miércoles, 18 de febrero de 2015

Mi novela, ya en formato e-book: ideal para desconectar

Como he anunciado en las redes sociales, mi novela “Desconexión” ya está disponible en Amazon en formato e-book a un precio de 0,99€. Gracias a todos los que la habéis comprado en sus primeros días de vida. Espero que disfrutéis con la lectura y, si os apetece dejar alguna reseña (positiva o negativa), os estaré muy agradecido, pues a buen seguro me resultará de utilidad.    
 
Ahora trabajo para que la obra también esté disponible en papel a través del servicio de Amazon llamado CreateSpace. Está siendo un reto convertirse, además de escritor, en editor de mis propios libros. Mi objetivo es que el resultado sea lo más profesional posible. Hay aspectos del mundo de la edición en los que apenas había reparado, desde la forma de numerar las páginas hasta el establecimiento del precio, pasando por el formato de imagen de la portada. He optado por poner el e-book casi al precio mínimo, ya que mi objetivo es llegar al mayor número posible de lectores; creo que será más fácil que inviertan un euro que cuatro en un autor que no conocen. En papel obviamente tendrá un precio superior, aunque más bajo que el de las obras que publican las editoriales.
 
Ya lo tengo casi todo listo: solo me faltan algunos ajustes para encargar el ejemplar de prueba en Amazon y comprobar la calidad de la impresión. También tengo intención de hacerme con unos cuantos ejemplares para realizar una presentación. Mientras tanto, seguiré promocionando “Desconexión” a través de Internet (prometo no convertirme en un spammer insufrible).
 
A pesar de que se trata de una labor que consume mucho tiempo, no puedo negar que la afronto con optimismo e ilusión. Pero es difícil obtener visibilidad en el saturado universo de Amazon, así que en gran medida dependeré de vosotros. Os pido (e imploro y suplico :D ) que difundáis mi novela por todos los canales que juzguéis apropiados (también me sirve en tugurios de mala muerte, en comisarías o en las cárceles, llegado el caso). Si la leéis y os parece una basura, por favor no os cortéis en pregonarlo a los cuatro vientos. O incluso en denunciarme si consideráis que supone un atentado contra el buen gusto, apología del terrorismo o incitación a la pederastia. Para mí lo más importante es que no os cause indiferencia, que os entretenga y, si acaso, que promueva reflexión sobre la deriva que está tomando el mundo (aunque ya os anticipo que no tengo la menor idea de qué clase de deriva pueda ser esa).

Y bien, ya no me enrollo más por hoy. Pero sabed que volveré. Siempre vuelvo. El blog y la escritura son mis drogas.
;)

martes, 10 de febrero de 2015

Mi novela "Desconexión", a punto de publicarse en Amazon

 
Después de darle vueltas a la cabeza estoy decidido a publicar mi novela "Desconexión" a través de Amazon. Es algo que llevo estudiando bastante tiempo (incluso realicé un reportaje  sobre los escritores que se autopublican en esta plataforma).
 
Conozco a numerosos autores que, en general y a pesar de las dificultades, están satisfechos con este método de compartir sus libros. Las ventajas son varias: publicar es gratis (los libros en papel solo se imprimen bajo demanda), los pagos llegan con puntualidad y las regalías son más generosas que en las editoriales (algo lógico si se considera la reducción de intermediarios entre autor y lector). Por supuesto, lo más complicado es destacar en la inmensidad de obras que se publican todos los días. Espero contar con vuestra ayuda y aprovechar la formación en marketing digital que he recibido recientemente para lograrlo. Al menos, para que el mayor número posible de personas se entere del lanzamiento de la novela. Después quedará en manos del lector juzgar si merece la pena leerla.
 
“Desconexión” quedó finalista en un concurso organizado por la agencia literaria Punctum. Aunque este reconocimiento me ilusionó en su día, ha pasado el tiempo y no veo que la agencia esté realizando movimiento alguno para publicar mi novela (ni, imagino, las de los otros finalistas, pues el concurso quedó desierto en la modalidad en que me presenté). Ello me hace pensar que, ya sea por motivos comerciales o de cualquier otra índole, no tienen voluntad de apostar por mi libro. Mayor motivo para no esperar más y autopublicarlo.
 
El protagonista de la historia es Ricardo, un estudiante universitario que dedica casi todo su tiempo a navegar en Internet. Un día, mientras revisa sus seguidores en las redes sociales, se da cuenta de que la conexión no funciona. El tiempo transcurre y la Red no reaparece: se ha producido, por causas desconocidas, una desconexión global. 
 
La sociedad trata de adaptarse a la nueva situación, pero el protagonista encontrará dificultades especiales. Obligado a abandonar su caparazón virtual, las peripecias que habrán de sucederle cambiarán su personalidad y su forma de ver el mundo. Su vía de escape será la literatura. Intentará escribir una novela, pero tras varios tropiezos se dará cuenta de que lo más literario que puede hacer es contar su propia historia.
 
"Desconexión" explora aspectos como la dependencia de la tecnología, los puntos más oscuros de Internet, las identidades que allí se desarrollan (a veces enfrentadas abruptamente con la realidad), la dificultad de volver a un pasado que no se conoce… y también el proceso de creación de un libro. Os dejo estos links por si queréis ampliar información sobre la novela:
 
También quiero mostraros la que, de no mediar cambios de última hora, va a ser la portada: 
 
Si también me leéis en las redes sociales sabréis que he pedido opiniones que me han ayudado a establecer este diseño entre las diferentes opciones que me propusieron. Tengo mucha ilusión por ver finalmente publicada mi novela y descubrir las reacciones que genere. Todavía he de informarme sobre algunas particularidades de Amazon para no cometer errores en el proceso de publicación, pero puedo adelantaros que primero podrá adquirirse en formato e-book y después en papel. Ya os comentaré las fechas de lanzamiento cuando se conozcan.
 
Un abrazo y gracias a todos los que me acompañáis en el fascinante viaje sin retorno de la escritura.       

martes, 3 de febrero de 2015

Sobre los grafiteros y sus obras (o lo que sean)

 
Muchos escritores se obsesionan (o al menos galantean) con la idea de “dejar huella” en sus lectores y también en sus ciudades o países de origen. Algunos como el infausto Kafka lo han conseguido sin pretenderlo. Pero si su única ambición es ser recordados, tal vez deberían abandonar la literatura, acudir a una tienda especializada y hacerse con unos cuantos espráis de colores.
Siempre me ha llamado la atención el arte urbano y en especial el grafiti (forma de expresión, filosofía de vida, arte o manchas intolerables en el espacio público, según a quién le preguntes). Soy de esos que se paran a mirarlos en las paredes, trenes o persianas de los comercios, como si fueran cuadros expuestos en galerías (¿por qué habrían de merecer menos respeto?).
Algo está claro: los grafiteros (también llamados “escritores”) poseen un optimismo férreo. No importa cuánto pretendas alejarte del mundo: siempre te toparás con una pintada aun en el lugar más inverosímil, donde podría pensarse que nadie va a verla. A veces el mensaje es críptico, otras ofrece pocas dudas acerca de su interpretación. En ocasiones el grafitero ha dedicado muchas horas a pulir su estilo y se considera un artista o un revolucionario; en otras se trata de un hobby más o menos excéntrico.
 

Vandalismo o arte, ¿qué más da? Desde que Duchamp se atreviera a meter un urinario en un museo, las fronteras se han ampliado hasta desdibujarse. Como dijo uno de ellos, “el grafiti es el lado más artístico del vandalismo o el lado más vandálico del arte”. http://www.valladolidwebmusical.org/graffiti/historia/08filosofia.HTML
 
La ambigüedad de las definiciones no amortigua el impulso que les obliga a salir de sus casas aerosol en mano mientras todos duermen, siempre con un ojo puesto en la superficie alterada y otro en los alrededores, por si un policía les intercepta. El grafiti está prohibido y, aunque algunos de sus practicantes lamentan esta situación e intentan revertirla, otros lo consideran parte de su encanto. Si no la sienten per se, la rebeldía se les impone.
 
Pintar les ayuda afrontar sus miedos, expresar lo que llevan dentro, romper la monotonía y provocar un impacto en la ciudad. Con frecuencia desarrollan una firma que les identifica en el gremio o les sirve para reafirmarse. Ves letras que se repiten en calles aledañas con diferentes trazos y colores, como la sombra vacilante de un estilo aún por definir, y te preguntas por la persona que las ha grabado. Quizá nunca sepamos quiénes son, pero han dejado su marca (no indeleble sino efímera, ciertamente, pues las bayetas municipales los borran sin piedad, y también hay grafiteros que se dedican a pintar encima de sus colegas, en feroz competencia por marcar sus territorios).
Verso anónimo en el indescifrable espacio urbano. Figura monstruosa con corazón de ángel. No concibo la metrópolis sin ti; barrio sin grafiti no tiene alma, como historia sin guerras o literatura sin poesía. Bendita seas, feroz anomalía. Que ninguna ley detenga tu audaz movimiento. Porque los barrios pertenecen a quienes viven en ellos y no a quienes legislan sobre ellos.
Me permito, sin embargo, unas recomendaciones a estos idealistas de la noche: explicad el sentido de vuestros actos, estableced la diferencia entre un verdadero grafiti y unas pintadas sin criterio, construid vuestro propio relato para combatir a los que os juzgan meros camorristas. Y, sobre todo, no dejéis que el poder os domestique legitimando lo que hacéis, organizando concursos y habilitando espacios que cercenen vuestros sueños ilimitados. Tampoco permitáis que la ambición os ciegue hasta el punto de no atender las justas objeciones que se os presenten. Pero sobre todo no paréis de crear ni de creer, pues no somos pocos los que celebramos en silencio la energía que os alienta y la personalidad que conferís a los espacios que habitamos. 

 

 

 
 

lunes, 26 de enero de 2015

Entrevista a Juan Villoro: "Lo literario no está en los acontecimientos del mundo sino en la manera de mirarlos"


Decía Roberto Bolaño (sin ser mexicano, por cierto) que México es un género literario en sí mismo. Quizá no le faltara razón. Mucho se ha escrito desde y sobre este país que a mí también me toca de cerca, no tanto porque mi abuelo naciera allí de manera circunstancial, sino por el maravilloso verano de 2008 en que pude saborear una porción de este país, en todos los sentidos, inagotable. Dejé allí algunas personas muy queridas y exageradamente hospitalarias, cuyo recuerdo no me abandonará nunca.
Aunque no he tenido todavía ocasión de regresar a México, he viajado a través de las letras de varios de sus autores como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Emilio Pacheco o Juan Villoro. A este último lo he visto dos veces en Barcelona: en la presentación del ensayo “Librerías” de Jorge Carrión y en la de su libro "¿Hay vida en la tierra"? , compuesto por cien artículos breves sobre los prodigios de la cotidianidad recientemente publicados en Anagrama.
 
Villoro es uno de los escritores contemporáneos más interesantes en nuestra lengua. Premios como el Herralde, el Ciudad de Barcelona, el Internacional de Periodismo Rey de España o el José Donoso jalonan su trayectoria. Capaz de navegar con igual soltura en los terrenos de la realidad y la ficción, del periodismo y la literatura, sus textos suscitan reflexiones sobre la vida moderna y tienen además la virtud de convertir lo desagradable en risible, gracias a su sentido del humor y su ironía.
Lo entrevisté vía e-mail dado que, tras su periodo como profesor en la Universidad Pompeu Fabra (lástima no haber podido asistir a sus clases) ha retornado a su país natal. 

 
En “¿Hay vida en la tierra?” relatas costumbres de México como llegar tarde a una reunión social o posponer indefinidamente la solución de los problemas. Algunas de ellas también son aplicables a España. ¿Qué diferencias culturales has percibido entre México y Barcelona?
 
Es difícil hablar de esas diferencias sin ser maniqueo. Cuento algunas, tratando de no ser demasiado simplificador. En América Latina solemos hablar por teléfono sólo para conversar. Cuando vivía en Barcelona, Roberto Bolaño y yo nos llamábamos para contarnos un sueño, recordar a alguna actriz de nuestra adolescencia, compartir un chisme y cosas por el estilo. A los dos nos sorprendía que los amigos españoles se pusieran nerviosos con ese tipo de llamadas, que para nosotros podían durar dos horas. En España hablas para quedar en algo. El teléfono no es un sitio de reunión como en América Latina. Otra cosa diferente es la cultura de la desconfianza. En México desconfías a priori de los desconocidos. Cuando un carpintero o alguien que trabaja contigo cumple, dices: "Se ganó mi confianza". En cambio, en España la confianza se da por sentada, lo cual es mucho más grato; asumes que alguien hará lo que promete y si falla, pierde tu confianza. Cuando volví a México tuve que explicarle a mi hija de cuatro años que había pasado de un lugar donde la confianza se puede perder a un lugar donde la confianza se debe ganar. En favor del trato latinoamericano encuentro la casi instantánea intimidad sentimental que se produce en una relación amistosa. En España puedes ser amigo de alguien sin enterarte demasiado de su vida privada; en México es difícil salir de la vida privada.
A lo largo de tu trayectoria has cultivado la crónica, el cuento, la novela, el columnismo… ¿crees en la necesidad de la separación entre géneros o eres partidario de la hibridación?
 
Lo divertido de los géneros es que son diferentes. No me interesa que una obra de teatro mía parezca un cuento puesto en escena o una conferencia escenificada. Hay vasos comunicantes, por supuesto. Pero lo que más me interesa no es confundir o mezclar los géneros, algo muy de moda, sino beneficiarme en cada uno de los que practico de las enseñanzas que me han dejado los que no practico en ese momento. Del mismo modo en que un entrenador dirige el partido aprovechando al futbolista que alguna vez fue, el novelista se beneficia del ensayista que en ese momento está callado pero juzga, y viceversa.
 
En la estela de autores como García Márquez o Josep Pla, te has desempeñado tanto en el periodismo como en la literatura. ¿Crees que estamos viviendo una época de mayor unión entre ambas disciplinas o, por el contrario, se hallan cada vez más distanciadas? 
 
Ha aumentado el prestigio de la crónica. García Márquez escribió textos maestros en la prensa que sólo se conocieron mundialmente cuando alcanzó fama como novelista. Cuando empecé con el periodismo nadie hablaba de crónica; hacíamos notas o reportajes. Poco a poco aumentó la valoración narrativa del género, que tiene enorme calidad desde los tiempos de Daniel Defoe. Lo curioso es que hoy en día es más fácil organizar un congreso sobre la crónica que publicar una. Me suelen entrevistar personas que tienen becas en el extranjero para estudiar el género y reciben para ello mucho más dinero del que jamás recibiremos los cronistas con nuestro trabajo. Paradojas de la vida posmoderna.
 
En mi opinión, el futuro del periodismo tal y como se ha entendido hasta ahora se encuentra amenazado por la pérdida de credibilidad de los medios tradicionales y sus dificultades para adaptarse al mundo digital. ¿Cuáles son los principales retos que afronta la profesión en el siglo XXI?
El periodismo narrativo debe recuperar la confianza en sus principales recursos. Estamos ante un fenómeno parecido al que experimentó la pintura con la llegada de la fotografía. El retrato fotográfico volcó a los artistas a cosas que no puede hacer la fotografía: el impresionismo, el cubismo, el expresionismo e incluso el hiperrealismo. La información en línea es muy útil, pero no podemos renunciar a contar historias donde las noticias públicas encarnen en destinos privados. La crónica es la mejor manera de relacionar lo colectivo con lo individual. Por desgracia, el vértigo de la velocidad y la obsesión por la brevedad del periodismo digital parecen en contra de esto, pero se trata de una tendencia pasajera. Es posible que las plataformas digitales incluso ayuden a esta tarea, permitiendo que alguien cuelgue un reportaje larguísimo para que lo descarguen o lean en pantalla los interesados. Nadie te publica una crónica de treinta folios, pero nada impide que la coloques en un blog.
 
Las dos veces que te he visto en persona me han impresionado tus dotes como orador. ¿Eres partidario de la improvisación o arrancas siempre con un guión predeterminado?
Creo que la conferencia se debe producir ante los oyentes. Si se trata de leer un texto, se puede traer a un actor. Además, el que más aprende es el propio orador. Hablar en público es una forma de investigar tus propias ideas. Obviamente esto tiene riesgos. Hace poco estrené un monólogo teatral que se llama "Conferencia sobre la lluvia", en el que un hombre pretende dar una conferencia sobre la relación entre la poesía amorosa y la lluvia y termina perdiéndose en devaneos mentales y haciendo una provocadora confesión sentimental. Acaso un día me pase esto.
 
Alguien dijo que los móviles acabaron con la literatura: Romeo le habría enviado un whatsapp a Julieta y todo se habría arreglado sin derramamientos de sangre. ¿Qué relación tienes con las nuevas tecnologías?
Tengo una muy buena relación primitiva con la tecnología. Las uso poco para no depender de ellas. Estamos ante prótesis culturales que causan adicción y sobredosis. En pequeña medida estimulan, en exceso hacen que te apagues.
 
Tras leer “¿Hay vida en la tierra?” uno llega a la conclusión de que no hay nada más formidable que las casualidades. Hay algunas historias tan increíbles que parecen fruto de la imaginación más libertaria y del azar más improbable. ¿Te has permitido licencias literarias o todo se funda en experiencias reales?
Sólo me he permitido licencias para unir historias que ocurrieron en distintos momentos, cambiar nombres de algunos personajes, resumir un poco lo sucedido o darle otro orden. Son procedimientos parecidos a los del fotógrafo que, sin cambiar la realidad, la redefine por el encuadre, la perspectiva, la composición o los juegos de luz. Cuando narras un suceso público, estás comprometido a no alterar nada. Cuando narras escenas de la vida privada puedes cambiar el color de los calcetines si eso favorece un adjetivo.
 
Por último, ¿qué dirías a los noveles que dan sus primeros pasos en el mundo de la escritura?
Que lo literario no está en los acontecimientos del mundo sino en la manera de mirarlos. Con la debida atención, la historia de un hombre que no puede volver a casa se convierte en la Odisea.

miércoles, 7 de enero de 2015

Mudanza interruptus

Deseo que hayáis comenzado el 2015 de la mejor manera. Tengo muchas ilusiones puestas en el año recién nacido. Confío en compartirlas con vosotros y en que sigamos coincidiendo en esta posada digital abierta las 24 horas del día. Entrad sin llamar, por favor. En mi primera entrada de 2015, me invento una situación embarazosa que estuvo cerca de suceder cuando llegué a Barcelona el pasado mes de octubre. Aunque los hechos son ficticios, las imágenes que ilustran el artículo se corresponden con mi actual residencia y mi coche. Espero que os guste y si os apetece dejadme un comentario :) 

 

Me traslado a una ciudad nueva con la esperanza de progresar en la vida. Dejo el coche en cualquier sitio y extraigo parte de mis bártulos. El peso de las maletas no baja un ápice mi entusiasmo. La sombra de un parque se extiende en el horizonte, relucen las farolas del barrio, atractivas mujeres montadas en bicicleta pasan junto a mí como promesas de felicidad.

No sé gran cosa de la urbe que me acoge en su vientre (y lo que sé probablemente está errado, como una entrada de la Wikipedia modificada por un troll). Pero la ignorancia estimula mis sentidos: el aire de la incertidumbre posee un dulzor imaginario. Detengo mis pasos vacilantes para revisar una vez más la dirección en el móvil. Solo he de cruzar la calle y me hallaré frente al edificio. Arrastro con brío las maletas que no albergan ropa y enseres, sino toneladas de expectativas.

Estoy a punto de lanzar un grito para que el mundo sepa que he llegado. Me contengo (ya daré luego la tabarra en las redes sociales) y abro el portal. Voy a compartir piso con tres desconocidos de diversas nacionalidades. Ya acaricio el goce de una sana conversación sobre las infinitas maneras en que las civilizaciones se han desarrollado. En mi imaginación salta el corcho de una botella de champán. ¡Lo logré! Por fin escapo de la cárcel construida por mis inseguridades y miedos, aniquilados de un plumazo por mi vibrante determinación. A partir de ahora, los buenos augurios se convertirán en palpables realidades.

Los crujidos del ascensor y su lento ascenso prolongan mi tensión. Las llaves tiemblan en mis manos. Su brillo metálico refleja el aleteo de mis pulsaciones. Pensando que es la luz, llamo a la puerta. Pensando que van a abrirme, espero. Tanteo la cerradura que se resiste, resignado. Por fin cede a mis pretensiones. Avanzo por un oscuro pasillo atestado de objetos indescifrables con los que procuro no tropezar. ¿Dónde está la luz? De lo que entonces aún no sabía que era la cocina brota un hilo dorado que sigo con fervorosa desesperación. Al parecer la casa está desierta.

Penetro en mi habitación, escogida tras meses de ardua búsqueda y decenas de rechazos. Una capa de polvo impregna el ambiente y provoca estornudos. La cama se halla levantada en vertical, exactamente como dijo la dueña que no estaría a mi regreso; los armarios entreabiertos, que de pronto revelan toda su vejez, no encajan en los huecos que les corresponden. El vacío se apodera de mí en cuestión de segundos. ¡Qué diferente parecía cuando la descubrí bajo la doble distorsión de la luz solar y la sonrisa de la arrendataria!

Entonces recuerdo que las maletas que he dejado a los pies de la cama no constituyen ni la mitad de mi equipaje. Será mejor que lo traiga todo antes de decidir dónde dejar cada cosa. El ascensor se ha ido y su lentitud me sulfura, así que bajo al trote las escaleras. Un presentimiento me dice que llego irremediablemente tarde para solucionar un mal que todavía no identifico.

¿Dónde demonios he aparcado el coche? La mudanza me está sorbiendo los sesos. Recorro la calle en una dirección y en la contraria, exploro las esquinas, me maldigo por no tomar puntos de referencia. Por una décima de segundo mi corazón estalla en vítores: distingo el tono de su pintura y las ralladas al nivel de la puerta del conductor… mas la alegría se troca en horror a velocidad incalculable pero rapidísima. ¿Cómo se mueve el coche sin mi permiso? ¿Acaso ha adquirido vida propia y ha decidido que ya está harto de mi manejo desatento y mi torpeza para estacionar? Incluso diría que se ha henchido en su indignación y levita más alto que un todoterreno.

Por más que parpadee sigo sin comprender la escena hasta que reconozco el cuerpo de una grúa dándole el abrazo de la muerte a mi inocente automóvil. Grito, maldigo, escupo de rabia. ¿Qué ha hecho, qué he hecho para merecer esto? En mí se adensa la impotencia de todos los hombres que solo querían descargar maletas durante unos minutos, tras una larga jornada de viaje, y después reposar mansamente en su nueva guarida, alquilada a prefiero no saber cuántos euros el metro cuadrado. Truncado el entusiasmo, interrumpida la mudanza, me siento atrapado en un semáforo ambarino que nunca da luz verde a la esperanza. 







martes, 30 de diciembre de 2014

2015 is coming! Feliz año a todos

¡Otro año se acaba! Ya son las quintas navidades que ha vivido este blog desde que lo estrenara en junio de 2010. Ni un solo momento me he arrepentido de fundar y mantener este canal de comunicación que me ha dado infinitos regocijos en forma de comentarios, lecturas y críticas. Y me alegra constatar en las estadísticas que atraviesa su mejor momento, a pesar de la cacareada decadencia de los blogs.

Ya nos acercamos a las cien mil visitas y los comentarios, intermitentes a lo largo del año, han experimentado un gran ascenso con mi reportaje sobre Amway El esfuerzo que realicé en la elaboración de este artículo (dividido en tres piezas por su extensión) ha quedado sobradamente compensado por el calor de los lectores. Ha supuesto la inyección de energía que necesitaba el blog para terminar el 2014 a lo grande (también con un nuevo diseño más flexible) y encarar el 2015 con bríos renovados.

Todavía no sé el tipo de contenido que trabajaré en los próximos meses. Es posible que gire hacia el articulismo, aunque espero seguir compartiendo entrevistas e historias de ficción. Una cosa es segura: 2015 será el año en que mi primera novela, "Desconexión"salga al mercado. La terminé a inicios de año (aunque no he podido resistirme a posteriores retoques cuando escuchaba o leía algo que me incitaba a revisar aspectos) y ya va siendo hora de someterla al juicio de los lectores. Vuestros comentarios favorables y su condición de finalista en este concurso literario me han estimulado aún más a compartir el fruto de mis mayores desvelos literarios.   

Desconozco cuándo y cómo se publicará. Estoy esperando respuesta de parte de la agencia que premió la novela, que se ha comprometido a enviarla a editoriales. Sin embargo, confieso que la paciencia que he cultivado durante estos doce meses está empezando a agotarse, y cada vez veo con mejores ojos la opción de autopublicar en Amazon, tanto en papel como en digital. El coste económico es nulo y el potencial enorme. Tome la decisión que tome, cuento con vosotros para difundir la novela por todos los rincones de Internet ;)

En un plano más personal, el balance del año ha sido muy positivo. Me siento a gusto en Barcelona y creo que es un lugar idóneo para desarrollarme personal y profesionalmente (no solo en el ámbito literario). Sin embargo, en doce meses la vida puede dar muchas vueltas. En 2014 he residido en tres ciudades distintas, he conocido a personas que ahora enriquecen mi vida y he recuperado antiguas amistades. Quién sabe lo que nos deparará el 2015, pero espero que sigamos compartiendo parte de nuestro tiempo en este blog que no podría respirar sin el aliento que le insuflan sus lectores.


¡Feliz año a todos y hasta pronto!

lunes, 15 de diciembre de 2014

American Way of Lies (3)

Hoy publico la última parte de mi reportaje de investigación sobre la actividad de Amway en España. Infiltrarme en la organización para descubrir algunos de sus trapos sucios ha sido una gran experiencia. El tiempo dedicado lo doy por bien invertido si he ayudado a alguien a desvincularse de esta empresa, que realmente no comercia con productos sino con personas a través de sus estafas piramidales. Por fortuna no estoy solo en la lucha contra este fraude. Hay páginas muy buenas como Estafas MLM que llevan tiempo denunciándolo y que os recomiendo visitar si queréis profundizar en la materia. 

En la conclusión del artículo os doy más detalles sobre el modo en que tratan de captar nuevos seguidores, a los que convencen de que Amway es la oportunidad de sus vidas solo para sacarles cuanto más dinero mejor. Su desfachatez les revela. Ya he recibido insultos de algunos de sus integrantes, lo que me hace pensar que mi investigación les está haciendo daño. Si os falta contexto, aquí podéis leer las dos primeras entregas del reportaje:

American Way of Lies (1)

American Way of Lies (2)

De nuevo agradezco a todas las personas que leen, comparten y comentan mis artículos. 




La conferencia solo había servido para aumentar mi confusión. Tenía que seguir investigando, así que concerté una nueva cita con mi coach. Él quiso que nos viéramos al mediodía, pero le dije que no podía y al final se le liberó la tarde. Llamativo que el horario del destacado miembro de una multinacional girara en torno a mis deseos. Decidí llegar quince minutos tarde para provocarle un poco, pero se mostró tan educado como siempre. Le confesé que su amigo argentino no me había entusiasmado y que el cuento seguía pareciéndome bastante oscuro. Elogió mi capacidad crítica y me confesó que él tampoco se lo creyó a la primera. Sin embargo, ahora se congratulaba por haber abandonado su puesto de ingeniero en la Generalitat para convertirse en un empresario Amway. En doce meses construyó una sólida red de contactos que le permitía embolsarse 3.500 euros al mes y vender en todo el mundo sin moverse del sitio: “Solo es cuestión de tiempo que alcance la categoría diamante, y si tú estuvieras igual de convencido que yo, también lo lograrías”.

La empresa clasifica a sus integrantes por categorías: platino, rubí, esmeralda, diamante… Cuanto más dinero generas, ya sea por lo que compras, por lo que vendes o por lo que compren o vendan tus reclutas, mayor es el brillo de tu virtual escalafón. Este sistema de puntos provoca que muchos comerciales desesperados se compren a sí mismos enormes lotes de suplementos vitamínicos, bebidas estimulantes, cepillos de dientes, champús, detergentes, vajillas o perfumes para alcanzar la siguiente categoría, lo que implica unos beneficios que en ningún caso compensan la inversión de alcanzarlos.

El mentor me aconsejó que empezara por algo modesto que me sirviera para comprobar la calidad de los productos, ya que el mejor argumento para vender es “convertirse en cliente y utilizar tu experiencia personal para explicar los beneficios”. Digamos unos 100 o 200 créditos (1 crédito son casi 2 euros). Con eso bastaría por ahora. Como yo no parecía dispuesto, tuvo que confesar que le canta el alerón y que usa desodorante todos los días. “Antes compraba muchos al año, pero con el nuestro me echo solo un poquito y el bote me dura seis meses por lo menos”. No hacía falta que lo jurase: aquello olía muy mal.  

En el juego de la persistencia, en el tira y afloja dialéctico, el ex ingeniero es habilidoso como un comercial redomado. Te arranca un pequeño compromiso sin que apenas te des cuenta. Salió de allí con más datos míos (aunque algunos los inventé), incluyendo una cuenta de e-mail que no uso a la que me enviaría la invitación oficial de la familia  Amway. Para sellar el pacto tendría que pagar 30 euros y ellos a cambio me proporcionarían una especie de tienda online desde la que comprar y vender. Yo le dije que sí, que ya lo haría, o tal vez que lo iba a pensar, que no prometía nada, pero que en cualquier caso ahora debía marcharme. Hay mañanas en las que pierdo cinco minutos en decidir el color de los calzoncillos que voy a ponerme, así que humildemente creo poder afirmar que el rol de indeciso me sentaba a la perfección.

Cuando llegué a casa revisé mi e-mail alternativo, donde entre toneladas de spam destacaba el kit de bienvenida de la empresa: un PDF plagado de testimonios de gente a la que Amway había cambiado la vida y otro con las diferentes opciones para comenzar a “ahorrar dinero” adquiriendo sus productos (cuanto más compras más ahorras, pero también crece el volumen de la estafa). En su publicidad utilizan citas inventadas de Bill Gates, Donald Trump o Warren Buffet en las que ensalzan las maravillas del Network Marketing. 

Mi presupuesto para realizar el reportaje es de cero euros (inconvenientes de freelance), así que no completé el formulario y nunca llegué a integrarme en esta encantadora comunidad de sanguijuelas. Tuve que decirle a mi mentor que de momento no me interesaba. No se lo tomó muy bien, desde luego. Con el tiempo que me había dedicado, ya me veía como un quilate más en su ascensión a la categoría diamante. Por whatsapp me tildó de cobarde y reprobó mi falta de iniciativa. Pero no me dio del todo por perdido y aún tuvo bemoles de invitarme a su conferencia.

¿Qué mejor manera de concluir mi artículo? En la otra charla, el coach me situó en primera fila (el lugar de los indecisos) y no pude captar lo que ocurría a mis espaldas. Acudo de nuevo al hotel, esta vez armado con cámara fotográfica. La esposa del ingeniero jubilado (todo queda en familia) se encarga de facilitarme el acceso. Me conduce hasta su marido, que me saluda con afecto y me revela una confidencia: está preparando un e-book que adapte al castellano las enseñanzas de Robert Kiyosaki, su gurú favorito: otra golosina más con que engordar la envenenada tarta de Amway.

Le deseo suerte y me siento en una de las últimas filas, atento al flujo de gente que se acomoda a mi alrededor. Diviso al conferenciante de la semana pasada, a su mujer y otros rostros repetidos. Casi todos parecen conocerse de antes, se saludan con familiaridad y cuchichean excitados ante la nueva dosis de palabrería que nos aguarda. Parte del público viste con chaqueta y corbata como si de verdad asistiésemos a un acto solemne. Trabo conversación con el tipo a mi izquierda, un latinoamericano que acaba de ingresar en Amway pero que sabe lo suficiente para repetir como un loro los métodos y beneficios de la organización. 
Mi mentor habla más claro que el argentino, o quizá es solo que ya me he acostumbrado a su voz y las increíbles cifras que salen de su boca. Afirma, por ejemplo, que existen en el mundo tantos empresarios Amway como habitantes de Barcelona y su área metropolitana, como si esta ilusión de ser muchos y estar en todas partes tuviera más efecto persuasivo que cualquier argumento racional.
Una celada del discurso se vuelve en su contra. Pregunta a los asistentes cuántos han cobrado un cheque de la compañía y de inmediato se levanta la casi totalidad del auditorio, revelando así que apenas hay caras nuevas en las que tatuar su emblema. Ya sea por su negra reputación online, por el boca a boca (con irónico orgullo aseguran que la empresa aterrizó en España en 1986, lustros en las que han tenido tiempo hasta de patrocinar y nombrar el pabellón del equipo de baloncesto de Zaragoza) o por la facha tenebrosa que cubre a sus embajadores, Amway cada vez engaña a menos gente.

Le falta entusiasmo, de todos modos. Habla de sueños y oportunidades que solo se presentan una vez en la vida con tal sosiego que incluso los disparates suenan plausibles, pero carece del brillo y la fuerza de un verdadero maestro de la retórica. Tal vez por ello se ha preparado una sorpresa final. Llegado desde Miami, entre aplausos atronadores y con aspavientos propios del ganador de un Óscar, sube al estrado un tal Nelson que pregona con su voz agudamente caribeña “que la vida es un teatro y que debemos ser actores, no espectadores”. Podría creerlo, pero antes desempeñaría un papel en el teatro del absurdo o en el teatro de la crueldad que en el de Amway, cuyos protagonistas carecen de cualquier atisbo de gallardía y seducción.

Los triunfadores de la empresa, aquellos que han alcanzado al menos la condición de “platino”, suben al escenario (Nelson, en el centro, rodea con su brazo el hombro de mi coach, que sonríe incómodo), y reciben la más sonada ovación de la tarde. Solo faltan matasuegras, confetis, serpentinas y trompetas para que esto parezca una celebración de fin de año.

Cuando se calma el jolgorio y se reconstruye la intimidad de los círculos, la euforia se apaga como el fulgor de una estrella muerta. Se habla de dinero y, sin el menor disimulo, de captar nuevos seguidores.

-Es mejor llamar por teléfono, te hacen más caso.

-Ya, pero el mío nunca lo coge y le mando whatsapp.

-¿Y si no contesta al whatsapp?

-Siempre nos quedaré el e-mail…

Ya no me tomo la molestia de despedirme. Subo a la recepción del hotel y me apoyo en el mostrador. Se acerca un tipo con pinta de zumbado, que habla español con cerrado acento catalán, y empieza a contarme su historia. Se parece tanto a la de mi mentor, a la del argentino, a la del otro y la del otro que todas se confunden en mi memoria como trozos de puré. “Esto lo tienes que hacer por ti, por tu futuro. A Amway le da igual, ya tiene millones como tú, pero piensa en el beneficio que le puedes sacar…” En su cartera exhibe varios billetes de cincuenta euros. Un rápido movimiento y… la decencia o la cobardía me detienen. 

Antes de irme todavía asisto al triste espectáculo de una sectaria en plena faena de conversión. Su víctima es una joven andaluza que no parece decidida, pero sí abierta a escuchar sus embustes.

-Lo que veo difícil es hacer que se vendan todos esos productos…

-Tranquila, tenemos un método que garantiza resultados. Te lo iremos enseñando poco a poco. Vamos a proporcionarte la ayuda que necesitas: cursos, talleres, libros, conferencias… de momento voy a mandarte unos videos muy buenos para que entiendas mejor cómo funcionamos aquí. Mañana me dices si tienes alguna duda y seguimos avanzando. Yo te voy a apoyar siempre, pero al final no olvides que todo depende de ti…