martes, 14 de abril de 2015

La muerte del padre y el diario de mi mente


 

Acabo de terminar mi lectura de "La muerte del padre", primera de las seis partes que componen la novela autobiográfica (si tal concepto tiene sentido) del escritor noruego Karl Ove Knausgård. Confieso que me ha aburrido en algunas fases en que el autor se recrea innecesariamente y de forma repetitiva en detalles de escaso interés. Sin embargo, otros fragmentos poseen notable altura literaria e intelectual. Todavía no he decidido si leeré la segunda parte,  "Un hombre enamorado", ni la tercera, cuya traducción llegará pronto a nuestro país. Creo que necesito un descanso de su prosa meticulosa. De todos modos, la novela me ha servido para reflexionar sobre el fenómeno de la autoficción, tendencia seguida en diferentes grados de intensidad por autores tan brillantes como Coetzee, Sebald o Vila-Matas.    

Los escritores recurren cada vez más a su experiencia como materia prima de sus artefactos literarios. Narrar tu vida es una buena manera de poner en orden tus recuerdos; incluso te ayudar a entender qué importa de lo que has vivido. Pero quizá habría que escribir un libro para ti mismo y otro para los lectores. Tal vez lo que consideras más esencial no deseas compartirlo. La osadía y, para algunos, la falta de ética del proyecto de Knausgård consiste en retratar a sus seres queridos sin ningún tipo de idealismo (incluso con dosis considerables de crudeza). Es válido explotar tu propia persona para sacarle jugo a tus libros, ¿pero también sirve hacerlo con otros que a lo mejor no desean aparecer en sus páginas?
 
El documento más largo de mi ordenador se llama “Diario de mi mente”. Ronda las 250.000 palabras. Mi novela "Desconexión" apenas supera las 50.000. De mi diario mental solo comparto fragmentos escogidos. A veces escribo textos “en bruto” que destilo más tarde en relatos, poemas o artículos de opinión (como este mismo, por ejemplo). Otras veces reutilizo el material, lo adapto al contexto y lo pongo en boca de un personaje. A pesar de que en el diario no describo los sucesos de mi vida (si acaso los de mi mente, o una parte), no me haría la menor gracia que se hiciera público. Está lleno de contradicciones, tonterías y bravuconadas. No borro ni corrijo nada ni sigo ningún hilo, más allá de la ocurrencia del instante. Lo empecé, creo, con 19 años bautizándolo “Cogitaciones” en uno de mis arrebatos de cultismo. Ya a los 26 apenas me reconozco en sus primeras páginas (escupidas, al parecer, durante una clase de mi primer curso universitario). Pero no entendería mi pulsión por la escritura sin la existencia de este caótico galimatías.   
 
La publicación de un texto cambia su naturaleza. Si pienso que nadie va a leer lo que escribo puedo mostrarme más sincero, más íntimo. No necesito impresionar a nadie. Ni siquiera necesito escribir bien (lo cual no necesariamente perjudica la calidad de lo escrito). Cuando empecé "Desconexión" decidí que tenía que aprovechar el inmenso volcán de palabras de mi diario mental. Atribuí al protagonista algunas de mis reflexiones (las que, según mi criterio, mejor se adecuaban a su personalidad), introduje ciertos temas sobre los que había meditado y, en suma, consideré buena idea hacer un uso más directo de mis experiencias en la novela, aunque esta no tuviera nada de autobiográfico. No me arrepiento de ello, pero a la vez soy consciente de que un escritor debe tener la capacidad de contar de manera verosímil lo que no ha vivido. De lo contrario, su escritura quedará constreñida a su propia experiencia, que nunca será tan interesante para los lectores como para sí mismo.
 
Me gustaría saber qué pensáis de este intrincado asunto de la autoficción. Como lectores, ¿os gustan las historias con un componente autobiográfico? Como escritores, ¿os nutrís de los sucesos cotidianos para armar vuestros relatos o, por el contrario, los concebís de manera independiente? 

martes, 7 de abril de 2015

Entrevista a Ricardo, protagonista de mi novela "Desconexión"


La entrevista de hoy es diferente a todas las que he realizado en mi vida y, por tanto, estoy un poco nervioso. No tengo ni idea de cómo va a salir. El entrevistado es un personaje especial, alguien en quien he pensado mucho y que ha influido poderosamente en mi escritura. Sin él mi libro Desconexión no habría existido, o al menos habría tomado un aspecto muy diferente. Hablo de Ricardo Expósito Duarte (hay quienes lo llaman simplemente R.E.D.), protagonista y narrador de mi primera y de momento única novela. La entrevista la he realizado a través de partículas cuánticas que conectan nuestro planeta con el universo de los seres de ficción.

Hola, Ricardo, es un honor conocerte en persona. Debo confesar que te imaginaba más pálido y enclenque.
-Las cosas han cambiado mucho desde que escribimos aquella historia. Ahora me paso los días en el gimnasio, tomando el sol en la playa, navegando en mi yate… Gracias a mi autobiografía (¿o debería decir tu novela?) soy un personaje famoso y me sobra el dinero, así que me estoy tomando un año sabático.

¡Qué suerte! En mi caso, no creas que el libro me esté reportando beneficios millonarios. ¿No podrías enviarme una transferencia?
¿Por qué iba a hacer tal cosa? El personaje que creaste me parece espantoso, por lo menos en las primeras páginas. Joder, es que dices que no sé ni freír un huevo frito sin la ayuda de Internet. No soy gilipollas, ¿vale? Ahora te aguantas. Es más, quizá debería reclamarte dinero por haberte apropiado de mi imagen y haber hecho un uso indebido de ella. Solo te perdono porque soy millonario. No sé ni por qué te he concedido esta entrevista, realmente no te lo mereces.

Hay gente que me pregunta si tú y yo nos parecemos. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
¡Ya te gustaría parecerte a mí! Soy un tipo más complejo e interesante de lo que describes. En el libro solo reflejas mis primeros pasos en la vida, cuando aún no confiaba en mí mismo y solo me expresaba a través de la Red. Hiciste algo parecido al director de la película sobre Facebook, en la que Zuckerberg aparece como un friki que no se sabe relacionar, cuando a mí me parece un capo de vuestro mundo. Sin duda el tipo más inteligente que mencionas en “Desconexión” (además de mí, claro está).

Por lo que deduzco de tus palabras, la novela no te convence demasiado…
A ver, no me entiendas mal. Tiene cosas interesantes, tiene su punto. Al menos las partes en que permites que me explaye son buenas. El problema es que a veces se te va la pinza. Que si esta chica no sé qué, que si el vodka no sé cuántos… te has empeñado en sacar solo la peor parte de mi personalidad. Me sentiría muy resentido contra ti si no fuera por la enorme felicidad que me embarga en estos momentos, cuando el sol se despide en la orilla del atardecer y una joven escultural acaba de pasar en top less guiñándome el ojo.

¿Ya no sientes nada por Julia Casado, la chica con la que mantenías una ciber-relación al principio de la novela?
Joder, qué pechos, madre mía…. Perdona, no te estaba escuchando. ¿Qué decías?

Es igual… Ando un poco desconectado de vuestro mundo. ¿Al final qué sucedió con  Internet?
No lo sé, aquí en la playa es lo último en lo que pienso. Me he vuelto un neoludita. No entiendo esa obsesión de la gente por móviles, tabletas y ordenadores. Cuanto tienes una vida feliz e interesante, no necesitas recibir whatsapps o comentarios en las redes sociales para aumentar tu autoestima, sentirte popular o crearte falsas esperanzas. Te basta con ver tu propio rostro sonriente brillando en el agua cristalina. Ayer vino un tipo a mi apartamento de lujo para ofrecerme un ordenador y lo eché a patadas. No quiero saber nada de todo eso. Quiero distanciarme lo más posible del personaje que creaste y ser yo mismo. Ya no te necesito. De verdad, por mí puedes desaparecer. Yo seguiré a mi rollo tan tranquilo.       

Mira, estás empezando a cabrearme con tu chulería. No sé si eres consciente de que ahora mismo podría entrar en Amazon y suprimir el libro que te ha hecho famoso. Volverías a la nada.
Jajajaja. Me parto contigo. ¿En serio te crees en condiciones de amenazarme? Por más que lo intentaras, no tienes poder para borrarme. Ya hay gente que ha leído mi historia, ya hay gente que se ha encariñado conmigo y no me olvidará nunca. Desde el momento en que se publica un libro, pasa a pertenecer a los lectores. ¿Te haces llamar escritor y ni siquiera sabes eso? Igual deberías dedicarte a otra cosa.

En fin, Ricardo. No estoy dispuesto a que me des lecciones, precisamente tú. Disfruta de esa vida maravillosa en tu mundo de ficción. Por lo que a mí respecta, procuraré crear personajes más agradecidos en mis próximas novelas.   

miércoles, 1 de abril de 2015

Muerte bajo la lluvia

Aparcar en Barcelona es tarea ardua. Cuando lo consigues entras poco menos que en un estado de euforia. Más aún si la ubicación es adecuada y ya llegabas con retraso a la actividad que te había impelido a coger el coche. Al atrapar una plaza sientes que todo lo demás va a funcionar solo. Craso horror. Olvidas las precauciones que cualquier persona no barcelonesa (y que además carece de habilidades de orientación) debe tomar incluso para los más breves trayectos. Quien no tiene cabeza tiene móvil. ¡Apunta la dirección, maldita sea! 
No solo el afortunado aparcamiento no supuso ninguna señal auspiciosa que se confirmara después. Al terminar la inspección de un piso apenas amueblado cuya habitación alquilaban a precio de oro, un tremendo aguacero empapó las calles en menos de lo que tarda un catalán en exhibir su bandera. La atmósfera se volvió tan plomiza y grisácea que me costó reconocer dónde me hallaba. Y, lo que es peor, no tenía apuntada la dirección donde había estacionado mi vehículo.
 
Comenzó entonces una epopeya que nunca olvidaré mientras me libre del mal de Alzheimer. En apenas un par de minutos me encontraba calado por completo. Mi chaqueta (no impermeable, por supuesto) chorreaba desde el cuello hasta las mangas provocándome temblores de intensidad creciente. No pierdas la calma. ¡Joder, habías aparcado muy cerca!
Traté de recuperar la sensación de sosiego que me había invadido cuando dejé el coche perfectamente alineado con el resto de la fila, pero por desgracia se había desvanecido junto al tímido sol que se levantara en lo que ya parecía un día, un mes, un año diferente y remoto. Subí una calle, otra, la siguiente, la anterior. Volví al punto de partida y escruté el suelo como si esperara que mis pasos hubiesen dejado huella en alguna parte. La gente se refugiaba en bares, comercios y portales, pero yo me negaba porque ello suponía aceptar mi derrota absoluta. Prefería dejar mi ropa y mi salud a merced de la lluvia, que burlonamente redoblada sus esfuerzos.  
 
La locura no tardó en someterme. Andaba a gran velocidad con ojos desquiciados, imaginando un Renault Twingo en cada esquina. Todo el que se topó conmigo aquella tarde debió de verme como un perturbado recién salido del manicomio sin prescripción psiquiátrica. Y el coche no aparecía. Las luces de los establecimientos, aliadas con la impenitente lluvia en el afán de trastornarme, nublaban mi vista cual media docena de copas que de pronto te empañan los ojos y la mente. Iba lanzando gritos de desesperación y rabia que rebotaban contra el aire y volvían a mí envueltos en la indiferencia más absoluta. ¿Dónde estás, coche de mierda? ¡La puta madre que te parió, lluvia asquerosa! Ya no eran palabras sino vísceras lo que salía de mi boca.    
 
Uno puede preguntar por la entrada de un parking, por un bonito restaurante, por un renombrado edificio, por una calle concreta o hasta por un prostíbulo, pero no por un Renault azul aparcado en los alrededores. Nadie se fija en esas cosas. Además, ¿a quién coño le iba a preguntar si todos se habían escondido? La lluvia les amilanaba como si creyeran que podía fulminarles. Llegó un punto en que el agua me resbalaba, no la oía ni la sentía cayendo sobre mi cabeza, pues había penetrado en cada uno de mis órganos. Amenazaba farolas, increpaba portales, invocaba la presencia de mi vehículo con furia y resentimiento, pero también con tristeza y ternura.          
 
Lo hallé cuando ya no lo buscaba. Mis lágrimas eran el eco de la lluvia y casi no tenía fuerzas para seguir pataleando en mitad de los charcos que cubrían la calzada. Mi mente proyectaba fotografías imposibles: olas congeladas por el rayo, un salvavidas que flota con ironía representando el último resto de un naufragio, el estornudo de Neptuno que provoca los maremotos, yo ahogándome en una cisterna, una ballena aplastándome bajo su peso… Se me confundían las piernas con las espinas, las manos con las aletas y los ojos con las branquias, quizá porque creía estar nadando y al mismo tiempo huía del agua que no cesa, que no cesará hasta inundar el mundo.
 
No sé si lo encontré, él me encontró a mí o la lluvia me lo trajo. Pero no fue alegría ni alivio lo que sentí al ocupar, todavía confuso y asombrado, su asiento extrañamente seco. Más bien, acaso, la sensación de miedo e inseguridad propia del momento sagrado y olvidado del nacimiento, cuando te arrancaron con brutalidad la convicción de que el útero materno constituye el cosmos.
 
¿Sabría conducir después de aquello? ¿Estarían vivos mis pies bajo el paraguas de las botas? ¿Cómo se pone la primera?  

jueves, 26 de marzo de 2015

Un grupo de enemigos de la tecnología destroza cientos de aparatos electrónicos


Decenas de hombres y mujeres se reunieron esta tarde en la plaza de España para realizar una estrafalaria protesta. En primer lugar colocaron cientos de ordenadores portátiles, móviles, tabletas, módems y otros aparatos tecnológicos en el centro de la plaza. A continuación un hombre maduro, calvo, fornido y de barba espesa, con aspecto y ademanes amenazantes, se subió a un banco con un altavoz para pronunciar un breve discurso.
Se hace llamar Mariano Rompepecés y es quien lleva la voz cantante en esta organización de neoluditas decididos a erradicar ordenadores y smartphones de nuestras vidas para “salvar a la humanidad de un destino trágico”, según explicó su líder.  Mariano cargó contra “las estupideces de la vida moderna” encarnadas en sus aparatos y ejemplificadas en la familia que se precipitó por un barranco para sacarse el mejor selfie posible.


Tras terminar su arenga, hizo sonar un tambor que resonó cual cuerno de guerra como símbolo del inicio de su cruzada. Era la señal que aguardaban los neoluditas para abalanzarse sobra las máquinas y destrozarlas con palas, martillos, bates de béisbol y otras herramientas destructivas. Una extraña coordinación, como si los manejaran por control remoto, parecía dirigir sus movimientos (lo que no impidió que algunos sufrieran heridas de carácter leve). Miles de microchips quedaron pulverizados en segundos y pedazos de cristal líquido saltaron en todas direcciones.

 
Pero los alborotadores aún no tenían suficiente. De carpetas y bolsas sacaron fotografías de símbolos o personajes importantes en la historia de Internet (retratos de sus impulsores captados en yates o playas paradisíacas, buscadores, navegadores, marcas de informática) y les prendieron fuego. Una columna de humo rasgó el aire mientras entonaban himnos indescifrables con la mano en el pecho. En su expresión latía, acaso, una reminiscencia del ensañamiento medieval contra la brujería.
Los neoluditas llevaban cubos de agua y extintores, pero aun así el fuego se descontroló, como si los símbolos de la Red se negaran a consumirse sin protestar. El tronco de uno de los ailantos que flanqueaba la avenida empezó a arder junto a la sonrisa de Mark Zuckerberg. Los gritos se redoblaron y el grupo se dispersó, temeroso de las llamas. El ruido alertó a la policía, que intervino para sofocar el incendio y detener a varios de los camorristas.
Carcasas de móvil aplastadas, teclas sueltas, pantallas destrozadas… ¿serán una metáfora del porvenir? Cada vez son más fuertes los rumores de que Internet está en grave peligro y que en los próximos meses podría producirse una desconexión global...

martes, 17 de marzo de 2015

Mi novela "Desconexión" ya está disponible en papel

¡Mi novela “Desconexión” ya está disponible en papel! La historia de Ricardo, un joven que vive más en Internet que en el mundo físico hasta que la red deja de funcionar por causas misteriosas, ya puede leerse tanto en digital como en formato tradicional. He quedado muy contento con la calidad del libro impreso (nada que objetar a los servicios gratuitos que ofrece CreateSpace, la filial de Amazon para estos menesteres). Por tanto he decidido ponerlo a la venta en todos los mercados disponibles. El libro en papel cuesta algo menos de seis euros. Tarda unos días en llegar porque lo imprimen en Estados Unidos y lo envían a domicilio. El precio final puede subir alrededor de un euro por los gastos de envío (Amazon te indica la cantidad exacta antes de confirmar el pedido).  Si os animáis a comprarlo, espero que disfrutéis con su lectura y que me deis vuestro feedback. De momento ya he recibido la primera reseña y me han puesto 4 estrellas sobre 5 (aunque también me han metido un poco de caña, lo cual agradezco).
 
Me siento emocionado al ver convertido en objeto físico lo que al principio no era más que un montón de palabras e ideas desparramadas en el portátil. He tratado de dar lo mejor de mí como escritor e incluso como editor de mi propia novela (os aseguro que ha sido un reto, también la segunda parte). En cierta medida, mi papel en esta historia concluye con la publicación del libro en ambos formatos. Ahora ha llegado vuestro momento. Vosotros, los lectores, tenéis la potestad de juzgar el resultado de mi trabajo.
 
A mí solo me queda continuar la labor de promoción (confío que sin resultar cargante ni vulgar), al tiempo que incubo ideas para próximas historias. Ya hay dos que me seducen por encima de las demás. Una de ellas creo que se convertirá en una novela corta y la otra, quizá, ocupe mayor extensión. Por ahora no son más que embriones de un hipotético universo ficcional. Pero confío en que algún día el lector pueda sumergirse en ellos como ya puede hacerlo con “Desconexión”.
 
También planeo reeditar mi primer libro de relatos, “Juicio a un escritor”, y publicar una segunda colección de cuentos que he ido perfilando durante el último año. Mientras tanto, procuraré seguir aprendiendo de la vida y de la escritura para brindaros historias que, ojalá, lleguen a emocionaros y a estimularos como lo ha hecho conmigo la obra de tantos escritores a los que me gustaría parecerme.  

viernes, 13 de marzo de 2015

Entrevista a David Barba: "El periodismo está recuperando su función de crítica social"


Aunque ha ejercido doce años la docencia universitaria, David Barba no encaja en el perfil del típico profesor. Profundamente crítico con los modelos educativos imperantes, sus intereses son muy amplios (el cine independiente, los tipos de personalidad, la novela negra, el mundo del porno, el sexo en España y la filosofía oriental son solo algunos de ellos). Cuando me dio clase sobre periodismo cultural en la Universidad Pompeu Fabra saltaba con agilidad de un asunto a otro y, si tenía algún guión, lo trituraba en los primeros compases de su discurso, siempre incisivo e irreverente. 
Dirige Ediciones La Llave, la editorial que fundó el psiquiatra chileno Claudio Naranjo, donde publica libros sobre psicología, filosofía y religión. O quizá simplemente sobre el ser humano: sus indescriptibles vaivenes y transformaciones. Fui a visitarlo a la sede de la editorial, que parece un remanso de paz en medio del frenesí barcelonés. Con un té encima de la mesa hablamos de más temas de los que puedo recordar, pero lo primero que le pregunté (escéptico por naturaleza) fue qué llave pretendían abrir los libros que publica. “La de la sabiduría”, me dijo sonriente, pero “entendida como algo más allá de la erudición”. Según David, no solemos buscarla “en el pozo de la conciencia, sino en lugares donde nos deslumbra el dinero, la fama o la seducción”.
La figura de Claudio Naranjo ha resultado decisiva para él en esa búsqueda siempre inconclusa. David Barba lo considera su “antimaestro”, alguien que no permite que le imites, “a veces severo” y con métodos de enseñanza “un poco violentos”. El psiquiatra chileno habla de la necesidad de revolucionar la conciencia, lo cual puede sonar maravilloso… o el inicio de la Tercera Guerra Mundial.

El mayor problema que aflige a los seres humanos es para David “el aplastamiento del animal interior”, siendo la cultura “el gran mecanismo represor de la instintividad”. Nos aterra la posibilidad de liberarnos porque se nos ha inculcado la idea de que los instintos son peligrosos y perversos; hay que mantenerlos siempre cerrados bajo llave en el sótano más profundo de la conciencia. Sin embargo, considera que la psicología contemporánea ha refutado las tesis más pesimistas de Freud acerca de la naturaleza humana. “Si no volviéramos locos a los niños en casa y en la escuela, sabrían regular por sí mismos sus emociones”, afirma. Como consecuencia de esa represión innecesaria “que es la razón de que exista y se multiplique la pornografía” padecemos una “crisis de civilización en que la gente joven ve el futuro de una manera distópica, casi ciberpunk. No vivimos en una sociedad compasiva ni cooperativa, sino competitiva hasta la estupidez”.
Comte-Sponville afirmaba que “el siglo XXI será espiritual y laico o no será”. David se muestra de acuerdo y se define como “un ateo espiritual”;  alguien que con los años ha pasado “de ser un idiota a un imbécil”, en el sentido griego del término, cuya etimología asocia la idiotez a pensar solo en sus propios intereses y la imbecilidad a vivir apoyándose en los demás. Respecto a pensadores actuales como el coreano Byung-Chul Han y el esloveno Slavoj Žižek, lamenta su aproximación "demasiado intelectual" a asuntos que merecen ser entendidos "desde la fenomenología". Encuentra más atinados a otros filósofos como Martin Buber, Iván Illich o el inagotable Friedrich Nietzsche.

Para sostener la civilización y evitar que se vaya a pique junto con todas nuestras creencias, David Barba considera esencial “encontrar un punto de equilibrio entre cultura y natura, ahora aplastada”. Reivindica el ejemplo de las tribus paleolíticas o de las que aún subsisten hoy día (por ejemplo en la Amazonia), cuyos miembros colaboran de manera altruista para asegurar el funcionamiento de la comunidad. Aunque en ocasiones experimenten conflictos, no se trata de “violencia estructural” como la que padecemos en nuestra sociedad. “Normalmente se les ve como como el ejemplo de la barbarie, pero en realidad nosotros somos los bárbaros”, pues vivimos en una civilización “que atenta contra la otredad y contra el eros”. 
Porque también el amor, en sus distintas gradaciones y matices, se halla en crisis en la sociedad contemporánea. Sin ánimo de convertirlas en disciplinas científicas, David es partidario de la meditación y de la terapia Gestalt por el potencial que poseen para ayudar a las personas. “Acallar los interminables porqués de la ciencia y admirarse de que existen cosas más grandes que uno mismo, como la naturaleza o el universo, ya es una forma de meditación”, asegura. Sin embargo, incluso este amor admirativo decae en Occidente, pues “nadie confía en nadie, y el mono loco de la mente lo empaña todo en nuestra cultura”.

En lo que sí confía el entrevistado es en la labor de algunos compañeros que han roto el status quo de los medios de comunicación con iniciativas como Público.es, Eldiario.es o X-net. En la época de bonanza económica “muchos periodistas estaban comprados”, pero ahora  “el periodismo está recuperando sus funciones de crítica social y política, que parecían haber dejado en manos de los escritores de ficción”. Entre estos últimos destaca a los maestros de la novela negra (de hecho organiza junto a Lorenzo Silva el Festival Getafe Negro sobre este género literario).
También considera esperanzador el auge de una nueva formación como Podemos que “ha reactivado el interés de la gente por la política”. Critica que algunos medios tradicionales estén realizando “propaganda de guerra” contra ellos,  al equiparar casos gravísimos de corrupción como las tarjetas Black con, por ejemplo, la concesión de una beca más o menos discutible, máxime cuando “la universidad española es el nepotismo más descarado que existe. Si no tienes un amigo que te recomiende, es casi imposible conseguir una plaza”, asegura.  

Terminamos la conversación, ya bien avanzada la mañana, hablando de nuestros libros más recientes. Él acaba de finalizar uno sobre el eneagrama de la personalidad, un sistema que clasifica a los seres humanos en nueve tipos básicos en función de su carácter. Dice que su grado de precisión es tan elevado que ha llegado a sospechar “que estamos hechos en serie”. Sin embargo, yo sigo sin imaginar en qué categoría podría etiquetarse a David Barba. 

lunes, 2 de marzo de 2015

Un adolescente se suicida porque su pareja no responde al whatsapp

 
 
17:56 -Vuelve conmigo, por favor.
17:56 -Todo ha sido culpa mía.
17:57 -Perdóname.
18:02 -Te quiero.
18:15 -Por favor, contesta.
18:16 -Te necesito.
18:29 -Si no me respondes voy a suicidarme.
18:29 -Te lo digo en serio.
18:30 -Sabes que soy capaz…
18:47 -Ya no puedo soportarlo más.
18:47 -Sin ti no quiero vivir.
18:55 -Siempre te querré.
18:55 –Adiós.
 

Esta es la secuencia de whatsapps que envió D. A, de 18 años,  a su ya ex novia M. L., de 16 (hemos corregido las faltas de ortografía y puntuación sin alterar el significado). La chica no leyó los mensajes hasta las 19:09, cuando él ya se había arrojado desde el balcón del noveno piso en que vivía, causándose la muerte instantánea. Su respuesta llegó demasiado tarde, aunque probablemente no habría aliviado el sufrimiento del suicida.
 
19:10 -Déjame en paz.
Al poco tiempo, sin embargo, agregó:
19:27 -A veces pienso que debería perdonarte pero no sé.
19:28- Dame una razón.
19:28 -Y no me vale la de siempre.
D.A. ya no podrá darle una razón a M.L. La investigación de la policía ha revelado que el joven estuvo aferrándose al móvil hasta el último momento en espera de una contestación. Antes de suicidarse estrelló el teléfono contra el suelo (milagrosamente, el smartphone no murió junto a su dueño).
Ni la madre de D.A. ni la ex novia han querido hacer declaraciones públicas, pero aun así reproducimos parte de su diálogo en casa de la progenitora, poco después de conocerse la tragedia  (para leer la conversación completa, solo tenéis que suscribiros a la versión de pago  por 0,99 € al día).
-Hija de puta, te voy a matar. Ya se lo dije a mi niño, que eras una mala puta.
-Se ha suicidado por tu culpa. A mí me quería y  ti te odiaba. Por algo será, gilipollas.
 
Ambas lloraban con desesperación mientras se tiraban del pelo e intentaban  morderse en las partes más dolorosas a su alcance. Por desgracia, la policía nos echó de la casa junto con las protagonistas de la riña. Tenía que ejecutar un desahucio contra la madre ese mismo día. Una vez reunidas las pruebas y habiéndose aclarado que se trataba de un suicidio, aprovecharon que estaban allí para expulsarlas sin mayores miramientos. Ya en la calle interrumpieron su pelea. En un inesperado arranque de cólera, se lanzaron contra el cámara que me acompañaba y un servidor, que tan solo procurábamos cumplir con nuestro trabajo y velar por el derecho a la información consagrado en la Constitución en alguno de sus invulnerables artículos. Destrozaron el costoso equipo de mi compañero e, incluso, le rompieron un diente. A mí, por fortuna, solo me hicieron sangrar la nariz.
La furia y el nerviosismo de las afectadas llegaron a tales extremos que, mientras intentábamos reponernos de sus agresiones, se arrojaron también contra los policías que habían ejecutado el desahucio. Los agentes se vieron obligados a llevarlas a comisaría e, imagino, aprovecharán para interrogarlas acerca del pobre chaval que se ha partido la crisma (probablemente porque entre las dos lo volvieron loco).  
Prometemos ampliar la información sobre el suceso con un reportaje fotográfico y entrevistas exclusivas en comisaría. Pero tened en cuenta, amigos, que esto es periodismo de alto riesgo, que acabamos de quedarnos sin cámara y no sé si habrá presupuesto para otra… así que solo podrá leer la investigación completa quien pague. Para suscribirse, seguid las indicaciones que aparecen en el siguiente enlace ...