domingo, 27 de febrero de 2011

Sobre supernovas y otras especies





Ahora que he cumplido, en un día histórico para nadie salvo yo, veintidós primaveras un veintidós de febrero, y por tanto ya tengo muchos más años de los que puedo recordar, he decidido explorar los orígenes, no de mi vida, sino de todas las vidas. Buceando entre agujeros negros han iluminado mi viaje las fascinantes supernovas.

Pero, ¿qué es una supernova? Es difícil explicar lo que sobrepasa los límites de la imaginación. Solo puede hacerse a través del lenguaje figurado, así que la definiremos como el canto del cisne de una estrella. Antes de su desaparición, algunas estrellas liberan una inmensa cantidad de energía e irradian una luminosidad extraordinaria. Este fulgor puede sobrepasar al de una galaxia entera, compuesta por millones de estrellas. ¿No es increíble que una sola rivalice en esplendor con un ejército? ¡Qué maravillosa forma de extinguirse! Es como si deseara que todo el universo la contemplase una última vez antes de despedirse para siempre.

Mas los astros que han originado una supernova dejan una huella imperecedera en el cosmos: las estrellas de neutrones, con una densidad enorme que recuerda el peso de su legado. Así ocurre, a la escala de este pequeño planeta, con algunos seres humanos escogidos para la eternidad, cuyo legado reside en la memoria de sus congéneres.

Ahora bien, existe otro tipo de supernova aún más espectacular. Es aquella que se produce cuando una estrella atrae la materia de otra y ambas se fusionan, convirtiéndose en una única fuente de luz inaudita. ¿No será, acaso, un recordatorio astral de que el amor es la energía más poderosa que existe? Y, como tal, el amor no se destruye: se transforma, se reinventa y se redirige.

Estoy convencido de que las estrellas tienen alma y nos dan sabias lecciones desde su atalaya en el firmamento. Tal vez descifraríamos sus mensajes si miráramos de vez en cuando por encima de nuestras cabezas.

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