lo que el leñador encuentra al final no sé yo si llamarlo inspiración :-)
ResponderEliminarLa inspiración está en todos los lugares y en todo momento, pero muchos miran sin ver y oyen sin escuchar.
Gustau (Quanta)
¿La inspiraciòn llega o se busca?
ResponderEliminarun abrazo
fus
PD. Me ha gustado tu relato.
Pobrecillo.
ResponderEliminarY pensar que se encontró con ella en todas las ocasiones en que la buscaba y no supo reconocerla en ninguna de ellas :)
Yo creo que la inspiración está dentro de nosotros, aunque a veces se manifiesta a raíz de una impresión exterior. Por supuesto, hay que cultivarla con una mirada atenta. En mi opinión, no es algo tan súbito como suele pensarse.
ResponderEliminarAbrazos
Está muy bien, como siempre, Carlos. Casi que interpreto que la moraleja es que no pierdas todo el tiempo con buscar a la inspiración ya que es ella la que se aparece a ti cuando menos te lo esperas. Y bien cierto es, compañero. Incluso observando un árbol te puedes imaginar una aventura en una selva. Te felicito y te animo a continuar regalándonos tus relatos y pensamientos, ya que siempre son dignos de ser leídos.
ResponderEliminarGracias por tus palabras, Jacacos. Es un placer compartir textos con lectores como tú.
ResponderEliminarSaludos
Joder, qué pobre hombre. Ambos, más bien. Lo que no he entendido muy bien es la "moraleja" del relato :S
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