jueves, 18 de abril de 2013

Escritores freelance: ¿expansión o cautiverio de la creatividad?



Hoy quiero tratar el tema de los escritores freelance o por encargo (también llamados escritores negros, según el contexto). Son esos redactores que buscan, normalmente en internet, toda clase de oportunidades para ofrecer sus servicios profesionales y escribir los artículos que se les reclaman, por un precio acordado de antemano. Tal vez ya conozcáis algunas de las webs donde publican ofertas. Adjunto unas pocas a modo de ejemplo:  http://www.infolancer.net/ http://www.trabajofreelance.com/ http://www.twago.es/
 
Debes registrarte, crear un perfil que dé confianza al potencial cliente y pujar por las ofertas que más te interesen. Solicitan artículos de casi todas las temáticas imaginables. También existen otras webs donde se publican reseñas de libros o artículos y los autores reciben dinero en función de la respuesta del público, por lo general manifestada a través de los clics en la publicidad: http://es.shvoong.com/ (donde ya he publicado mi primera reseñahttp://suite101.net/ valgan como ejemplo. Hay que atenerse a las normas que te indiquen y a veces, antes de empezar a publicar, tienes que superar algún tipo de prueba de redacción.
 
Apenas estoy empezando a explorar este mundo, pero creo que está lleno de posibilidades. Sabéis que mi vocación es escribir, y que me gusta hacerlo con absoluta libertad, dejándome llevar por la imaginación. Pero en unos meses terminaré el máster sobre periodismo cultural que estoy realizando y debo buscar la manera de conseguir ingresos. No es una cuestión sencilla con la crisis general y la de los medios en particular. Ese es un tema que tal vez trate en próximas entradas. De hecho, ahora estamos preparando como actividad del máster unas jornadas que tratarán sobre el futuro del periodismo cultural. Se celebrarán los días 3 y 4 de junio en Barcelona, en una de las sedes de la Universidad Pompeu Fabra. Os dejo los enlaces a las webs donde iremos informando en los próximos días: http://futurocultura.wordpress.com/ https://www.facebook.com/FuturoPeriodismoCultural?ref=hl https://twitter.com/futurocultura
 
Volviendo al tema de la entrada, la escritura por encargo es una de las opciones que barajo actualmente, junto con la publicación de mi obra (dos novelas, dos libros de relatos y uno de poesía, aunque no todos han sido revisados aún) en Amazon. Para los más interesados en Amazon, os recomiendo que leáis mi reportaje al respecto: Escritores autopublicados en Amazon
 
Me siento capaz de escribir sobre ámbitos bastante variados (literatura, escritura, periodismo, cine, arte, política, deportes, ciencia, videojuegos…) Este blog es una buena muestra de la amplitud de mis intereses, aunque obviamente no se puede ser un experto en todo. Pero, entre especializarme en uno o dos temas o acercarme a muchos de ellos, mi curiosidad insaciable me empuja a lo segundo. Creo que en eso coincido con la mayoría de escritores y periodistas culturales, al margen del camino profesional que hayan podido labrarse.
 
¿Qué opináis del mundo de los escritores freelance? ¿Supone la muerte del autor creativo, o una oportunidad de garantizar su sustento mientras sigue experimentando con sus obras más personales? ¿Alguno de vosotros se ha adentrado ya en la redacción de artículos por encargo?

martes, 9 de abril de 2013

Mójate

La naturaleza también necesita esparcirse

o se tomará su venganza.

Quizá los parques no deberían hacerse

para el descanso de los hombres,

sino para el alivio de los árboles.

 

La vida reluce bajo la lluvia,

la celebra mientras nos refugiamos

en coches, bares, paraguas y vigas de acero.

 

Al habitante de la urbe le enceguece su propio ruido.

No le molestan los motores ni los taladros,

ni el fuerte olor de humo y alquitrán.

Pero la fina lluvia le horroriza.

 

Al ciudadano la vista no le alcanza

para captar todos los estímulos que recibe,

ni el olfato a determinar la procedencia de los aromas,

ni el oído a reconocer las voces que le rodean.

Mas aunque lo lograra, sería tan insuficiente…

 

La burbuja de las urbes palidece

ante las charcas del camino.

Y es tan pequeño el pie humano

bajo el ceño tenaz de la montaña.

 

La paz de la naturaleza es engañosa. 

Si hemos huida de ella es porque nos asusta

el tacto áspero del viento libre,

nuestro reflejo débil en las aguas del lago,

las piedras duras que sepultan

tacones y ropa de marca.

 

El hombre es el único animal que nada a contracorriente

y el único que tiene prisa.

A un pato nunca se le ocurriría.

lunes, 1 de abril de 2013

Juicio a un escritor

 
El blog ha superado las 50 000 páginas vistas. Estoy muy contento de que haya ido ganando visibilidad gracias a la paciencia y el interés de todos vosotros. Muchas gracias por leerme, por comentarme, por darme ideas y enseñarme mis equivocaciones. En las últimas semanas he frenado algo el ritmo de actualización, pero todavía me quedan muchas historias por contaros. Hoy publico Juicio a un escritor, el relato que da título y cierra mi libro de cuentos. Os recuerdo que podéis adquirirlo en formato ePUB y PDF por menos de un euro en la editorial digital Peopleebooks. Espero que os guste y que sigamos en contacto a través del blog. ¡Un abrazo a todos y gracias de nuevo!


Juicio a un escritor

Reconozco que, pese a haber tenido alguna pesadilla con ello, no esperaba que mi libro (y yo con él) acabásemos en el juzgado. Cuando comencé a escribirlo solo me preocupaba cumplir los plazos y dejar satisfecho al cliente. Me había pedido una trama sencilla: una mujer de treinta años, casada desde hace dos con un empresario de cincuenta, le es infiel con un joven que aún va al instituto. El marido los asesina a ambos de manera perfecta y precisa, por ejemplo atropellándolos con una excavadora, sin que jamás la policía averigüe su responsabilidad en el crimen. El empresario viaja después a las Bahamas para disfrutar de unas vacaciones y prosigue su vida sin el menor remordimiento y con un alivio inconfesable.
Desconozco si mi cliente, de unos cincuenta años de edad, pretendía cumplir en la ficción lo que resultaba impracticable en la realidad. Me exigió, en cualquier caso, que la novela estuviera terminada dos semanas más tarde, cuando regresaría de “un viaje de negocios”, prometiéndome cien mil euros si el resultado le convencía. Desde que abrí mi editorial “Su libro a la carta” nunca había recibido a alguien tan generoso. Lo habitual era que regateáramos el precio como en un mercadillo árabe y que al final la cuantía rondara los mil euros, en función sobre todo del número de páginas a redactar.

Las reglas son simples: firmamos un contrato que establece las líneas maestras del libro que el consumidor pretende que le escriba. También fijamos un plazo de entrega, el precio y la forma de pago. Yo me comprometo a lograr un cierto grado de verosimilitud y una redacción, si no literaria, al menos correcta. Si el cliente no queda conforme le ofrezco la devolución del dinero, en caso de que existan motivos fundamentados para su insatisfacción.

En varios meses no recibí ninguna queja. Todos los compradores habían abrazado y pagado mis productos, que en realidad les pertenecían y que no tenía el menor interés en conservar. Con este cliente, sin embargo, me acechan los problemas. Vestía una corbata gris, camisa blanca y chaqueta oscura (en todas las sesiones judiciales ha llevado ese mismo traje, como si quisiera retrotraerme al momento de la firma del contrato). Durante la negociación solo había incidido con ligero acento italiano en que el asesino (aunque él lo llamaba justiciero) quedara impune, y en la prontitud con que deseaba recibir el único ejemplar, justo a la vuelta de su viaje. Incluso me ofreció correr con los gastos de encuadernación. Me negué porque cien mil euros son muchos euros y no venía de unos pocos. La innecesaria pregunta que le formulé cuando ya todas las demás condiciones se habían concretado puede ser ahora mi perdición:

–¿Desea usted que los amantes mueran de algún modo particular?

Apartó la vista y respondió con tono indiferente, sin mirarme a la cara y encogiéndose de hombros:

– Que el justiciero los atropelle con una excavadora.

Su respuesta me sorprendió, pero interpreté que lo decía a modo de ejemplo. No insistió en absoluto; bien podían morir como consecuencia de un pistoletazo, de una puñalada o quizá al ser empujados por un enmascarado invisible en lo alto de la terraza donde se besaban con pasión. Incluí lo de la excavadora como mera curiosidad, pensando que ya lo solucionaría más adelante. Me apresuré a imprimir el papel con todos los datos y premisas. Lo leyó despacio, asintió y estampó su firma, que en nada recordaba a su nombre (Patricio Lamoretti). Me sonrió y me estrechó la mano casi sin fuerzas, como si deseara que sus dedos se escabulleran entre los míos. En cuanto se retiró cerré la oficina y corrí hasta mi domicilio, pues debía escribir doscientas páginas en quince días.
Me puse a ello con el entusiasmo que da saber que tu trabajo se va a traducir en cien mil euros. Inventé situaciones que exacerbaran la culpa de la mujer y la estupidez de su amante; describí escenarios que evidenciaran la honradez del marido y sus virtudes. Más que escritor, me sentía como un abogado que defendía al criminal por todos los medios. Cumplí con lo que se me había encargado, pero me resultaba difícil respetar el criterio de verosimilitud con un atropello excavadora mediante. Se trataba de una forma escandalosa y descerebrada de culminar una venganza tan razonable. ¿Cómo iba a escapar el asesino de la justicia, si los rastros eran tan ostentosos?

Llamé en repetidas ocasiones al número que Patricio Lamoretti me había dejado a regañadientes antes de marcharse. Quería explicarle que ese detalle perjudicaba la credibilidad de la historia. Quería preguntarle, en suma, si el atropello era un ingrediente imprescindible de la novela o si, como me había parecido, podía reemplazarse por una alternativa más sutil y elegante.

Nunca me contestó ni volví a oír su voz fuera de los juzgados. Tomé la decisión, que entonces no se me antojó demasiado arriesgada, de matar a la pareja de otro modo. Convertí al marido en un aficionado a las armas de fuego, le hice acariciar en un par de escenas un fusil de francotirador y finalmente le obligué a disparar dos veces, sendos aciertos en las cabezas de los amantes. Una vez resuelta esa complicación concluí la novela en poco tiempo. En cuanto al título, opté por “Cuando morir es lo justo”, que consideré apropiado a los sentimientos de simpatía o empatía que había atribuido a mi cliente con respecto al asesino.

Le entregué el libro a Lamoretti en la fecha prevista, encuadernado en piel. Advertí un curioso empeoramiento de su aspecto físico, como si en vez de cincuenta años aparentase cerca de sesenta. Su pelo corto parecía más gris y su expresión más arrugada. Agarró el volumen con impaciencia y se despidió enseguida.
Es muy fácil expresar un mal presentimiento después de que se haya cumplido, pero no miento al afirmar que me olí impuntualidades en el pago. Quizá al comprador se le había hundido un negocio y ya no creía que una novela personalizada valiera cien mil euros. Nunca imaginé, de todas formas, que en la teórica mañana del ingreso recibiría la comunicación de una denuncia por fraude. ¡Qué sinsentido! Lo único reprobable en mi texto es la justificación –o incluso el aplauso encubierto– de un crimen pasional. Pero el libro no pretende hacerse un hueco en las grandes editoriales ni ser leído por miles de personas a las que podría malear. Se trata de un pedido. Yo me limité a seguir las instrucciones del cliente, con el anecdótico desliz de cambiar una excavadora por un fusil de francotirador en beneficio de la verosimilitud de la trama.

No sé lo que decidirá el juez mañana. No solo me arriesgo a perder los cien mil euros; Lamoretti pretende recibir una cuantiosa compensación. Además, el caso ya ha sido engullido por las apisonadoras mediáticas y temo que el desprestigio me obligue a cerrar el negocio, incluso si la sentencia me favorece. ¿Cómo voy a sobrevivir entonces? ¿Tendré que volver a las penosas situaciones de mi juventud y arrastrarme por innumerables editoriales suplicando que lean mis textos?

He renunciado por completo a crear. No soy un escritor, sino un obrero que construye con letras los edificios de ficción de un arquitecto que le paga. ¿Qué mal existe en ello? ¿Tan importante es sustituir una excavadora por un fusil de francotirador? ¿Acaso no es la muerte igual de irreversible? ¿Acaso no son inofensivos los asesinatos de mis historias…?