viernes, 8 de abril de 2011

Sobre la naturaleza y la inteligencia







Vamos a conceder un descanso a los protagonistas de mi novela (que, repito, no son los extraterrestres sino los seres humanos que a su alrededor orbitan) para reflexionar de nuevo acerca del origen de la vida. Creo con firmeza que se puede aprender mucho de lo poco que sabemos. Anticipo la conclusión a la que llego: la prepotencia de la especie humana es el resultado de su inteligencia elevada al cubo.


Se dice, en estos tiempos de confusa globalización, de identidades en la sombra, que la inteligencia de una persona radica en su capacidad para establecer relaciones entre distintas áreas. No seré yo quien discuta la validez de tales planteamientos. Me limito a recordar que las relaciones entre distintas áreas y sus consecuencias entrelazadas se remontan millones de años atrás en el tiempo. Un cambio en el clima podía, por ejemplo, suponer la extinción de toda una especie (o de varias especies). Las relaciones que nosotros creamos o vislumbramos no impresionarían a la Madre Naturaleza que, como bien decía Víctor Hugo, habla sin que escuchemos.


Ahora el hombre quiere transformar el mundo en pocos años, cuando la vida de la que procede y forma parte fue desarrollándose poco a poco, en millones de años de paciente evolución. Y además lo hizo partiendo de una base común: nuestro código genético no es distinto al que rige el comportamiento de las amebas. Bien es verdad que el ser humano ha creado su propio universo. Pero la vida surge de la integración de las moléculas. Si, como creen los existencialistas, el hombre se reinventa a sí mismo y crea a cada instante su futuro, ¿no debería concebirse el porvenir impulsando la integración de las personas? ¿Por qué, entonces, desintegramos aquello que nos une? ¿Por qué prendemos los libros que, con distinto nombre, hablan del mismo Dios?


Proteccionismo, nacionalismo, integrismo… ¡funestos términos que engloban los peores conceptos de desunión humana! Si siguiéramos el ejemplo de nuestras células, que se especializan en una función concreta pero poseen la misma dotación de material genético, sabríamos que cada persona no es un compartimento estanco y que posee un núcleo común.


Sartre hablaba del desamparo del hombre. Matizo al sabio: el hombre no está solo porque tiene a otros hombres, mujeres, niños y ancianos con los que atenuar su desamparo. Cada hombre, mujer, niño y anciano es diferente, maravillosa y deliciosamente diferente. Para lograr una fusión con la naturaleza, en vez de un enfrentamiento abierto que suponga la derrota de la naturaleza y del ser humano, debemos encontrar el modo de conciliar la diversidad y la semejanza, el individuo y el conjunto, la libertad y la responsabilidad. Este es, a mi juicio, el mayor reto del milenio que alborea, la disyuntiva en que se debate el futuro de todas las especies. Seamos el timón (y no el tsunami) que guíe la evolución de la vida.

4 comentarios:

  1. Muy buena filosófica reflexión, y el último párrafo corriendo a Sartre... :) I like it.

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  2. Me alegro de que te guste :)

    En cuanto a Sartre, pese a su sabiduría le ocurre como a muchos otros filósofos: sus juicios son tan categóricos que se vuelven un tanto dogmáticos.

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  3. Cada fracaso supone un capítulo más en la historia de nuestra vida y una lección que nos ayuda a crecer. No te dejes desanimar por los fracasos. Aprende de ellos, y sigue adelante.
    Un Saludo

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  4. Gracias por tus palabras de ánimo. Trataré de recordarlas si considero en algún momento que mi vocación literaria ha fracasado.

    Saludos

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