martes, 26 de julio de 2011

Galaxia poética



En una ocasión soñé que era una estrella

que viajaba al núcleo galáctico, sin encontrarse.

Abrí los ojos y vi mi reflejo danzando en cada átomo.

No era un sueño, sino mi pasado.



Todos los seres vivos somos

el puerto de un largo ciclo de milagros.

Somos tan eternos como puede serlo un instante:

aquel en que se desencadenó todo,

aquel que forjó nuestros brazos, nuestras mentes

y nuestras letras.



Fuerzas, materia, curvas…

La carretera del universo es tan infinita como la imaginación.

El espacio y el tiempo caben en un verso

y la poesía se entrelaza con la astronomía.

Son distintas manifestaciones de un mismo conocimiento,

o de una misma y sabia ignorancia.

miércoles, 20 de julio de 2011

Puedo escribir esta noche las cosas más surrealistas...


Se mece un verso incomprensible en el limbo de una neurona. Miro como a un extraño mis poesías. En ellas se reflejan mis dudas, nada más. Quizá solo haya una resonancia, una distorsión dentro de mí que me empuja a perforar el abismo: un muro de palabras, un salto de avestruces, un miedo cervical, una ignorante duda, una brusca sutilidad, una fragilidad fútil. Un instante en que escribo y nada más. Eso es lo que pretendo, paralizarme en mis poemas, oír mis letras respirar, romper su intimidad y protegerla, acunarme en la eternidad de un suspiro.

No. No encuentro las palabras ni las busco. Escribo porque escribo, sin otro motivo. Mi poesía nunca madurará. No lo sé pero lo intuyo, y la intuición es más fuerte que la niebla del futuro o las ficciones de la razón. No tengo razón ni dejo de tenerla porque no digo nada. Me preservo de los preservativos, me convierto en un niño que juega al escondite consigo mismo porque no tiene amigos. Ese niño me mira, yo lo miro a él y no veo nada: su mirada me suplanta.

El árbol lo oye todo, mientras tanto, y sabe mucho. Sabe, por ejemplo, que para esconderse es mejor estarse quieto y no dar vueltas en busca de un mejor agujero donde caerse muerto. Sé que lo sabe y sin embargo yo no lo sé. Me choco contra el tronco y busco una fruta que no me sepa a hiel. Busco una palabra en el diccionario y me pierdo.

Me duermo y sueño que el niño se esconde en mi sueño y no deja de hacer preguntas, aunque ya sabe la respuesta y sabe que no le diré nada, porque en los sueños siempre me quedo sin palabras. Me despierto pero sigo soñando. Soy libre. No estoy obligado ni siquiera a volar: puedo escoger una vida de preso. Es más cómodo encerrarse que abrir las alas, pesadas como el plomo que llueve sobre mi cabeza y rebota.

No he entendido nada; he escrito esto en un insomnio, de pie frente al teclado. Mis ojos veían muchas formas que ya no recuerdo ni soy capaz de inventarme para que otros se las imaginen. Me voy sin cerrar la puerta, estas no se inventaron para cerrarse, sino para darles trabajo a quienes quieran abrirlas.

jueves, 14 de julio de 2011

Gracias


Hoy no escribo acerca de ningún tema, sino sobre ciertas personas. Me refiero a todos aquellos que han encontrado unos minutos de su tiempo, en esta vorágine del siglo XXI, para leer mis entradas. Son más de 100 los seguidores (prefiero llamarlos críticos) que figuran en las estadísticas del blog. En ocasiones desaparecen por problemas técnicos; entonces este espacio parece el cementerio de un predicador de palabras. Por fortuna, hasta el momento siempre han reaparecido para conformar en la esquina superior derecha ese mosaico de caras y nombres – algunos conocidos para mí, otros no – que confiere vida a la página y en el que me siento, de algún modo, reflejado.

Sé que otros también me leen, aunque no se contabilice su discreta presencia. Lo sé porque a veces me lo dicen, y supongo que algunos más lo leerán sin mencionarlo nunca. A todos, sin excepción, les doy las gracias. He recibido comentarios que me han emocionado, que me han hecho reflexionar o sencillamente esbozar una sonrisa. Agradezco en especial a personas como Daniel, Francisco o Bocanegra, por escribir varias veces y darle mayor sentido al blog con sus aportaciones.

Mi primera entrada data del 9 de junio de 2010. Por tanto, el blog lleva más de un año de andadura. Cuando lo creé no tenía ningún proyecto claro que lo dirigiera; tan solo una vaga voluntad de perdurar y un cierto rechazo preventivo al abandono. Hoy esa voluntad se ha hecho más firme: la página se ha convertido en algo importante para mí. Y el motivo sois cada uno de vosotros.

sábado, 9 de julio de 2011

No me olvides


Nunca quise saber dónde habita el olvido. Uno ignora la forma que escoge para cubrirte. Uno no reconoce la bruma invisible con que te ata. Tal vez uno solo percibe, en un momento de un día, quizá en casa de nadie o en la suya propia, o tal vez rodeado de almas, que la suya se ha apagado, ha optado por desvanecerse y precipitarse colina abajo, donde habita el olvido. Porque este no puede ser cosa elevada del espíritu. No puede esconderse entre las nubes ni jugar con los astros. Se esconde dentro de uno mismo y germina como una flor demente que no huele sino a carroña, que no tiene sino una sola y monstruosa cara de fúnebres pétalos. El olvido es un tobogán de ceniza que sabe todavía a fuego; un descenso sin freno ni arnés, una caída sin fin hacia la nada; un rey que todo lo convierte en cero.

Es tan corto el amor y es tan largo el olvido… que se burla el tiempo del primero y se asocia con el segundo, en una alianza sin beneficiarios. Es tan abrumador el peso del olvido y tan leve el alivio del amor… Tanto es así que a veces desearía olvidar el amor y amar el olvido, amarlo para siempre y olvidar el sufrimiento. Mas no puedo. Quizá en eso consista el paraíso.

Pero lo más terrible del olvido es que es definitivo. No es brizna pasajera ni espiga viajera. Es lo único que cabe en la definición de eterno. Puede acecharnos, siempre hambriento, impulsado por un subterráneo viento. Puede perseguirnos en los sueños para transformarlos en miedo.

¿Y cómo puede uno ocultarse de ese demonio de mil cuerpos, de ese ejército de melancolía? No cabe defensa alguna porque al final todo se olvida, todas las personas y todas las cosas, todos los recuerdos y todos los sucesos. Todo lo que sentiste se deshace mientras se rememora y se convierte en nostalgia, sentimiento persistente que se adhiere con un pegamento invencible a determinadas almas. Es una barrera cuyos pinchos, que uno mismo planta sin darse cuenta, se estrechan lentamente, cercando el futuro. Pero la nostalgia es necesaria, pues perece un mundo, un pueblo, una mujer, un hombre, un árbol, cuando no queda ni un motivo para recordarlo.

¿Cómo no acabar yaciendo junto al olvido, durante más días de los que tienen los años? ¿Cómo evitar su abrazo, siempre amargo? No tengo la respuesta. Pero escúchame bien, Olvido, dondequiera que estés (y estás en todas partes). Escúchame bien, porque esta frase es por y para ti: te juro que pienso luchar cada día de mi vida contra tu embrujo, contra tu filtro de desamor y tu veneno lento administrado en dosis negras. Porque no temo a la muerte; te temo a ti, pero soy valiente.

lunes, 4 de julio de 2011

Guerra silenciosa


Las elegantes piezas del tablero,

nacidas para combatir entre ellas,

mueren si no luchan a muerte,

se devoran para demorar su fin.



Una batalla sin sangre, mas no sin drama:

así es el ajedrez.

Y el comandante es cruel:

no conoce otra ética que la de la victoria.



Los sacrificios forman parte del juego,

que analiza altivo y sudoroso.

Tan solo el tiempo, lluvia calcinante,

le acongoja con su pesado transcurrir.



Y cuando el triunfo o la derrota

(o las tablas sin ley ni pacto firme),

sobre el tablero extienden su metralla,

las piezas se entierran en sarcófagos,

sin el honor de una muerte heroica,

sin el alivio de un triunfo duradero.