-Esta vez vamos a hablar claro tú y yo.
-¿Tú y yo? ¿Eso significa que no somos la misma cosa?
-La misma cosa, jamás. Pertenecemos, eso sí, a la misma entidad corporal. Habitamos el mismo cuerpo, pero no somos en absoluto lo mismo.
-No lo entiendo.
-Ese es el primer error: querer entenderlo todo. No es necesario en absoluto. Lo primero que debes hacer es liberarte de tus pensamientos. No de todos, por supuesto, pero sí de aquellos que te hacen retroceder en vez de avanzar.
-¿Avanzar hacia dónde?
-Hacia la muerte, desde luego.
-Preferiría alejarme de la muerte, mientras sea posible.
-Ese es otro error fundamental: el miedo a la muerte anula todo placer de la vida. Uno debe saber que cada segundo que transcurre lo acerca sin remisión a su muerte orgánica. De ello se infiere que… ¡puedes hacer lo que te venga en gana!
-Tengo sueño.
-Duerme, entonces.
(Unas dos horas más tarde)
-¿Qué tal has dormido?
-Bien, pero mal. Es decir, no entiendo por qué se ha acabado así, de repente. He notado la ligereza del sueño, el alivio del dolor, y de pronto vuelvo a estar despierto.
-Despertar es lo mismo que renacer. Nunca se está preparado para ello. Ahora debes concentrarte en esa sensación de levedad. Debes hallar la manera de fluir en una corriente generada por ti mismo. Soñar despierto sin contornearse ni tropezarse con las propias ambiciones… ésa es tu meta.
-Yo despierto solo tengo pesadillas.
-Porque no estás auténticamente despierto. Cuando duermes estás despierto, y cuando estás despierto duermes sin soñar.
-¿Es usted Platón o Freud?
-Solo soy una parte despierta de ti mismo.
-Si tanta sabiduría tienes, ¿qué haces dentro de mí?
-Yo no estoy dentro, sino a tu alrededor. Siempre que trato de mirarte me das la espalda y sales corriendo. No desespero, sin embargo, de enseñarte todavía una parte de lo que ya sabes.
-¿Aprender es recordar?
-Aprender es olvidar lo que te han enseñado.
-Empiezo a pensar que eres Mefistófeles.
-No voy a comprarte el alma. Tan solo pretendo revalorizarla.
.-Sí, ya me han quedado claras tus buenísimas intenciones. Pero sigo sin saber quién eres. Para empezar, ¿desde dónde me estás hablando?
-Te hablo tanto desde la parte derecha de tu cerebro como desde la izquierda. Mis palabras describen un circuito interconectado con el mundo exterior.
-Ah, entonces eres un virus.
-En ese lenguaje, yo sería más bien un actualizador.
-Me estás dando dolor de cabeza.
-Necesitas reiniciarte, eso es todo. Te duele la cabeza porque la tienes muy dura y frágil.
-¿Cómo…? Bah, déjame en paz.
-No tienes que pensar en lo que digo. Simplemente asúmelo y relájate. Ya es hora de que te levantes de la cama. Predigo que afuera el sol resplandece. Las sábanas no te protegen: te asfixian.
-Yo predigo que fuera hace frío y hasta puede que llueva. ¿Ahora te haces pasar por el hombre del tiempo?
-No hay hombre del tiempo, sino tiempo del hombre. El tiempo es el único préstamo que no tenemos que devolver. Deberíamos estarle agradecidos, en lugar de culparlo de nuestras desdichas.
-Me voy a levantar, pero solo para dejar de oírte.
-¡Magnífico!
-¿Tú y yo? ¿Eso significa que no somos la misma cosa?
-La misma cosa, jamás. Pertenecemos, eso sí, a la misma entidad corporal. Habitamos el mismo cuerpo, pero no somos en absoluto lo mismo.
-No lo entiendo.
-Ese es el primer error: querer entenderlo todo. No es necesario en absoluto. Lo primero que debes hacer es liberarte de tus pensamientos. No de todos, por supuesto, pero sí de aquellos que te hacen retroceder en vez de avanzar.
-¿Avanzar hacia dónde?
-Hacia la muerte, desde luego.
-Preferiría alejarme de la muerte, mientras sea posible.
-Ese es otro error fundamental: el miedo a la muerte anula todo placer de la vida. Uno debe saber que cada segundo que transcurre lo acerca sin remisión a su muerte orgánica. De ello se infiere que… ¡puedes hacer lo que te venga en gana!
-Tengo sueño.
-Duerme, entonces.
(Unas dos horas más tarde)
-¿Qué tal has dormido?
-Bien, pero mal. Es decir, no entiendo por qué se ha acabado así, de repente. He notado la ligereza del sueño, el alivio del dolor, y de pronto vuelvo a estar despierto.
-Despertar es lo mismo que renacer. Nunca se está preparado para ello. Ahora debes concentrarte en esa sensación de levedad. Debes hallar la manera de fluir en una corriente generada por ti mismo. Soñar despierto sin contornearse ni tropezarse con las propias ambiciones… ésa es tu meta.
-Yo despierto solo tengo pesadillas.
-Porque no estás auténticamente despierto. Cuando duermes estás despierto, y cuando estás despierto duermes sin soñar.
-¿Es usted Platón o Freud?
-Solo soy una parte despierta de ti mismo.
-Si tanta sabiduría tienes, ¿qué haces dentro de mí?
-Yo no estoy dentro, sino a tu alrededor. Siempre que trato de mirarte me das la espalda y sales corriendo. No desespero, sin embargo, de enseñarte todavía una parte de lo que ya sabes.
-¿Aprender es recordar?
-Aprender es olvidar lo que te han enseñado.
-Empiezo a pensar que eres Mefistófeles.
-No voy a comprarte el alma. Tan solo pretendo revalorizarla.
.-Sí, ya me han quedado claras tus buenísimas intenciones. Pero sigo sin saber quién eres. Para empezar, ¿desde dónde me estás hablando?
-Te hablo tanto desde la parte derecha de tu cerebro como desde la izquierda. Mis palabras describen un circuito interconectado con el mundo exterior.
-Ah, entonces eres un virus.
-En ese lenguaje, yo sería más bien un actualizador.
-Me estás dando dolor de cabeza.
-Necesitas reiniciarte, eso es todo. Te duele la cabeza porque la tienes muy dura y frágil.
-¿Cómo…? Bah, déjame en paz.
-No tienes que pensar en lo que digo. Simplemente asúmelo y relájate. Ya es hora de que te levantes de la cama. Predigo que afuera el sol resplandece. Las sábanas no te protegen: te asfixian.
-Yo predigo que fuera hace frío y hasta puede que llueva. ¿Ahora te haces pasar por el hombre del tiempo?
-No hay hombre del tiempo, sino tiempo del hombre. El tiempo es el único préstamo que no tenemos que devolver. Deberíamos estarle agradecidos, en lugar de culparlo de nuestras desdichas.
-Me voy a levantar, pero solo para dejar de oírte.
-¡Magnífico!
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