martes, 3 de febrero de 2015

Sobre los grafiteros y sus obras (o lo que sean)

 
Muchos escritores se obsesionan (o al menos galantean) con la idea de “dejar huella” en sus lectores y también en sus ciudades o países de origen. Algunos como el infausto Kafka lo han conseguido sin pretenderlo. Pero si su única ambición es ser recordados, tal vez deberían abandonar la literatura, acudir a una tienda especializada y hacerse con unos cuantos espráis de colores.
Siempre me ha llamado la atención el arte urbano y en especial el grafiti (forma de expresión, filosofía de vida, arte o manchas intolerables en el espacio público, según a quién le preguntes). Soy de esos que se paran a mirarlos en las paredes, trenes o persianas de los comercios, como si fueran cuadros expuestos en galerías (¿por qué habrían de merecer menos respeto?).
Algo está claro: los grafiteros (también llamados “escritores”) poseen un optimismo férreo. No importa cuánto pretendas alejarte del mundo: siempre te toparás con una pintada aun en el lugar más inverosímil, donde podría pensarse que nadie va a verla. A veces el mensaje es críptico, otras ofrece pocas dudas acerca de su interpretación. En ocasiones el grafitero ha dedicado muchas horas a pulir su estilo y se considera un artista o un revolucionario; en otras se trata de un hobby más o menos excéntrico.
 

Vandalismo o arte, ¿qué más da? Desde que Duchamp se atreviera a meter un urinario en un museo, las fronteras se han ampliado hasta desdibujarse. Como dijo uno de ellos, “el grafiti es el lado más artístico del vandalismo o el lado más vandálico del arte”. http://www.valladolidwebmusical.org/graffiti/historia/08filosofia.HTML
 
La ambigüedad de las definiciones no amortigua el impulso que les obliga a salir de sus casas aerosol en mano mientras todos duermen, siempre con un ojo puesto en la superficie alterada y otro en los alrededores, por si un policía les intercepta. El grafiti está prohibido y, aunque algunos de sus practicantes lamentan esta situación e intentan revertirla, otros lo consideran parte de su encanto. Si no la sienten per se, la rebeldía se les impone.
 
Pintar les ayuda afrontar sus miedos, expresar lo que llevan dentro, romper la monotonía y provocar un impacto en la ciudad. Con frecuencia desarrollan una firma que les identifica en el gremio o les sirve para reafirmarse. Ves letras que se repiten en calles aledañas con diferentes trazos y colores, como la sombra vacilante de un estilo aún por definir, y te preguntas por la persona que las ha grabado. Quizá nunca sepamos quiénes son, pero han dejado su marca (no indeleble sino efímera, ciertamente, pues las bayetas municipales los borran sin piedad, y también hay grafiteros que se dedican a pintar encima de sus colegas, en feroz competencia por marcar sus territorios).
Verso anónimo en el indescifrable espacio urbano. Figura monstruosa con corazón de ángel. No concibo la metrópolis sin ti; barrio sin grafiti no tiene alma, como historia sin guerras o literatura sin poesía. Bendita seas, feroz anomalía. Que ninguna ley detenga tu audaz movimiento. Porque los barrios pertenecen a quienes viven en ellos y no a quienes legislan sobre ellos.
Me permito, sin embargo, unas recomendaciones a estos idealistas de la noche: explicad el sentido de vuestros actos, estableced la diferencia entre un verdadero grafiti y unas pintadas sin criterio, construid vuestro propio relato para combatir a los que os juzgan meros camorristas. Y, sobre todo, no dejéis que el poder os domestique legitimando lo que hacéis, organizando concursos y habilitando espacios que cercenen vuestros sueños ilimitados. Tampoco permitáis que la ambición os ciegue hasta el punto de no atender las justas objeciones que se os presenten. Pero sobre todo no paréis de crear ni de creer, pues no somos pocos los que celebramos en silencio la energía que os alienta y la personalidad que conferís a los espacios que habitamos. 

 

 

 
 

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