martes, 12 de abril de 2016

Hoy despierto de mi “Duermevela”


Después de cerca de doce meses de trabajo, he acabado de revisar la que será mi segunda novela: Duermevela. Cuando terminas un libro en el que te has volcado intensamente, albergas sentimientos contradictorios. En general predomina la satisfacción (y hasta el alivio) por haber concluido la historia que proyectaste tiempo atrás en tu mente. Habría sido fácil rendirse ante las primeras dificultades e interrumpir la escritura cuando no sabía cómo proseguir. Sin embargo, persistí en mi empeño y hoy puedo decir que mi novela es una realidad.

También resulta inevitable pensar que podrías haberlo hecho mejor. A menudo caes en la tentación de seguir repasando. Como digo Borges, si publicamos es para dejar de revisar. En la corrección he adelgazado el texto unas cuatro mil palabras, para un total de casi 41.000. Es más breve que Desconexión, que superaba las 50.000. Su extensión la sitúa en la artificial frontera entre novela y novela corta.

Todavía falta para que Duermevela se publique. Ya la he enviado a mi agente literario y estoy mirando algunos concursos, pero estas cosas llevan su ritmo, no siempre tan rápido como nos gustaría a los escritores. No hay prisa. También quiero dar las gracias a las personas que han leído la versión preliminar y me han ofrecido sus valiosos puntos de vista. Duermevela también es obra suya.

En cuanto al argumento de la novela, gira en torno al mundo de los sueños y al pasado del personaje principal, un periodista que echa de menos la época en que consiguió mayor éxito profesional y, al mismo tiempo, reniega de ella. No creo que el protagonista genere demasiadas simpatías, pero he procurado darle suficientes matices y contradicciones para despertar el interés del lector. Los más curiosos pueden leer algunos fragmentos en entradas anteriores    

Desde un punto de vista técnico, Duermevela es más compleja que Desconexión, empezando por la introducción de diferentes narradores. Lograr que las voces se distingan y posean personalidad propia ha sido una de las partes más difíciles. Además, el protagonista experimenta una evolución muy marcada que no solo se observa en sus actos y pensamientos, sino también en su forma de expresarse.   

He modulado la estructura, alternando entre el pasado lejano del personaje, el cercano y el presente. Me he complicado un poco la vida para cuadrarlo todo y que no haya incoherencias, pero no de manera gratuita sino con intención de provocar un efecto especial en el lector. Algunas de las escenas se basan en hechos que ocurrieron de verdad y también se mencionan personas famosas, desde políticos como Esperanza Aguirre y Pablo Iglesias hasta actrices como Penélope Cruz, a los que he convertido en personajes secundarios.

Mis fuentes más recurrentes han sido Salvemos Telemadrid (ya que el periodista trabaja en los medios públicos madrileños durante la mayor parte de su carrera) y el llamado Club de los Onironautas, que me ha resultado muy útil para recrear las escenas oníricas. Los sueños siempre han sido una de mis obsesiones. Para mí la literatura es una forma diferente de soñar. Por ello quería que tuvieran mucho peso en la trama, junto con la profesión periodística y sus miserias que, por desgracia, he experimentado algunas veces en primera persona y que también quería reflejar. Estos son los dos temas principales, aunque tampoco pude resistirme a la tentación de incluir un juego metaliterario que, confío, agradará al lector.

Respecto al futuro, creo que la novela es mi género predilecto y estoy convencido de que Duermevela no será la última que escriba. Sin embargo, en los próximos meses me apetece retornar al género del cuento. Tengo ideas para varios relatos y, si considero que hay buen material, me plantearé publicar un segundo libro de cuentos, después del debut literario que supuso Juicio a un escritor. Pero eso lo iré contando poco a poco, en el blog y en las redes sociales. 

viernes, 22 de enero de 2016

La democracia representativa es una farsa: ¡viva la democracia directa!

Hoy quiero escribir sobre política. Pero no sobre la incierta situación actual en el panorama español, sino desde un punto de vista más abstracto y teórico. En mi opinión, la política debe transformarse de forma radical en el siglo XXI, abandonando el actual sistema representativo en el que los partidos, y especialmente el gobierno de turno, ostentan la práctica totalidad del poder. El futuro al que debemos aspirar pasa por desarrollar formas de democracia directa que permitan a los ciudadanos escoger su futuro con libertad.

Admito que cierto nivel de representación resulta ineludible, ya que son muchas las decisiones que se han de tomar para la gestión de un país (o un conjunto de países). El ciudadano de a pie no puede estar informado de todo ni dedicar varias horas diarias a la toma de decisiones que, con frecuencia, han de aplicarse con rapidez para que devengan efectivas. Sin embargo, sí creo que las leyes más trascendentales, aquellas que tienen una influencia duradera en la vida de las personas (por ejemplo, legislación sobre modelos educativos) deben someterse a sufragio, tras un acordado periodo de reflexión y debate público. Los partidos, en colaboración con actores de la sociedad civil, deberían realizar diversas propuestas, argumentarlas y defenderlas, pero finalmente serían los ciudadanos con su voto (presencial o electrónico) quienes escogerían las que  han de llevarse a cabo. 

El sistema representativo no es verdaderamente democrático, si entendemos la democracia como el gobierno del pueblo. Lo único que hace el pueblo es escoger a unos individuos u organizaciones sobre los que después no tiene ninguna capacidad de control, que además incumplen de forma sistemática sus propios programas electorales. Es un sistema que no funciona y que, en último término, solo sirve para que las élites mantengan sus privilegios y tomen decisiones que perjudican a la mayor parte de la población. 

La manera de evitarlo es que sea la población en su conjunto la que tome las decisiones más importantes. Si se equivoca, al menos será dueña de su propio destino, en vez de dejarlo en manos de quienes no comulgan con el interés general. También es de esperar que, cuando los ciudadanos tomen conciencia de la relevancia de su opinión, hagan un esfuerzo por informarse sobre aquellos asuntos que ignoran y que afectan a su existencia.

Por ese motivo hay que pensar en cambiar el sistema representativo a largo plazo, pero tomando ya los primeros pasos en esa dirección. Existen las herramientas tecnológicas para proceder a ello. Lo que falta, por supuesto, es voluntad política, pues los gobernantes y las élites económicas desean mantener sus privilegios. Pero no se trata de ninguna idea disparatada. En Suiza, sin ir más lejos, se han celebrado más de 600 referéndums a nivel estatal desde 1848, imponiéndose la voluntad popular a la voluntad del gobierno en numerosas ocasiones (como debe suceder en un sistema democrático). Todo ello a pesar de que, cuando se empezaron a realizar dichos referéndums, no existían las fuentes de información que tenemos hoy para adquirir criterio propio sobre cualquier asunto, ni los medios técnicos que simplifican su ejecución. He aquí algunas muestras de lo que suelen votar. 

En las últimas elecciones generales he mostrado mi apoyo a Podemos, un partido en el que se han instaurado elementos de democracia directa y en el que los afiliados tienen cierta capacidad de decisión (por ejemplo, determinar el programa electoral con sus propuestas y votos, siendo los más apoyados los que pasan a formar parte del programa, o estableciendo mecanismos de control ciudadano al gobierno). Huelga decir que Podemos está lejos de conceder a la democracia directa la primacía necesaria, pero ha dado pasos en la buena dirección. También existen otras iniciativas, por desgracia poco conocidas por la opinión pública, como Partido X o Partido Pirata que espero vayan calando, al menos entre las generaciones más jóvenes, hasta obtener altos grados de influencia.

En resumen, ¿qué pensáis de la democracia directa? ¿Hay posibilidades de que se implante en las próximas décadas en España? ¿O tendré que nacionalizarme suizo si quiero tener capacidad de decisión sobre el destino de la sociedad en que vivo?      

jueves, 31 de diciembre de 2015

¡Feliz 2016!

Termina un año que ha sido muy provechoso para mí, tanto en lo personal como en en la faceta literaria. Siempre recordaré 2015 como el año en que hice por primera vez varias de las cosas que caracterizan la vida pública de los escritores: presentar su obra, firmar ejemplares en la Feria del Libro y realizar diversos actos de promoción.

Estoy muy satisfecho con la decisión que tomé (no exenta de riesgo) de publicar mi primera novela, Desconexión, a través de Amazon, tanto en formato digital como en papel. Ello implicaba responsabilizarse de la edición, la maquetación y el plan de marketing, como si la escritura en sí no fuese suficiente epopeya. Por fortuna he contado con la ayuda desinteresada de varias personas sin las cuales el resultado final, tanto en su continente como en su contenido, hubiera resultado menos convincente, por lo que me siento muy agradecido. 


La autopublicación me ha abierto puertas inesperadas. Agencia Autores decidió apostar por Desconexión y hemos acordado un contrato de representación, por lo que a partir de ahora tendré mayores posibilidades de colocar mis obras en las librerías más importantes. De hecho, está previsto que mi primera novela se reedite próximamente en la editorial Librando Mundos (espero confirmar pronto la fecha), por lo que tendrá una nueva oportunidad de llegar a los lectores.      

Sin embargo, mi ambición creativa se haya volcada en una nueva obra, bautizada (aún no de forma definitiva) como Duermevela. Se trata de una novela algo más breve que Desconexión, con temática diferente y una estructura más compleja en la que he ensayado recursos literarios con los que hasta ahora no me sentía cómodo. Después de una necesaria pausa, voy a empezar muy pronto a revisar el texto para presentarlo a la agencia en los próximos meses. Si queréis leer algunos fragmentos os invito a ver estas entradas:

En cuanto al blog, reconozco que me está costando mantener el ritmo de actualizaciones de otros años, con entradas semanales o quincenales. Pero mi intención es seguir manteniendo vivo este canal, ya que he comprobado que, si bien los comentarios se han reducido, el número de visitas se mantiene o incluso se incrementa. Como petición para el año entrante os pido a esos lectores silenciosos que me dejen un comentario de vez en cuando, que siempre anima saber que hay alguien al otro lado de la pantalla.


¡Feliz 2016 a todos!   

jueves, 26 de noviembre de 2015

La Villa de los Artistas


Imagine un pueblo donde todos sus habitantes consagran su tiempo a la creación artística. No hay panaderos, carpinteros, policías, médicos ni abogados: solo pintores, escritores, músicos, escultores, fotógrafos, cineastas… Ese lugar ya existe, por desgracia, y lo han bautizado La Villa de los Artistas. Está situado en lo alto de una montaña a la que se accede a través de una carretera sinuosa, llena de desagradables sorpresas. Fragmentos de esculturas fallidas, cámaras rotas, manuscritos abandonados y pinturas rasgadas son solo algunos de los obstáculos que deberá esquivar el visitante bajo su propio riesgo, si pretende llegar hasta él.

Un decreto del gobierno ha limitado su población a cien selectas personalidades. Pero se bastan y se sobran para extender el caos. En La Villa de los Artistas es frecuente, por ejemplo, toparse con poetas ebrios que recitan sus poemas a farolas, hierbas o pedruscos, sin importar el horario. A pesar de los confortables hoteles que han instalado las cadenas para aprovechar el empujón turístico generado por sus propias campañas de marketing, dormir es casi imposible. Los músicos ensayan noche y día composiciones y conceptos melódicos que apenas resultan soportables para el oído humano. Aunque consiga abstraerse del sonido indescriptible que producen sus extraños instrumentos, probablemente tampoco conciliará el sueño. A la calidez de su habitación llegarán los gritos de artistas que ponen su mayor empeño en denigrar las obras de sus colegas con los más humillantes calificativos, en especial si se dedican a la misma disciplina.

Tampoco debería sorprenderle que estallen trifulcas en las calles, pues el carácter caprichoso de los artistas y la dimensión astronómica de su ego son de sobra conocidos. Para que no mueran de hambre, enfermedad o se maten entre ellos, las cadenas hoteleras han encargado a doscientos empleados la tarea de cuidarles. Se hallan desbordados por completo; los más tenaces han pedido refuerzos y una duplicación del salario, pero la mayoría del personal se encuentra recibiendo terapia psicológica.

Los artistas no son conscientes de que los desastres que causan están a punto de terminar con la paciencia de los promotores turísticos. Han intentado lanzarles varios avisos, pero la comunicación ha resultado imposible, ya que sus actividades creativas y destructivas les mantienen enteramente ocupados. Por favor, si pese a mis advertencias decide dejarse caer por el poblado, ármese de altavoces y procure elevarse sobre la batahola. Intente convencerles al menos de que no insulten a los visitantes ni les tiren objetos, ya que su intermitente curiosidad constituye su único sustento. 

Al parecer detestan a los turistas porque no aplauden de manera unánime sus obras revolucionarias: libros con cada palabra escrita en un idioma diferente, esculturas invisibles talladas en el éter, películas cuyo argumento consiste en grabarles por sorpresa y sin su beneplácito… Si alguien se atreve a preguntar el sentido o la intención de su propuesta, que se prepare a recibir un rapapolvo o a sufrir el más despreciativo de los silencios (eso si no tiene un mal día el genio de turno).

Ya hace tiempo que me convencí de que este proyecto era un monumental error. Pero tal vez los políticos conforman el único gremio cuya testarudez rivaliza con el de los artistas. Después de una semana, los albergues que habilitamos para que se alojaran durante el experimento se hallan en estado de descomposición. Los cuidadores localizan camas, baños y muebles en los lugares más inverosímiles, por ejemplo en el tejado o bloqueando la salida de un albergue enemigo. La basura se acumula en las calles, proliferan los incendios y el museo que debía acoger la exposición con sus mejores trabajos se ha convertido en un campo de batalla: han arrancado la puerta, roto las ventanas y golpeado la fachada con todos los materiales que les ha provisto el entorno y su desbocado ingenio.

Tan solo el dueño del bar, que ha tenido que reaprovisionarse de bebidas alcohólicas, se está lucrando. Las pérdidas económicas son ingentes y los beneficios culturales, más que dudosos. Tal vez de este maremágnum podríamos rescatar obras valiosas, ¿pero quién osará juzgarlas con un mínimo de criterio mientras los cien ángeles del infierno revoloteen a su antojo por la villa? Máxime cuando todos están de acuerdo en la condición nauseabunda de la crítica profesional y en la estolidez de los aficionados que se atreven a valorar los frutos de su esfuerzo. Yo, desde luego, no pienso poner a prueba su orgullo.   

A los visitantes que sientan más curiosidad por los espectáculos excéntricos que interés en salvaguardar su integridad física, les recomendaría que acudieran con escolta o que no salieran de sus vehículos. Lleven unas cuantas ruedas de repuesto y, si pueden, blinden los cristales. Tengan en cuenta que, una vez atraviesen el cartel que les da la bienvenida a La Villa de los Artistas (e incluso antes), estarán pisando una zona en perpetuo conflicto.


jueves, 29 de octubre de 2015

Pesadillas de un onironauta


¡He terminado la primera versión de mi nueva novela! Aunque soy consciente de que todavía falta bastante trabajo, y que me encontraré con errores y contradicciones cuando me ponga a revisar, hoy me recorre la sensación del deber cumplido.

Por ahora el texto se ha quedado en unas 45.000 palabras, más de lo que yo tenía proyectado en un principio y por encima de lo que suele considerarse una novela corta.
Mis sensaciones son positivas, si bien creo que la revisión va a resultar exigente, ya que he ido avanzando de manera en gran medida improvisada. A buen seguro me veré obligado a recortar fragmentos, ampliar otros y, quizá, a cambiar el orden de algunas escenas, con el objetivo de crear el efecto más interesante en el lector. Tampoco he decidido aún el título. Además de Duermevela, barajo otras posibilidades como Las cenizas de un sueño o Pesadillas de un onironauta. ¿Cuál os suena mejor? Os recuerdo que he publicado tres partes de la novela en este blog, de manera que os podéis hacer una idea del  tono y el argumento, que gira alrededor del mundo onírico y las miserias del periodismo 

Creo que en esta fase, en que la obra todavía debe evolucionar hasta tomar su forma definitiva, los lectores pueden ayudar enormemente al autor. Por ello, al igual que ya hice con mi primera novela, me encantaría compartir este boceto con algunos lectores y conocer su opinión. Si estáis interesados decírmelo por aquí, en Facebook o a través de mi correo electrónico: carlos-albertogl@hotmail.com

También me place compartir dos enlaces acerca de mi novela Desconexión. El primero es una entrevista en Galakia cuyas inquisitivas preguntas debo agradecer a Arancha Caballero. El segundo es una amable reseña en Anescris Blog. Confío en daros pronto noticias sobre la reedición, que está prevista para los próximos meses en la editorial Librando Mundos.

martes, 29 de septiembre de 2015

Más narradores, más personajes: la evolución de mi nueva novela


En el artículo de hoy comparto un nuevo fragmento de la novela en que estoy trabajando. Al igual que en mi primera obra, Desconexión, el protagonista cuenta su historia en primera persona (si bien la estructura es más complicada, con numerosos flashbacks que pueblan la narración). Sin embargo, a medida que profundizaba en el pasado del personaje me pareció necesario introducir otras voces narrativas que aportaran una perspectiva diferente. Los párrafos que reproduzco a continuación pertenecen a un capítulo narrado por el padre del protagonista. También he creado una voz femenina que aparece en un capítulo posterior y que tiene todavía mayor importancia en la trama. De momento no voy a desvelarlo, ya que no quiero hacerme demasiados spoilers a mí mismo.  

Por otro parte, espero que Desconexión pueda tener una segunda vida gracias a la colaboración con Agencia Autores, con la que estoy a punto de firmar un contrato de representación. Confío en daros pronto noticias al respecto.


El cigarrillo quizá sea el último placer que descubra en esta vida. Placer insano, desde luego, lo sé mejor que nadie y eso no me ha impedido ganarme la vida vendiendo paquetes como este que reposa en la mesa de madera. Además parece que se me da bien lo de fumar, ya estoy aprendiendo a formar anillos casi perfectos con el humo. Desde que empecé noto que estornudo y me canso más que antaño, como no para de recordarme mi mujer. Subo por el ascensor en vez de usar la escalera como he hecho toda la vida: otro síntoma más. Pero era cuestión de tiempo que sucediera. El tabaco solo acelera un poco (¿meses, años?) el irreversible proceso de envejecimiento de un hombre que ha cumplido 65 años. Bueno, el otro día leí un artículo en el periódico en el que unos científicos explicaban su investigación sobre cómo retrasar la vejez. A largo plazo aseguran que no solo nos conservaremos mejor y por más tiempo, sino que podremos detener el envejecimiento e incluso revertirlo, volver a ser jóvenes cuando ya habíamos dejado muy atrás esta etapa de la vida. Por supuesto, no creo que mi hijo ni sus hijos lleguen a ver tal cosa, pero podría ser un buen argumento para una novela. Qué harías si pudieras vivir tu vida una segunda vez.

Yo sospecho que cambiaría casi todo, pero en mi apreciación imagino que influye el ya haber experimentado mi propia existencia. Es decir, supongo que nadie optaría por repetir su vida, incluso si se siente muy ufano de lo que ha conseguido en ella. Cualquiera tomaría otras elecciones, aunque solo fuera para comprobar que ocurría. El astrónomo querría ver qué tal se le dan las ciencias jurídicas y el profesor de inglés tal vez se dedicara a la entomología. Sin embargo, para ser honestos, yo no me siento especialmente orgullo (ni tampoco lo contrario) de lo que he hecho a lo largo de esta vida que, a falta de milagros rejuvenecedores, empiezo a ver como un maratón hacia la muerte, sin excesivas ilusiones o expectativas que entretengan mis últimos años.

Lo reconozco, al principio abominaba la jubilación. Dejar el estanco era como despedirse de un hijo, pese a que hubiera motivos de sobra para hacerlo, desde nuestra propia manera anticuada e ineficiente de trabajar hasta el dinero que hemos obtenido al traspasar la licencia, que nos permitirá vivir desahogados por bastante tiempo. Pero jubilarse era como morir un poco, envejecer años en un segundo; convertirse en una carga para la sociedad que no dejaría de aumentar con los años. La simple idea de cobrar una pensión por no hacer nada, aunque sea un derecho consabido y bien ganado, resultaba chocante en carne propia para alguien acostumbrado a dedicar tanto tiempo y energías al trabajo. Por más que viera que la decadencia del negocio – obvio reflejo de la nuestra – no tenía marcha atrás, uno siempre cree que puede continuar un poco, dos años tal vez, que aún no es tan mayor como para jubilarse definitivamente. Porque dejas de trabajar de golpe, para siempre, mientras que la decadencia, a menos que se sufra una enfermedad grave, es lenta y progresiva y, por tanto, cuesta determinar cuándo ha llegado a un nivel (¿qué nivel?) que justifica el cese de toda actividad profesional.

Los primeros meses han sido duros. Cuesta acostumbrarse a abandonar las rutinas que has mantenido durante cuarenta años con escasas variaciones. Pero ahora empiezo a verlo de otra manera, empiezo a darme cuenta de lo aburrida que era esa rutina de facturas y clientes y, en general, el trabajo de estanquero que había heredado de mi padre. Si pudiera retornar a la juventud, no solo cambiaría mis elecciones esenciales por mera curiosidad sino porque creo que las tomé con demasiada mesura y corrección, pensando más en cómo reaccionaría la familia que en mis verdaderos deseos, los cuales, en verdad, nunca llegué a descubrir. Hacer siempre lo correcto es una de las peores formas de equivocarse. Con un deje de amargura me doy cuenta ahora, cuando pocas decisiones esenciales puedo tomar ya, de que ese ha sido el gran error de mi vida.

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Algunas reflexiones en frío sobre mi novela "Desconexión"



No sé en qué instante se me ocurrió plantear en una novela el siguiente ¿distópico? escenario: la desaparición de Internet en todo el mundo. Sospecho que en unos de esos momentos en que la conexión se evapora o enlentece justo cuando la necesitas con mayor apremio. Una serie de preguntas se encadenaron en mi mente. Si se prolongase el apagón, ¿qué reacciones se sucederían? ¿Podríamos acostumbrarnos a una regresión tecnológica? 

Encontré el tema muy dado a la polarización, con previsibles radicales por ambos bandos. Nostálgicos de la era analógica, analfabetos digitales y hombres que han perdido sus empleos porque las máquinas los han reemplazado incluso celebrarían la desconexión, una vez se controlaran sus consecuencias más drásticas. Otros, en cambio, tendrían enormes dificultades para adaptarse, en especial los nativos digitales que no conocen otro mundo que este regido por Google.

Decidí darle el protagonismo de mi novela Desconexión a un adicto a la Red que, sin llegar al aislamiento total de los hikikomori nipones, sufre verdaderas dificultades para relacionarse fuera de las pantallas. Con Julian Assange y Edward Snowden como referentes, el personaje principal no se resignará a la desconexión y responsabilizará de ella a la clase política y a los medios tradicionales, a quienes no parece disgustar en exceso la vuelta al modelo caduco de comunicación unidireccional. Cabe una objeción: Internet puede servir tanto para vigilar y someter a la población como para alentar sublevaciones contra el poder establecido. El libro no pretende convertirse en un panegírico a favor o en contra de la tecnología; si acaso, en un punto de partida para reflexionar sobre la manera en que la usamos, algo que inevitablemente marcará nuestro futuro como sociedad. 

A veces me preguntan si me identifico con Ricardo Expósito, protagonista y narrador de la novela. Y siempre respondo que no, para nada, cómo se te pudo ocurrir tal cosa. Primero porque me considero un poco más simpático y sociable que el bueno de Ricardo, que trata de camuflar su soledad con las cifras de seguidores siempre crecientes de sus perfiles en redes sociales. Segundo y principal, porque no me veo como un adicto a Internet. Al contrario, me gusta desconectar voluntariamente, apagar el móvil a ratos (por ejemplo cuando escribo) e ignorar los mensajes del whatsapp. Sin embargo, confieso que me han sorprendido mis propias reacciones cuando la Red ha dejado de funcionar en mal momento: ansiedad, frustración, malhumor. Después se me pasa, cojo un libro, doy un paseo, pero por unos segundos siento la desazón indescriptible de Ricardo al comprobar una y otra vez en su smartphone que el flujo del maná del siglo XXI permanece cortado. Así que sí, me identifico con el protagonista más de lo que suelo reconocer. Espero que lo mismo le ocurra al lector, aunque no se acerque a su nivel de obsesión digital.

La historia, de todos modos, no gira solamente en torno a la misteriosa desconexión. En realidad todo pivota en la tortuosa mente del protagonista, que en pocos meses experimentará una enorme evolución personal. Obligado a renunciar a su proyecto de convertirse en un empresario de Internet, descubrirá un mundo ahí fuera (y también dentro, en la biblioteca de su casa) que hasta ahora se había obstinado en ignorar. Ricardo empezará a leer de forma compulsiva e, incluso, intentará escribir su propia novela, hasta darse cuenta de que lo mejor que puede hacer es contar su propia historia. El argumento quedará suspendido de tanto en tanto por las reflexiones del narrador acerca de la escritura y las implicaciones de su inevitable subjetividad. En resumen, cómo contarse a uno mismo sin dejar de ser uno mismo, sin engañarse y sin engañar al lector, o quizá engañándolo por su propio bien, con un fin superior...     

Como yo no quiero engañar al lector, debo confesar que envié Desconexión a varias editoriales, agencias y concursos, consiguiendo como mayores logros una mención de finalista en un certamen que no garantizaba su publicación y, recientemente, la propuesta de la Agencia Autores de incorporarme a su catálogo de escritores (de la que os informaba en la anterior entrada). Lejos de deprimirme, el silencio de las editoriales me ha llevado a explorar el universo literario de Amazon, que ya había indagado en este reportaje

Cada vez son más los autores que se lanzan a publicar por su cuenta, tanto en formato digital como en papel. El coste es nulo o casi nulo, al menos en Amazon, y el mercado, teóricamente, infinito. Pero el autor tendrá que pluriemplearse: autocorregirse o pedir a otros que le ayuden, cuidar los detalles de la edición, encargarse del marketing… una labor exigente si se afronta en serio y que, por lo general, no ofrece grandes réditos económicos, pero que, bien ejecutada, al menos da al libro la opción de destacarse entre los cientos de ejemplares nuevos que se publican cada día. En mi caso no ha funcionado mal, ya que he logrado situar el libro entre los más descargados durante varios días. Después el criterio de los lectores dictará sentencia. Por si acaso, ya estoy trabajando en mi segunda novela...