Mientras sigo recibiendo opiniones de la novela y
puliendo detalles antes de enviarla a editoriales y concursos, me ha dado por
echar la vista atrás y repasar mi todavía breve carrera literaria (tan breve
que sería osado llamarla carrera a estas alturas; dejémoslo en avance,
pre-impresión). En la imagen veis todos
los libros de papel (si es que no he perdido o se me ha escapado alguno) en los
que he participado. Cada uno tiene su propia historia, su significado y su
simbolismo. De la mayor parte no soy el único autor, pero al menos he
contribuido con un artículo, un poema o un relato. Dejadme que os hable de
ellos.
Quizá el más conocido sea el libro de cuentos que publicó el Gobierno de Aragón en el año
2012, cuya edición digital sigue disponible en su página web para su lectura
gratuita: Juicio a un escritor. Esta obra ha sido sin duda la más relevante para mí, por el
número de ejemplares que recibí y por la cuantía del premio que me concedieron.
Ha sido mi tarjeta de presentación cuando me he dirigido a editoriales,
concursos o medios de comunicación (e incluso una buena excusa, presentada en
forma de regalo, para animar nuevas o viejas amistades). Siempre le guardaré un
cariño especial porque dio a mi vocación literaria un sustrato físico, una
fuerza vital que es difícil extraer del ciberespacio.
Mi publicación más reciente ha corrido a cargo de Mecenix, que me ha
propuesto publicar uno de mis libros, financiado en parte por ellos y en parte
mediante el sistema de micromecenazgo. Es una opción que no descarto por completo, pero no termina
de convencerme el sistema, así que por ahora no les he enviado ninguna proposición.
También he publicado un par de historias en recopilaciones de cuentos más o
menos olvidadas, pero que en su momento me hicieron bastante ilusión por
suponer mi debut en papel, esa piel blanca que da forma a los libros y que,
desde la irrupción del paradigma digital, ha perdido parte de su carácter
sagrado.
Además publiqué un artículo en el que reflexionaba sobre la educación en
la obra que conmemoraba los 75 años de existencia de mi instituto. En cuanto al azul pequeñito que veis a la derecha, es mi
libro de poemas (muchos podéis leerlos en el blog). Apenas edité unos pocos
ejemplares, y tal vez no merezcan mayor atención, pero también son importantes para
mí, en tanto que reflejan ideas y sentimientos que no supe ni quise expresar de
otro modo.
Espero que, con el tiempo, se sumen nuevos integrantes a mi
familia de libros. Solo el tiempo y los lectores dirán si soy un buen padre para ellos.
Escribo esta entrada principalmente
para agradecer todos vuestros comentarios sobre la novela. Me están ayudando a
detectar fallos, a corregir erratas, a aprender sobre literatura, sobre el
lenguaje e incluso sobre tecnología.
Tengo tendencia a
improvisar cuando escribo, dejándome llevar por palabras, personajes e ideas. De esa manera me siento más libre. No me gusta
sujetarme a estrictas reglas autoimpuestas. Pero a veces la improvisación conlleva
dificultades. Como no visualizo con precisión la estructura de la novela antes
de empezar a escribir, es fácil que caiga en incoherencias. O que, por miedo a
cometerlas, no me atreva a desplegar recursos literarios interesantes.
Cuanto más tiempo dedicas
a la escritura, más exigente eres contigo mismo. Muchos escritores no
publicaron su primer libro hasta después de cumplir cuarenta años. Yo tuve la oportunidad
de hacerlo con poco más de veinte gracias a un concurso para jóvenes aragoneses, aunque se tratara solamente de un puñado de relatos que podéis leer aquí: "Juicio a un escritor"
La obra que he concebido
ahora es más ambiciosa. Se dice que todos los libros están condenados al
fracaso desde la primera palabra, pues nunca serán tan buenos como al autor le
habría gustado. La honrilla literaria consistiría en fracasar de la manera más
digna posible. Quizá sea una afirmación demasiado radical, pero algo de cierto
hay en ella. Escribir es muy difícil y por eso aprecio tanto vuestra
ayuda.
He descubierto varios
concursos y editoriales a los que enviar mi obra, pero voy a esperar un poco
para seguir puliendo detalles y recibiendo más propuestas. Una amable lectora
me ha sugerido que cambie el título por “Desconexión” y estoy pensando seriamente
en hacerle caso. Creo que tiene más fuerza que “Desconectados”. Desconexión es
la palabra que mejor define el estado del protagonista cuando pierde Internet y
se da cuenta de que debe cambiar el rumbo de su vida. ¿A vosotros cuál os suena
mejor? ¿Se os ocurre un título diferente?
Reitero mi ofrecimiento de
enviar la novela en formato PDF a cualquier interesado, por supuesto sin coste
alguno. Todas las críticas me sirven, en especial las más duras y mejor
argumentadas. Aunque se supone que el autor del libro es único, medios como los
blogs y las redes sociales permiten al escritor ampliar el elenco de
colaboradores más allá de lo imaginable, de modo que el resultado final es, en
cierta forma, una obra conjunta. Me
gustaría que los lectores habituales os sintierais partícipes de mi trabajo.
Una vez más, gracias a
todos por ser las columnas que sostienen mis sueños y también la rienda que
sujeta mis desmanes. ¡Un fuerte abrazo!
Estoy muy contento porque,
después de aproximadamente año y medio de trabajo, con algunos parones
voluntarios y otros forzados… ¡he terminado de revisar mi novela! No voy a
llorar de la emoción, pero casi: aunque siempre quise escribir una desde que
era pequeño, ya fuera por falta de habilidad, ideas o constancia nunca había acabado
una obra larga que me dejara satisfecho. En esta ocasión creo que, al menos,
vale la pena mostrar el resultado y someterlo al juicio de los lectores.
Debo confesar que me he
divertido en el proceso de revisión. A veces resulta doloroso eliminar páginas
enteras, pero nunca hay que jugar con la paciencia del lector ni con su valioso
tiempo. También he añadido detalles importantes que, en mi opinión, le dan más
sentido y verosimilitud a la trama. Os recuerdo que el punto de partida es el
fin de Internet, con todas las consecuencias que ello implicaría especialmente
en un adicto a la red, como es el joven protagonista, Ricardo Expósito Duarte.
La novela pretende ser una
reflexión sobre Internet (al final he decidido escribirla con mayúscula
siguiendo el consejo de la RAE) y también sobre la literatura, ya que el
personaje principal encontrará en ella una vía de escape. Incluye elementos de
crítica social y bastantes digresiones. El tono general es reflexivo, pero lo
he aligerado en la revisión para que no se haga pesado (también hay toques de
humor). El texto se concibe como una “novela autobiográfica o una autobiografía
novelística”, en palabras de Ricardo; es decir, se trata de la historia de su
vida desde el momento en que Internet deja de existir.Las autoridades afirman que la desconexión se
ha producido porque la red no ha sido capaz de soportar tanta información,
aunque los personajes tienen sus propias sospechas y teorías. Pero tampoco
quiero destriparos el argumento, tendréis que leer: P
Ahora empezará otra
aventura: buscar el mejor modo de publicarla, ya sea mediante un concurso, una
editorial, la auto-edición… no descarto ninguna alternativa y las estudio
todas. Pero no tengo prisa. Estoy seguro de que, a pesar del tiempo que he
dedicado a su revisión, la novela contiene fallos. Por eso, si alguno de los
lectores del blog siente curiosidad por leerla, se la enviaré gustoso a su
correo electrónico o al medio que me indique. Todavía estoy a tiempo de
modificar cosas, así que me interesan todas las opiniones que pueda reunir. No
existe el libro perfecto, pero se agradece cualquier colaboración que ayude a
mejorar el resultado final.
Una vez más os agradezco
vuestro tiempo y vuestro apoyo. La escritura es una actividad solitaria y saber
que hay alguien al otro lado ayuda más de lo que os podéis imaginar.
Hola a todos, espero que hayáis arrancado bien el año. Hoy os voy a hablar de otra de mis facetas. Como algunos sabéis, en ocasiones he ejercido de “coach literario”. Me gusta ayudar a otras personas a
pulir sus textos, ya sean académicos, novelísticos o de cualquier otro tipo. A
veces lo he hecho por amistad y otras a cambio de una cantidad económica, que
va en función del número de palabras del escrito. Es un trabajo grato porque me
apasiona el lenguaje. Ahora tengo un logotipo que me representa en esa faceta,
como podéis ver en la imagen (es una fotografía del móvil, pero os hacéis una
idea). Pretende transmitir la idea de acompañarte en el proceso de escritura. Si os apetece enviarme algún documento para que lo lea, por favor
escribidme a carlos-albertogl@hotmail.com.
Sin embargo, soy
consciente de que me falta muchísimo por aprender. Solo me siento capaz de
asistir a personas con poca experiencia o que carecen de tiempo
o voluntad para revisar ellas mismas sus textos. Se trata de una tarea compleja
porque hay muchos aspectos a considerar, desde la comprensión y verosimilitud
del texto hasta la puntuación, pasando por el empleo de recursos literarios en
caso de ser procedentes.
En mi opinión es
fundamental que el propio autor revise sus textos, pero sirve de ayuda que
otros ojos entrenados los lean con tranquilidad. Por ello estoy planteándome
enviar mi novela, que estoy a punto de terminar, a unos cuantos lectores amigos
para que me den su opinión. Sin embargo, también creo que con frecuencia los
servicios de corrección se cobran demasiado caros. Sabemos que es difícil ganar
mucho dinero con un libro (por suerte, no es la única satisfacción que
proporciona). Si a eso le sumamos el gasto adicional de contratar a un
corrector, las cuentas pueden incluso salir negativas. Por ello mi tarifa por
palabra es bastante ajustada.
¿Vosotros qué pensáis de
la figura del corrector? ¿Es necesaria o prescindible? ¿Debería ser más
asequible? A los que escribís, ¿os habéis planteado recurrir a ella?
Termina un año en el que
he aprendido mucho, he conocido a personas valiosas y he vivido experiencias
nuevas. He cursado un máster en Barcelona sobre periodismo cultural muy interesante, que ha ampliado mis horizontes laborales e intelectuales, y he tenido la oportunidad de publicar unos cuantos artículos en un medio tan importante como El Periódico de Catalunya, por ejemplo entrevistas a escritores de renombre internacional. Ahora estudio Marketing en Zaragoza y dentro de poco empezaré a trabajar en este sector, que si bien no encuentro tan romántico como el periodismo o la literatura, no deja de ser enriquecedor. En resumen, si he de hacer balance sería muy positivo.Para el 2014 tengo ideas, proyectos,
ilusiones, sueños, dudas… pero sobre todo mucha esperanza. A pesar del contexto
complicado, veo el futuro lleno de oportunidades (y si no las hay, tendremos
que inventarlas).
En lo que respecta a la
literatura, también ha sido un año muy productivo. Estoy a punto de terminar la
revisión de mi novela. Después de varios intentos fallidos (los primeros cuando
apenas era un niño o un adolescente), por fin ha llegado la hora de
aventurarse en el género. Cuando la termine estudiaré la mejor manera de publicarla,
ya sea con una editorial tradicional o por mi propia cuenta. Además, en los últimos
días he recibido diez ejemplares del libro de Mecenix, que me veis sosteniendo
en la foto, por el último concurso en que me premiaron. Aunque se trate de algo
modesto, no deja de ser una manera grata de acabar el año.
También estoy contento con
el desarrollo del blog, aunque siempre se puede mejorar. Quizá ha bajado el número de comentarios, pero
aumenta el de seguidores (prefiero llamarlos críticos). De todas maneras, si
los lectores tenéis alguna propuesta estaré encantado de
atenderos. Soy consciente de que el contenido es bastante heterogéneo, como
también lo son mis inquietudes: publico fragmentos de mi novela, relatos,
artículos de opinión, crónicas, poemas… y no todas las entradas interesan a
todos los lectores. El blog no tiene sentido sin vosotros, así que será un placer escuchar cualquier sugerencia.
Solo me queda desearos Feliz
Año y confiar en que sigamos coincidiendo, en este y otros espacios, a lo largo
del 2014.
Esta entrada es un
pequeño experimento. Se trata de un fragmento del ensayo que escribe Ricardo Expósito, el
protagonista de mi novelaDesconectados, cuya revisión estoy cerca de finalizar después de más de un año de trabajo. En él expone su visión
de internet. Aclaro que no comparto todo lo que dice, ya que su punto de vista
es más idealista que el mío respecto a la red de redes (aunque también irá
evolucionando a lo largo de la novela). Pero lo comparto con vosotros para ver
si genera un poco de debate. Sabéis que sobre la red hay opiniones para todos
los gustos. Algunos piensan que es la prolongación perfecta de nuestras capacidades,
mientras que otros creen que fomenta el pensamiento superficial y perjudica la
memoria. Lo único que parece seguro es que está provocando cambios en nuestro cerebro, como analizan en este interesante artículo.
A los que ya estéis de vacaciones, os deseo que disfrutéis de las fiestas. Algunos os llevaréis un regalo mío en forma de libro, porque acabo de recibir 10 ejemplares de la obra colectiva publicada por Mecenix, que contiene uno de mis últimos relatos. Ahora sí, os dejo el ensayo:
"Internet nos da
libertad a través del conocimiento que pone a disposición de todos. Refuerza lo
colectivo y, rompiendo barreras espaciales y temporales, crea un patrimonio
humano invalorable, surgido de la colaboración desinteresada. Proyectos como Wikipedia,
que es la enciclopedia más completa de la historia, hacen albergar grandes esperanzas
en el futuro.
En internet nadie es
imprescindible individualmente, pero todos lo somos en conjunto. La red
independiza a la gente y al mismo tiempo la une. Es un sistema abierto donde
progresar a través del valor creado. Es el mejor espacio para reclamar
cualquier abuso de las autoridades. El poder de los usuarios se multiplica al
compartirse en un medio social. Por eso la temen los líderes políticos y las
multinacionales. Porque no pueden controlarla.
Lo mejor que se ha
inventado contra la soledad, la indefensión y la desgracia es internet. Esa
inmensa ventana al mundo ha abierto numerosas puertas a la libertad; ha
contribuido a derribar regímenes represores y ha revelado las miserias de
gobiernos llamados democráticos. Porque no podemos conformarnos con la
“democracia” de Occidente, en teoría la más avanzada. Tal vez lo sea. Quizá
muchos países cuyas libertades están más menoscabadas que las nuestras nos
tomen como ejemplo. Pero lo que tenemos no es un estado definitivo. Debemos
seguir a la cabeza de los cambios sociales y políticos, no conformarnos con lo
que hemos conseguido (que en parte se encuentra amenazado) e ir más allá, hasta
obtener una libertad auténtica y superar la alienación propugnada por el
sistema jerárquico que nos gobierna.
Internet es una aliada
imprescindible en ese camino. Nos permite comunicarnos más fácilmente y
democratiza la información, que hasta ahora siempre había “pertenecido” a las
élites. Porque será la comunidad conectada, y no el individuo aislado, la que
nos llevará al cambio.
La red de redes ha
abierto los ojos de los ciudadanos que los medios tradicionales, controlados
por el poder, querían mantener cerrados en su propio beneficio. Internet discute
a la autoridad, constituyéndose como un tablero con demasiadas piezas, un
paraíso de lo alternativo."
Ricardo Expósito Duarte
(personaje de mi novela Desconectados)
Estoy contento porque en los últimos días he podido avanzar mucho en la revisión de mi novela. Ya solo me queda aproximadamente una tercera parte para tenerla lista. Cuando llegue el momento estudiaré la mejor manera de publicarla y espero poder compartirla con todos vosotros. Pero no solo de novela vive el hombre. Hoy os muestro este relato que resultó finalista en el II Certamen “PAX” de Relatos Cortos. De él tuve la oportunidad de hablar en la entrevista que me realizaron en Zaragoza TV (os dejo el enlace por si no la conocéis o si os apetece recordarla). Espero que os guste la historia de este personaje que abandonará la rutinaria seguridad de su casa para perseguir sus sueños.
Cada amanecer es una desgracia. Le torturan los gritos
de su familia, en especial su hermano que le azuza desde la litera inferior: “Corre,
Miguel, que más vago y no naces. Arriba, dormilón. El sol ya está aquí y
tenemos que salir a trabajar el campo.” Su voz ronca, incomprensiblemente
alegre, le llega como el zumbido de un insecto que quiere picotearle la cara,
la nariz, los ojos. ¡Cuántas veces le ha despertado con sus violentos ronquitos
y cuántas mañanas le ha arrancado sus placenteras visiones! ¡Ojalá pudiera
apartarlo con un manotazo y volver a sumergirse en ellas!
En sus sueños, Miguel es poco menos que Dios. Si le
apetece volar solo tiene que desearlo. Si quiere que el paisaje se torne jungla
procaz, desierto árido, montaña inmensa, le basta con imaginárselo. Si le viene
de gusto que le traigan el desayuno y le abaniquen, así sucede. Puede comer
cuanto desee, catar los mejores vinos, acostarse con las mujeres famosas que ha
entrevisto en la televisión del bar… es como un astronauta que viaja donde le
place, con el único límite de su imaginación rural.
Pero esta conciencia onírica tan completa acarrea
trágicos despertares. Aun en los momentos de mayor placer (no es raro que se
despierte húmedo tras celebrar una orgía o cumplir alguna perversión) en el
fondo sabe que lo que experimenta es un sueño, nada más que un sueño. Los demás
pueden cortarlo con solo levantar la voz, tocarle el rostro o encender la luz.
De hecho, en su ensoñación favorita se queda dormido para siempre con una
sonrisa de sublime felicidad, sordo, ciego y paralítico, como muriéndose
dulcemente al amparo de la presencia de los otros.
Sus padres no saben qué hacer con él. Ya ha cumplido
los dieciocho y debería ser uno de los miembros más productivos de la comunidad,
pero no presta atención a las tareas del campo. Confunde el orden de las
operaciones y parece atrapado en un mundo diferente y exclusivo. Más de una vez
se ha llevado collejas, empujones e incluso puñetazos porque su cabeza resulta
antipática cuando está así como torcida, enamorada de su imaginación. Los
campesinos se burlan de su aspecto distraído, de sus brazos mustios, de su
rostro pálido. Su propio hermano le bautizó con un apodo que se ha vuelto muy
popular: el soñador inútil.
Quizá si Miguel aprendiera a leer y escribir
traduciría sus sueños al lenguaje de la literatura. Pero en el poblado son
todos analfabetos. Él lo es por partida doble, ya que tampoco sabe interpretar las
señales de la tierra. Odia la rutina diaria: los mismos rostros sudorosos afanándose
en los mismos trabajos repetitivos. Para las labores menos mecánicas se ve
obligado a preguntar a sus compañeros, que ya no le contestan enfadados sino en
el tono que aplicarían con un retrasado mental.
Mal que bien soporta otro día del verano más
caluroso que recuerda. Al anochecer regresa a casa junto a su hermano. La
espalda le arde de dolor, apenas consigue andar derecho y su única ilusión es
tumbarse en la cama para dormir cuanto sea posible. Cena en silencio esquivando
las miradas entre compasivas y reprochadoras de sus padres y corre a la cama
con el deseo de abandonarse a los sueños.
Pero no puede. Sus pulsaciones se aceleran y su
cerebro se empapa de ansiedad.Agobiado por el
calor, tira al suelo la sábana. Se incorpora y mira las paredes de madera como
si pudiera verlas en la oscuridad cavernosa. Vuelve a tumbarse. Da una vuelta y
otra y otra sobre la estrecha litera. Ninguna posición le resulta cómoda. No
tardan en alcanzarle los ronquidos de su hermano, arrítmicos pero persistentes;
oye incluso los de sus padres en la habitación contigua. Le cuesta vaciar la
mente porque ya está pensando en el cariz que habrán de tomar sus ensoñaciones.
Se desarrollarán en la montaña, en un lugar fresco y aislado. Los personajes
podrían ser miembros de una tribu exótica, cada uno con un color de piel
diferente, altos y bellos. El fuego arderá en una bondadosa hoguera. Contarán
historias fascinantes (bastaría con que movieran la boca de forma convincente y
él se imaginará lo fascinantes que son). Llegado el momento se retirarán a sus
tiendas, dormirán en sus camas mullidas y se prepararán para partir al día
siguiente rumbo a un destino incierto e improvisado. Esta vez no sería
necesario el sexo, ni siquiera el contacto físico. Estaba demasiado
cansado.
Pero no logra dormirse. Su mente es atravesada por diálogos
inconexos, imágenes surrealistas, retazos pictóricos sin sentido, colores que
se superponen y se mezclan. Su cabeza hierve, se enfría, vuelve a bullir. Las
horas van pasando, el hermano ronca y cada vez se pone más nervioso. Intenta
convencerse de que ya está dormido. Se figura la montaña, la hoguera y la tribu;
pretende transformar los ronquidos en soplos de viento, en palabras extrañas o
canciones místicas. Pero no funciona porque sabe que no es real. Durante el
sueño es más fácil olvidarse. Los paisajes y los rostros fluyen por sí mismos y
él solo ha de aportar su capricho. Ahora debe dibujarlo todo. Es un esfuerzo
agotador e inútil.
Su hermano pronto se despertará, todos lo harán y él
tendrá que levantarse también dejando atrás sus sueños abortados. No se cree
capaz de resistir la existencia sin el consuelo que le proporcionan. Toma una
decisión repentina. Se levanta en sigilo de la cama y busca su ropa, que ha
dejado preparada encima de una silla. Arroja al suelo el pijama con rabia muda,
se pone la camiseta, los pantalones y las botas, comprueba que los demás siguen
dormidos, sale de su habitación y abre la puerta de la casa.
Afuera aún está oscuro; una brisa acariciante reduce
la intensidad del calor. Camina en dirección contraria a los huertos y las
calles del pueblo, adentrándose en una zona no cultivada. El terreno es
irregular, descendente, serpenteante. No hay senderos prefijados. La única luz
la aportan las estrellas y la luna en cuarto creciente. Avanza con las manos
extendidas como un ciego, palpando el aire con sus dedos trémulos. Se tropieza
con plantas y piedras, se le clavan en el brazo los pinchos de una rama, se resbala
por una pendiente y ha de abrazarse al tronco de un árbol para no caer.
De pronto nota el lamido del agua en sus botas. Se
ha topado con el caudal de un río casi seco. Sigue su flujo hasta que
desaparece. Continúa andando durante media hora con pasos cada vez más seguros
y contundentes. El cielo ya se tiñe de rojo. Se sienta en una roca para
contemplar el sutil cambio de color. La luz va estirándose en el paisaje,
revelando el espacio que le rodea. Se encuentra en el albor de una llanura de
límites inabarcables. Mira atrás por primera vez: el pueblo ha quedado oculto
tras unas elevaciones del terreno. Su familia debe de preguntarse dónde está.
Duda. En ese momento vislumbra una bandada que cruza las nubes espumosas. Se
pregunta, inquieto, si los pájaros sentirán un remordimiento comparable al
abandonar su nido.
Se obliga a proseguir su avance. Pronto divisa los
restos de una casa de piedra. Aún se adivinan los huecos rectangulares de las
puertas y las ventanas pero en su interior, donde antes habría camas y mesas,
crecen ahora hierbajos y matorrales de secano. Pasea con placer entre las
ruinas y palpa los muros parcialmente derrumbados. Calcula que se sostendrán
por algún tiempo. Del tejado no resiste ni el esqueleto, de modo que los rayos planean
oblicuos dividiendo el interior en una zona de luz y sombra. Busca un rincón en
penumbra, aparta unas piedras, dispone los vegetales como almohada y se echa bocarriba: de inmediato se queda
dormido.