lunes, 26 de enero de 2015

Entrevista a Juan Villoro: "Lo literario no está en los acontecimientos del mundo sino en la manera de mirarlos"


Decía Roberto Bolaño (sin ser mexicano, por cierto) que México es un género literario en sí mismo. Quizá no le faltara razón. Mucho se ha escrito desde y sobre este país que a mí también me toca de cerca, no tanto porque mi abuelo naciera allí de manera circunstancial, sino por el maravilloso verano de 2008 en que pude saborear una porción de este país, en todos los sentidos, inagotable. Dejé allí algunas personas muy queridas y exageradamente hospitalarias, cuyo recuerdo no me abandonará nunca.
Aunque no he tenido todavía ocasión de regresar a México, he viajado a través de las letras de varios de sus autores como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, Emilio Pacheco o Juan Villoro. A este último lo he visto dos veces en Barcelona: en la presentación del ensayo “Librerías” de Jorge Carrión y en la de su libro "¿Hay vida en la tierra"? , compuesto por cien artículos breves sobre los prodigios de la cotidianidad recientemente publicados en Anagrama.
 
Villoro es uno de los escritores contemporáneos más interesantes en nuestra lengua. Premios como el Herralde, el Ciudad de Barcelona, el Internacional de Periodismo Rey de España o el José Donoso jalonan su trayectoria. Capaz de navegar con igual soltura en los terrenos de la realidad y la ficción, del periodismo y la literatura, sus textos suscitan reflexiones sobre la vida moderna y tienen además la virtud de convertir lo desagradable en risible, gracias a su sentido del humor y su ironía.
Lo entrevisté vía e-mail dado que, tras su periodo como profesor en la Universidad Pompeu Fabra (lástima no haber podido asistir a sus clases) ha retornado a su país natal. 

 
En “¿Hay vida en la tierra?” relatas costumbres de México como llegar tarde a una reunión social o posponer indefinidamente la solución de los problemas. Algunas de ellas también son aplicables a España. ¿Qué diferencias culturales has percibido entre México y Barcelona?
 
Es difícil hablar de esas diferencias sin ser maniqueo. Cuento algunas, tratando de no ser demasiado simplificador. En América Latina solemos hablar por teléfono sólo para conversar. Cuando vivía en Barcelona, Roberto Bolaño y yo nos llamábamos para contarnos un sueño, recordar a alguna actriz de nuestra adolescencia, compartir un chisme y cosas por el estilo. A los dos nos sorprendía que los amigos españoles se pusieran nerviosos con ese tipo de llamadas, que para nosotros podían durar dos horas. En España hablas para quedar en algo. El teléfono no es un sitio de reunión como en América Latina. Otra cosa diferente es la cultura de la desconfianza. En México desconfías a priori de los desconocidos. Cuando un carpintero o alguien que trabaja contigo cumple, dices: "Se ganó mi confianza". En cambio, en España la confianza se da por sentada, lo cual es mucho más grato; asumes que alguien hará lo que promete y si falla, pierde tu confianza. Cuando volví a México tuve que explicarle a mi hija de cuatro años que había pasado de un lugar donde la confianza se puede perder a un lugar donde la confianza se debe ganar. En favor del trato latinoamericano encuentro la casi instantánea intimidad sentimental que se produce en una relación amistosa. En España puedes ser amigo de alguien sin enterarte demasiado de su vida privada; en México es difícil salir de la vida privada.
A lo largo de tu trayectoria has cultivado la crónica, el cuento, la novela, el columnismo… ¿crees en la necesidad de la separación entre géneros o eres partidario de la hibridación?
 
Lo divertido de los géneros es que son diferentes. No me interesa que una obra de teatro mía parezca un cuento puesto en escena o una conferencia escenificada. Hay vasos comunicantes, por supuesto. Pero lo que más me interesa no es confundir o mezclar los géneros, algo muy de moda, sino beneficiarme en cada uno de los que practico de las enseñanzas que me han dejado los que no practico en ese momento. Del mismo modo en que un entrenador dirige el partido aprovechando al futbolista que alguna vez fue, el novelista se beneficia del ensayista que en ese momento está callado pero juzga, y viceversa.
 
En la estela de autores como García Márquez o Josep Pla, te has desempeñado tanto en el periodismo como en la literatura. ¿Crees que estamos viviendo una época de mayor unión entre ambas disciplinas o, por el contrario, se hallan cada vez más distanciadas? 
 
Ha aumentado el prestigio de la crónica. García Márquez escribió textos maestros en la prensa que sólo se conocieron mundialmente cuando alcanzó fama como novelista. Cuando empecé con el periodismo nadie hablaba de crónica; hacíamos notas o reportajes. Poco a poco aumentó la valoración narrativa del género, que tiene enorme calidad desde los tiempos de Daniel Defoe. Lo curioso es que hoy en día es más fácil organizar un congreso sobre la crónica que publicar una. Me suelen entrevistar personas que tienen becas en el extranjero para estudiar el género y reciben para ello mucho más dinero del que jamás recibiremos los cronistas con nuestro trabajo. Paradojas de la vida posmoderna.
 
En mi opinión, el futuro del periodismo tal y como se ha entendido hasta ahora se encuentra amenazado por la pérdida de credibilidad de los medios tradicionales y sus dificultades para adaptarse al mundo digital. ¿Cuáles son los principales retos que afronta la profesión en el siglo XXI?
El periodismo narrativo debe recuperar la confianza en sus principales recursos. Estamos ante un fenómeno parecido al que experimentó la pintura con la llegada de la fotografía. El retrato fotográfico volcó a los artistas a cosas que no puede hacer la fotografía: el impresionismo, el cubismo, el expresionismo e incluso el hiperrealismo. La información en línea es muy útil, pero no podemos renunciar a contar historias donde las noticias públicas encarnen en destinos privados. La crónica es la mejor manera de relacionar lo colectivo con lo individual. Por desgracia, el vértigo de la velocidad y la obsesión por la brevedad del periodismo digital parecen en contra de esto, pero se trata de una tendencia pasajera. Es posible que las plataformas digitales incluso ayuden a esta tarea, permitiendo que alguien cuelgue un reportaje larguísimo para que lo descarguen o lean en pantalla los interesados. Nadie te publica una crónica de treinta folios, pero nada impide que la coloques en un blog.
 
Las dos veces que te he visto en persona me han impresionado tus dotes como orador. ¿Eres partidario de la improvisación o arrancas siempre con un guión predeterminado?
Creo que la conferencia se debe producir ante los oyentes. Si se trata de leer un texto, se puede traer a un actor. Además, el que más aprende es el propio orador. Hablar en público es una forma de investigar tus propias ideas. Obviamente esto tiene riesgos. Hace poco estrené un monólogo teatral que se llama "Conferencia sobre la lluvia", en el que un hombre pretende dar una conferencia sobre la relación entre la poesía amorosa y la lluvia y termina perdiéndose en devaneos mentales y haciendo una provocadora confesión sentimental. Acaso un día me pase esto.
 
Alguien dijo que los móviles acabaron con la literatura: Romeo le habría enviado un whatsapp a Julieta y todo se habría arreglado sin derramamientos de sangre. ¿Qué relación tienes con las nuevas tecnologías?
Tengo una muy buena relación primitiva con la tecnología. Las uso poco para no depender de ellas. Estamos ante prótesis culturales que causan adicción y sobredosis. En pequeña medida estimulan, en exceso hacen que te apagues.
 
Tras leer “¿Hay vida en la tierra?” uno llega a la conclusión de que no hay nada más formidable que las casualidades. Hay algunas historias tan increíbles que parecen fruto de la imaginación más libertaria y del azar más improbable. ¿Te has permitido licencias literarias o todo se funda en experiencias reales?
Sólo me he permitido licencias para unir historias que ocurrieron en distintos momentos, cambiar nombres de algunos personajes, resumir un poco lo sucedido o darle otro orden. Son procedimientos parecidos a los del fotógrafo que, sin cambiar la realidad, la redefine por el encuadre, la perspectiva, la composición o los juegos de luz. Cuando narras un suceso público, estás comprometido a no alterar nada. Cuando narras escenas de la vida privada puedes cambiar el color de los calcetines si eso favorece un adjetivo.
 
Por último, ¿qué dirías a los noveles que dan sus primeros pasos en el mundo de la escritura?
Que lo literario no está en los acontecimientos del mundo sino en la manera de mirarlos. Con la debida atención, la historia de un hombre que no puede volver a casa se convierte en la Odisea.

miércoles, 7 de enero de 2015

Mudanza interruptus

Deseo que hayáis comenzado el 2015 de la mejor manera. Tengo muchas ilusiones puestas en el año recién nacido. Confío en compartirlas con vosotros y en que sigamos coincidiendo en esta posada digital abierta las 24 horas del día. Entrad sin llamar, por favor. En mi primera entrada de 2015, me invento una situación embarazosa que estuvo cerca de suceder cuando llegué a Barcelona el pasado mes de octubre. Aunque los hechos son ficticios, las imágenes que ilustran el artículo se corresponden con mi actual residencia y mi coche. Espero que os guste y si os apetece dejadme un comentario :) 

 

Me traslado a una ciudad nueva con la esperanza de progresar en la vida. Dejo el coche en cualquier sitio y extraigo parte de mis bártulos. El peso de las maletas no baja un ápice mi entusiasmo. La sombra de un parque se extiende en el horizonte, relucen las farolas del barrio, atractivas mujeres montadas en bicicleta pasan junto a mí como promesas de felicidad.

No sé gran cosa de la urbe que me acoge en su vientre (y lo que sé probablemente está errado, como una entrada de la Wikipedia modificada por un troll). Pero la ignorancia estimula mis sentidos: el aire de la incertidumbre posee un dulzor imaginario. Detengo mis pasos vacilantes para revisar una vez más la dirección en el móvil. Solo he de cruzar la calle y me hallaré frente al edificio. Arrastro con brío las maletas que no albergan ropa y enseres, sino toneladas de expectativas.

Estoy a punto de lanzar un grito para que el mundo sepa que he llegado. Me contengo (ya daré luego la tabarra en las redes sociales) y abro el portal. Voy a compartir piso con tres desconocidos de diversas nacionalidades. Ya acaricio el goce de una sana conversación sobre las infinitas maneras en que las civilizaciones se han desarrollado. En mi imaginación salta el corcho de una botella de champán. ¡Lo logré! Por fin escapo de la cárcel construida por mis inseguridades y miedos, aniquilados de un plumazo por mi vibrante determinación. A partir de ahora, los buenos augurios se convertirán en palpables realidades.

Los crujidos del ascensor y su lento ascenso prolongan mi tensión. Las llaves tiemblan en mis manos. Su brillo metálico refleja el aleteo de mis pulsaciones. Pensando que es la luz, llamo a la puerta. Pensando que van a abrirme, espero. Tanteo la cerradura que se resiste, resignado. Por fin cede a mis pretensiones. Avanzo por un oscuro pasillo atestado de objetos indescifrables con los que procuro no tropezar. ¿Dónde está la luz? De lo que entonces aún no sabía que era la cocina brota un hilo dorado que sigo con fervorosa desesperación. Al parecer la casa está desierta.

Penetro en mi habitación, escogida tras meses de ardua búsqueda y decenas de rechazos. Una capa de polvo impregna el ambiente y provoca estornudos. La cama se halla levantada en vertical, exactamente como dijo la dueña que no estaría a mi regreso; los armarios entreabiertos, que de pronto revelan toda su vejez, no encajan en los huecos que les corresponden. El vacío se apodera de mí en cuestión de segundos. ¡Qué diferente parecía cuando la descubrí bajo la doble distorsión de la luz solar y la sonrisa de la arrendataria!

Entonces recuerdo que las maletas que he dejado a los pies de la cama no constituyen ni la mitad de mi equipaje. Será mejor que lo traiga todo antes de decidir dónde dejar cada cosa. El ascensor se ha ido y su lentitud me sulfura, así que bajo al trote las escaleras. Un presentimiento me dice que llego irremediablemente tarde para solucionar un mal que todavía no identifico.

¿Dónde demonios he aparcado el coche? La mudanza me está sorbiendo los sesos. Recorro la calle en una dirección y en la contraria, exploro las esquinas, me maldigo por no tomar puntos de referencia. Por una décima de segundo mi corazón estalla en vítores: distingo el tono de su pintura y las ralladas al nivel de la puerta del conductor… mas la alegría se troca en horror a velocidad incalculable pero rapidísima. ¿Cómo se mueve el coche sin mi permiso? ¿Acaso ha adquirido vida propia y ha decidido que ya está harto de mi manejo desatento y mi torpeza para estacionar? Incluso diría que se ha henchido en su indignación y levita más alto que un todoterreno.

Por más que parpadee sigo sin comprender la escena hasta que reconozco el cuerpo de una grúa dándole el abrazo de la muerte a mi inocente automóvil. Grito, maldigo, escupo de rabia. ¿Qué ha hecho, qué he hecho para merecer esto? En mí se adensa la impotencia de todos los hombres que solo querían descargar maletas durante unos minutos, tras una larga jornada de viaje, y después reposar mansamente en su nueva guarida, alquilada a prefiero no saber cuántos euros el metro cuadrado. Truncado el entusiasmo, interrumpida la mudanza, me siento atrapado en un semáforo ambarino que nunca da luz verde a la esperanza. 







martes, 30 de diciembre de 2014

2015 is coming! Feliz año a todos

¡Otro año se acaba! Ya son las quintas navidades que ha vivido este blog desde que lo estrenara en junio de 2010. Ni un solo momento me he arrepentido de fundar y mantener este canal de comunicación que me ha dado infinitos regocijos en forma de comentarios, lecturas y críticas. Y me alegra constatar en las estadísticas que atraviesa su mejor momento, a pesar de la cacareada decadencia de los blogs.

Ya nos acercamos a las cien mil visitas y los comentarios, intermitentes a lo largo del año, han experimentado un gran ascenso con mi reportaje sobre Amway El esfuerzo que realicé en la elaboración de este artículo (dividido en tres piezas por su extensión) ha quedado sobradamente compensado por el calor de los lectores. Ha supuesto la inyección de energía que necesitaba el blog para terminar el 2014 a lo grande (también con un nuevo diseño más flexible) y encarar el 2015 con bríos renovados.

Todavía no sé el tipo de contenido que trabajaré en los próximos meses. Es posible que gire hacia el articulismo, aunque espero seguir compartiendo entrevistas e historias de ficción. Una cosa es segura: 2015 será el año en que mi primera novela, "Desconexión"salga al mercado. La terminé a inicios de año (aunque no he podido resistirme a posteriores retoques cuando escuchaba o leía algo que me incitaba a revisar aspectos) y ya va siendo hora de someterla al juicio de los lectores. Vuestros comentarios favorables y su condición de finalista en este concurso literario me han estimulado aún más a compartir el fruto de mis mayores desvelos literarios.   

Desconozco cuándo y cómo se publicará. Estoy esperando respuesta de parte de la agencia que premió la novela, que se ha comprometido a enviarla a editoriales. Sin embargo, confieso que la paciencia que he cultivado durante estos doce meses está empezando a agotarse, y cada vez veo con mejores ojos la opción de autopublicar en Amazon, tanto en papel como en digital. El coste económico es nulo y el potencial enorme. Tome la decisión que tome, cuento con vosotros para difundir la novela por todos los rincones de Internet ;)

En un plano más personal, el balance del año ha sido muy positivo. Me siento a gusto en Barcelona y creo que es un lugar idóneo para desarrollarme personal y profesionalmente (no solo en el ámbito literario). Sin embargo, en doce meses la vida puede dar muchas vueltas. En 2014 he residido en tres ciudades distintas, he conocido a personas que ahora enriquecen mi vida y he recuperado antiguas amistades. Quién sabe lo que nos deparará el 2015, pero espero que sigamos compartiendo parte de nuestro tiempo en este blog que no podría respirar sin el aliento que le insuflan sus lectores.


¡Feliz año a todos y hasta pronto!

lunes, 15 de diciembre de 2014

American Way of Lies (3)

Hoy publico la última parte de mi reportaje de investigación sobre la actividad de Amway en España. Infiltrarme en la organización para descubrir algunos de sus trapos sucios ha sido una gran experiencia. El tiempo dedicado lo doy por bien invertido si he ayudado a alguien a desvincularse de esta empresa, que realmente no comercia con productos sino con personas a través de sus estafas piramidales. Por fortuna no estoy solo en la lucha contra este fraude. Hay páginas muy buenas como Estafas MLM que llevan tiempo denunciándolo y que os recomiendo visitar si queréis profundizar en la materia. 

En la conclusión del artículo os doy más detalles sobre el modo en que tratan de captar nuevos seguidores, a los que convencen de que Amway es la oportunidad de sus vidas solo para sacarles cuanto más dinero mejor. Su desfachatez les revela. Ya he recibido insultos de algunos de sus integrantes, lo que me hace pensar que mi investigación les está haciendo daño. Si os falta contexto, aquí podéis leer las dos primeras entregas del reportaje:

American Way of Lies (1)

American Way of Lies (2)

De nuevo agradezco a todas las personas que leen, comparten y comentan mis artículos. 




La conferencia solo había servido para aumentar mi confusión. Tenía que seguir investigando, así que concerté una nueva cita con mi coach. Él quiso que nos viéramos al mediodía, pero le dije que no podía y al final se le liberó la tarde. Llamativo que el horario del destacado miembro de una multinacional girara en torno a mis deseos. Decidí llegar quince minutos tarde para provocarle un poco, pero se mostró tan educado como siempre. Le confesé que su amigo argentino no me había entusiasmado y que el cuento seguía pareciéndome bastante oscuro. Elogió mi capacidad crítica y me confesó que él tampoco se lo creyó a la primera. Sin embargo, ahora se congratulaba por haber abandonado su puesto de ingeniero en la Generalitat para convertirse en un empresario Amway. En doce meses construyó una sólida red de contactos que le permitía embolsarse 3.500 euros al mes y vender en todo el mundo sin moverse del sitio: “Solo es cuestión de tiempo que alcance la categoría diamante, y si tú estuvieras igual de convencido que yo, también lo lograrías”.

La empresa clasifica a sus integrantes por categorías: platino, rubí, esmeralda, diamante… Cuanto más dinero generas, ya sea por lo que compras, por lo que vendes o por lo que compren o vendan tus reclutas, mayor es el brillo de tu virtual escalafón. Este sistema de puntos provoca que muchos comerciales desesperados se compren a sí mismos enormes lotes de suplementos vitamínicos, bebidas estimulantes, cepillos de dientes, champús, detergentes, vajillas o perfumes para alcanzar la siguiente categoría, lo que implica unos beneficios que en ningún caso compensan la inversión de alcanzarlos.

El mentor me aconsejó que empezara por algo modesto que me sirviera para comprobar la calidad de los productos, ya que el mejor argumento para vender es “convertirse en cliente y utilizar tu experiencia personal para explicar los beneficios”. Digamos unos 100 o 200 créditos (1 crédito son casi 2 euros). Con eso bastaría por ahora. Como yo no parecía dispuesto, tuvo que confesar que le canta el alerón y que usa desodorante todos los días. “Antes compraba muchos al año, pero con el nuestro me echo solo un poquito y el bote me dura seis meses por lo menos”. No hacía falta que lo jurase: aquello olía muy mal.  

En el juego de la persistencia, en el tira y afloja dialéctico, el ex ingeniero es habilidoso como un comercial redomado. Te arranca un pequeño compromiso sin que apenas te des cuenta. Salió de allí con más datos míos (aunque algunos los inventé), incluyendo una cuenta de e-mail que no uso a la que me enviaría la invitación oficial de la familia  Amway. Para sellar el pacto tendría que pagar 30 euros y ellos a cambio me proporcionarían una especie de tienda online desde la que comprar y vender. Yo le dije que sí, que ya lo haría, o tal vez que lo iba a pensar, que no prometía nada, pero que en cualquier caso ahora debía marcharme. Hay mañanas en las que pierdo cinco minutos en decidir el color de los calzoncillos que voy a ponerme, así que humildemente creo poder afirmar que el rol de indeciso me sentaba a la perfección.

Cuando llegué a casa revisé mi e-mail alternativo, donde entre toneladas de spam destacaba el kit de bienvenida de la empresa: un PDF plagado de testimonios de gente a la que Amway había cambiado la vida y otro con las diferentes opciones para comenzar a “ahorrar dinero” adquiriendo sus productos (cuanto más compras más ahorras, pero también crece el volumen de la estafa). En su publicidad utilizan citas inventadas de Bill Gates, Donald Trump o Warren Buffet en las que ensalzan las maravillas del Network Marketing. 

Mi presupuesto para realizar el reportaje es de cero euros (inconvenientes de freelance), así que no completé el formulario y nunca llegué a integrarme en esta encantadora comunidad de sanguijuelas. Tuve que decirle a mi mentor que de momento no me interesaba. No se lo tomó muy bien, desde luego. Con el tiempo que me había dedicado, ya me veía como un quilate más en su ascensión a la categoría diamante. Por whatsapp me tildó de cobarde y reprobó mi falta de iniciativa. Pero no me dio del todo por perdido y aún tuvo bemoles de invitarme a su conferencia.

¿Qué mejor manera de concluir mi artículo? En la otra charla, el coach me situó en primera fila (el lugar de los indecisos) y no pude captar lo que ocurría a mis espaldas. Acudo de nuevo al hotel, esta vez armado con cámara fotográfica. La esposa del ingeniero jubilado (todo queda en familia) se encarga de facilitarme el acceso. Me conduce hasta su marido, que me saluda con afecto y me revela una confidencia: está preparando un e-book que adapte al castellano las enseñanzas de Robert Kiyosaki, su gurú favorito: otra golosina más con que engordar la envenenada tarta de Amway.

Le deseo suerte y me siento en una de las últimas filas, atento al flujo de gente que se acomoda a mi alrededor. Diviso al conferenciante de la semana pasada, a su mujer y otros rostros repetidos. Casi todos parecen conocerse de antes, se saludan con familiaridad y cuchichean excitados ante la nueva dosis de palabrería que nos aguarda. Parte del público viste con chaqueta y corbata como si de verdad asistiésemos a un acto solemne. Trabo conversación con el tipo a mi izquierda, un latinoamericano que acaba de ingresar en Amway pero que sabe lo suficiente para repetir como un loro los métodos y beneficios de la organización. 
Mi mentor habla más claro que el argentino, o quizá es solo que ya me he acostumbrado a su voz y las increíbles cifras que salen de su boca. Afirma, por ejemplo, que existen en el mundo tantos empresarios Amway como habitantes de Barcelona y su área metropolitana, como si esta ilusión de ser muchos y estar en todas partes tuviera más efecto persuasivo que cualquier argumento racional.
Una celada del discurso se vuelve en su contra. Pregunta a los asistentes cuántos han cobrado un cheque de la compañía y de inmediato se levanta la casi totalidad del auditorio, revelando así que apenas hay caras nuevas en las que tatuar su emblema. Ya sea por su negra reputación online, por el boca a boca (con irónico orgullo aseguran que la empresa aterrizó en España en 1986, lustros en las que han tenido tiempo hasta de patrocinar y nombrar el pabellón del equipo de baloncesto de Zaragoza) o por la facha tenebrosa que cubre a sus embajadores, Amway cada vez engaña a menos gente.

Le falta entusiasmo, de todos modos. Habla de sueños y oportunidades que solo se presentan una vez en la vida con tal sosiego que incluso los disparates suenan plausibles, pero carece del brillo y la fuerza de un verdadero maestro de la retórica. Tal vez por ello se ha preparado una sorpresa final. Llegado desde Miami, entre aplausos atronadores y con aspavientos propios del ganador de un Óscar, sube al estrado un tal Nelson que pregona con su voz agudamente caribeña “que la vida es un teatro y que debemos ser actores, no espectadores”. Podría creerlo, pero antes desempeñaría un papel en el teatro del absurdo o en el teatro de la crueldad que en el de Amway, cuyos protagonistas carecen de cualquier atisbo de gallardía y seducción.

Los triunfadores de la empresa, aquellos que han alcanzado al menos la condición de “platino”, suben al escenario (Nelson, en el centro, rodea con su brazo el hombro de mi coach, que sonríe incómodo), y reciben la más sonada ovación de la tarde. Solo faltan matasuegras, confetis, serpentinas y trompetas para que esto parezca una celebración de fin de año.

Cuando se calma el jolgorio y se reconstruye la intimidad de los círculos, la euforia se apaga como el fulgor de una estrella muerta. Se habla de dinero y, sin el menor disimulo, de captar nuevos seguidores.

-Es mejor llamar por teléfono, te hacen más caso.

-Ya, pero el mío nunca lo coge y le mando whatsapp.

-¿Y si no contesta al whatsapp?

-Siempre nos quedaré el e-mail…

Ya no me tomo la molestia de despedirme. Subo a la recepción del hotel y me apoyo en el mostrador. Se acerca un tipo con pinta de zumbado, que habla español con cerrado acento catalán, y empieza a contarme su historia. Se parece tanto a la de mi mentor, a la del argentino, a la del otro y la del otro que todas se confunden en mi memoria como trozos de puré. “Esto lo tienes que hacer por ti, por tu futuro. A Amway le da igual, ya tiene millones como tú, pero piensa en el beneficio que le puedes sacar…” En su cartera exhibe varios billetes de cincuenta euros. Un rápido movimiento y… la decencia o la cobardía me detienen. 

Antes de irme todavía asisto al triste espectáculo de una sectaria en plena faena de conversión. Su víctima es una joven andaluza que no parece decidida, pero sí abierta a escuchar sus embustes.

-Lo que veo difícil es hacer que se vendan todos esos productos…

-Tranquila, tenemos un método que garantiza resultados. Te lo iremos enseñando poco a poco. Vamos a proporcionarte la ayuda que necesitas: cursos, talleres, libros, conferencias… de momento voy a mandarte unos videos muy buenos para que entiendas mejor cómo funcionamos aquí. Mañana me dices si tienes alguna duda y seguimos avanzando. Yo te voy a apoyar siempre, pero al final no olvides que todo depende de ti…

lunes, 8 de diciembre de 2014

American Way of Lies (2)

En la segunda entrega de mi reportaje sobre Amway describo una de sus conferencias, a las que asisten como palmeros numerosos miembros de la organización para intentar persuadir a las caras nuevas. También cuento cómo el tipo que me introdujo en la empresa trata de intoxicar mi mente con sus retorcidos argumentos. Amway es probablemente la compañía que ha arruinado a más personas en todo el mundo con su sistema de venta piramidal, prohibido por leyes que no se aplican. Han comprado su inmunidad financiando campañas políticas en Estados Unidos y en España tampoco hay nadie que se preocupe de pararles los pies.

Por ahora estoy muy contento con la repercusión del reportaje en las redes. Ayúdame a difundir las infamias de Amway compartiéndolo en Internet. Con la ayuda de todos podemos abrir los ojos a muchas personas atrapadas en este pozo sin fondo o que están a punto de caer en él. Si aún no tienes claro de qué va esto, te recomiendo que leas el inicio del reportaje: American Way of Lies (1)  



No tardé en recibir el siguiente email de mi coach:

 También empezó a mandarme whatsapp, no con una frecuencia asfixiante pero sí lo bastante alta para que no me olvidase de la generosidad de su oferta. Sus documentos oscilaban entre lo cómico y lo indignante, por ejemplo este video en que se desprecia a “la gente pobre”, seres inferiores que no merecen ni el dinero que ganan con tanto esfuerzo:
 
Tras verlo me convencí definitivamente de la necesidad de escribir este reportaje. Porque quizá todavía puedan engañar y quizá yo pueda evitar que alguien (me basta con una persona) desperdicie su tiempo y su dinero en enriquecer a quienes menos lo merecen. Porque el mercado laboral que padecemos empuja a muchos al borde y más allá de la desesperación. Porque, en el fondo, es la incapacidad de los políticos y su corrupción la que alienta este tipo de organizaciones. 

El segundo encuentro con mi mentor sucedió en la misma cafetería. Mi intención era mostrarme sumiso a la codicia, fascinado por cada una de sus palabras, pero no pude contenerme y le arrojé a la cara varias preguntas desafiantes. Aunque amenazó con abandonar a su insolente discípulo, no perdió la calma ni levantó el culo del asiento: todo formaba parte de su calculada estrategia de persuasión.
Recurrió al dibujo: un esquema rudimentario de cómo habían cambiado los negocios en el siglo XXI. Trató de asociar Amway con Amazon y Facebook (del primero tomaban su agilidad en el comercio electrónico y del segundo la construcción de redes). Su última carta consistió en invitarme a una conferencia en un lujoso hotel situado en el barrio del Eixample. Vendría un gran orador e importante miembro del business que me lo dejaría todo cristalino. Mientras tanto debía absorber los videos, e-books y audiolibros que me seguiría enviando a través del e-mail o el teléfono.

Imaginé que la conferencia sería un buen espectáculo, así que acepté la propuesta. No puedo sentirme decepcionado. El esperpento escandaliza aún más de lo que me había figurado. El argentino recurre a preguntas retóricas (¿no te gustaría ser tu propio jefe?, ¿no querrías tener libertad financiera y disfrutar de tiempo libre?, ¿te apetece ahorrar un 30% en tu cesta de la compra?, si a mí me funcionó, ¿por qué no a ti también?) para apelar directamente a la audiencia, que para mi asombro se muestra entusiasmada ante el discurso.
Una chica que también se halla en primera fila recibe de la mano del orador, como premio por asentir a una de sus tramposas preguntas, la bebida energética fabricada por Amway. Mi mentor ya se ha encargado de encasquetármela en la entrada del salón de actos, donde había que pagar siete euros por presenciar la conferencia si se carecía de invitación. Me he tomado media lata hasta cansarme de su sabor dulce y su efecto gaseoso en el estómago. Justo a mi izquierda, atento a mis reacciones y susurrándome comentarios que reafirman las patrañas del orador, mi coach se esfuerza en terminar la suya. No parece que le esté sentando muy bien, pues jadea a intervalos como si cada trago consumiera sus fuerzas. Un combustible artificial que para arder requiere más llamas de las que genera: perfecta metáfora de Amway.

El power point se llena de fotografías de destinos paradisíacos que el speaker ha visitado por gentileza de la compañía. De pronto se encalla en una diapositiva y se siente perdido. Mira de reojo a mi coach, que le da un consejo para reactivar la presentación. En vano trata de recuperar el hilo y el tono. Se levantan murmullos de nerviosismo. El argentino se ha quedado sin palabras y ya no puede disimular la vacuidad de su discurso. Con una mirada tensa pide auxilio a una mujer de pelo plateado que salta a escena, ataviada con varias pulseras y llamativos pendientes verdes.
El nuevo personaje, que se presenta como esposa del orador, intenta levantar el poder persuasivo de la opereta.  He de reconocer que al menos utiliza los gestos y la voz con más encanto. Enseguida nos muestra en pantalla a sus hijos adolescentes, ya a punto de introducirse en el universo Amway: declara emocionada que son lo más importante de su vida. Si se siente en deuda con la empresa, asegura, es sobre todo por las oportunidades que abre para su futuro y porque le ha permitido dejar de trabajar para centrarse en su devoto cuidado. El dinero es tan solo la puerta a la verdadera calidad de vida y a la seguridad necesaria para formar una familia como Dios (y Amway) mandan. Amén.   
 
La mujer vuelve a sentarse entre aplausos y cede la palabra definitiva a su marido. Este ha aprovechado la pausa para fabricar la emoción que habrá de exhibir en el desenlace. Llevo al menos veinte minutos desoyendo sus palabras y fijándome en sus expresiones. ¿Acaso ciertos escrúpulos le impiden interpretar creíblemente su personaje? Me temo que el principal obstáculo no es otro que su propia torpeza. Las contorsiones a que somete su rostro no le habrían servido para pasar un casting ni siquiera en la época del cine mudo, cuando en el gremio de actores imperaba la sobreactuación; el temblor fingido de su voz es como un zarpazo en mi cara.

Hay aplausos que deberían castigarse con el látigo. El speaker los recibe como si hubiera contado un ápice de verdad. Cuando termina, un joven sale al estrado para recordar próximas conferencias cuyas entradas pueden reservarse con antelación. Al finalizar el acto la mayoría permanece en la sala formando corrillos. El coach me presenta al argentino, a otro tipo que se define como escritor y a no sé quién más. Algunos de los presentes parecen excitados, como si de verdad lo que han oído tuviera el poder de cambiarles la vida.
Mi incapacidad para contagiarme de la alegría colectiva me hace sentir marciano. Escapo de mi mentor y curioseo entre los libros que deben servir para captar nuevos adeptos. Me suenan títulos y autores por los materiales que he ido recibiendo en el correo y el móvil. Ojeo tres o cuatro ejemplares y encuentro una colección de decálogos, historias inspiradoras, casos de éxito, consejos prácticos... Así de fácil: millonarios todos. 
Llega la hora de abandonar el escenario. Me despido del coach (que será el protagonista de la siguiente charla) procurando aparentar un educado interés en el negocio y dejando abierta la posibilidad de nuevos encuentros. Creo que él piensa que soy duro de pelar, pero que acabaré cayendo bajo sus encantos.

 
Un simple interrogante me atormenta y me retiene todavía en el hotel: ¿solo yo detecto la fabulación? No me considero un cerebro privilegiado capaz de leer la mente de las personas, pero soy casi el único que en ningún momento ha aplaudido, reído o asentido. ¿Seré un amargado que no sabe disfrutar de los placeres y el dinero fácil? 

 
Me introduzco en un círculo y formulo un par de preguntas para medir la solidez del entusiasmo. El intento queda interceptado de inmediato por un chico tan joven o más que yo, el mismo que había anunciado la próxima ponencia. Me toma del hombro, separándome del resto, y me dice en un susurro, como si se tratara de una cuestión de fe y yo estuviera blasfemando: ¿tienes dudas? Su fanatismo es tan afable que por un momento le creo y casi le respondo que no, que yo también quiero arrodillarme ante el Dios Amway y jurarle sumisión eterna, pero la epifanía dura poco y al instante siguiente lo que deseo es darle un puñetazo y me alejo del hotel a grandes zancadas.

 


 

 
 


lunes, 1 de diciembre de 2014

American Way of Lies (1)

Hoy publico la primera parte de mi reportaje de investigación sobre Amway. Se trata de una multinacional estadounidense que intenta captar adeptos utilizando técnicas de presión psicológica para que vendan y compren sus carísimos productos. También para que acepten pagar costosos cursos de formación que imparten sus miembros más experimentados. Amway es una organización perversa que juega con las ilusiones de la gente aprovechándose de la actual situación de crisis, paro y precariedad laboral. Ha arruinado a muchas personas mediante estafas piramidales, prohibidas en todos los países civilizados (incluso en España).

El reportaje está escrito en primera persona a modo de inmersión, ya que intentaron enredarme en su farsa y decidí seguirles el juego para descubrir más sobre ellos. Es el resultado de mi experiencia y de un laborioso trabajo de documentación. He visto y leído cosas surrealistas que he intentado describir utilizando los recursos que me han parecido más adecuados, incluyendo los literarios. Confío en que os interese y cuento con vosotros para que lo compartáis en las redes, contribuyendo así a denunciar las prácticas lamentables de esta empresa y alertando a los incautos.

 

 
Dos actores aficionados que interpretan su rol: yo permanezco callado en la primera fila mientras él gesticula desde el estrado. La misión del orador, de nacionalidad argentina, consiste en convencernos de la gran oportunidad que supone integrarse en la familia de Amway. Según mi mentor se trata de un empresario exitoso de inspiradora trayectoria, pero yo diría que su destreza para hablar en público apenas supera la de un nervioso estudiante al que obligan a presentar un trabajo en el que no se ha esmerado.
Amway. El nombre no pertenece al ecosistema de marcas de la mayoría de consumidores. Sin embargo, la empresa lleva 65 años en el mercado y acumula unos beneficios cifrados en miles de millones de dólares. O al menos eso asegura la compañía. Se denomina así como abreviatura del American way of life tan cuestionado en tiempos de revisión capitalista, pero cuyo influjo aún subyuga a numerosos individuos con altas ambiciones económicas que pregonan sumisión absoluta al “Dios Mercado”.
El conferenciante prosigue su discurso en un pobre simulacro de los preceptos del storytelling. Resumo su vida más fabulada que fabulosa: un tipo sin empleo, un don nadie insignificante que obligaba a su esposa a trabajar por los dos, descubre la existencia de Amway, una empresa que ofrece a sus partners la posibilidad de obtener ingentes beneficios en función de las ventas que consigan. Gracias al marketing multinivel – nuevo paradigma de los negocios –, no se limita a colocar los productos de la casa sino que además construye una red de contactos que a su vez crean nuevas redes que venden más y más productos y así hasta el infinito (teóricamente). 
Cada venta de un miembro de su red le supone un beneficio en forma de comisión. Tal vez por ello está de excelente humor y no para de hacer bromas que provocan risas inmediatas entre los asistentes (sin embargo, yo jamás había escuchado a un ponente argentino con tan poca gracia). Dosifica su historia con abrumadores datos sobre el éxito de la compañía: afirma que ya hay en todo el mundo cinco millones de “empresarios Amway” con la misma tranquilidad con que un profesor de instituto diría que ha borrado tres pizarras esta mañana. Ninguna cifra es lo bastante impactante para ilustrar lo fácil que resulta vender sus innovadores productos, amparados por la investigación de científicos entre los que se cuentan varios Premios Nobel, y conseguir grandes sumas de dinero con un poco de ambición y perseverancia.
 
Intento reconstruir los pasos que me han llevado a esta conferencia sobre “cómo mejorar tu economía”. Supe de la existencia de Amway a través de un portal de empleo. La oferta parecía prometedora, aunque un tanto imprecisa: “Start-Up de Barcelona enfocada en Nuevas Tendencias Económicas y Nuevos Mercados Emergentes busca un  partner, no inversionista,  con experiencia previa en su propio negocio o conocimientos relacionados en Marketing Digital, Community Manager o Social Media”.  
Un poco al bulto les envié el CV (mi actividad periodístico-literaria aún no me permite comprar un yate como los que reposan en el Puerto Olímpico de Barcelona). Enseguida me llamaron para concertar entrevista. Nos citamos a media mañana en una cafetería de Plaza Urquinaona. De mediana edad, casi calvo, panzudo, el entrevistador parecía un hombre tranquilo y de exquisitos modales, aunque había algo indefinible en él que inducía a la sospecha y suscitaba rechazo.
Pedí un té verde, suspiré hondo y me dispuse a escuchar lo que tenía que decirme, que eran muchas cosas. Me habló del Network Marketing, un revolucionario concepto de negocio que suprimía los intermediarios inútiles y proporcionaba a sus practicantes libertad personal y financiera. Música en los oídos para cualquier desempleado o insatisfecho con su ocupación. Me vi obligado a interrumpir (el “empresario de éxito” no tenía ninguna prisa y ni siquiera prestaba atención a los whatsapp que llegaban sin descanso a su iPhone 5S) para presentar varias objeciones. Si el sistema era tan maravilloso, ¿cómo no se forraba todo el mundo? ¿Qué crisis global podría afectarnos con un paradigma empresarial tan perfecto? Ah, pero él me desarmaba con un discurso bien aprehendido: no invertimos en publicidad, las grandes cadenas de supermercados temen que se conozca nuestro modus operandi porque verían peligrar sus beneficios, hay millones de intereses creados que se esfuerzan en ocultar la mejor manera de aplicar las leyes del mercado…    
Solo después de recrearse en las maravillas de Amway (la pujante Start-Up resultó ser la filial española del invisible gigante norteamericano) y de explicar los efectos fabulosos que me produciría la lectura de ciertos libros de grandes gurús de los negocios que se hicieron multimillonarios partiendo de la nada, se interesó brevemente en quién era yo, cómo me llamaba, qué edad tenía, de dónde había salido…. Incluso visitó este blog y se hizo seguidor de mi página en Facebook. Elogió mi conocimiento del mundo digital y destacó el mérito de haberse granjeado una comunidad de seguidores. “Eso es justo lo que necesitamos, Carlos. Con tantos fans no tendrás ningún problema en vender nuestros productos e ir progresando en el escalafón de la empresa”.
Vagamente entendí que me ofrecía un puesto de vendedor online (aunque él lo sazonaba en términos más prestigiosos como “emprendedor”). Podía, por ejemplo, desarrollar una página hablando maravillas de los productos de Amway (que abarcan nutrición, limpieza del hogar, cuidado personal y un largo etcétera). Cómo cerrar las ventas era asunto mío, aunque él se convertiría en el mentor que necesitaba para obtener beneficios que después compartiríamos como buenos hermanos. Solo recibiría dinero en función de lo que facturara y debía correr con todos los gastos inherentes a mi actividad.   
La música comenzaba a desafinar. El coach notó mi falta de entusiasmo, así que prometió enviarme por e-mail unos documentos que me convencerían del increíble potencial escondido en el Network Marketing. Tras interiorizar la información estaría preparado para una segunda entrevista. Le seguí la corriente (parecer estúpido tiene su encanto), pero estreché su mano con la seguridad de que no volveríamos a vernos y la sensación de haber perdido una hora de mi vida.  
Una nueva obsesión se ha apoderado del tiempo y la salud de los gestores de todo tipo de empresas: mejorar la reputación online. Se contratan profesionales expertos en marketing solo para conseguir que el rumor digital de la marca arrulle a los fanáticos de Google (que somos todos). Unas cuantas búsquedas me sirvieron para descubrir la desastrosa reputación de Amway, que en vano intentan disimular creando blogs o perfiles en foros ex profeso para hablar bien de la compañía.

 
Entre todos los testimonios destaco el de Eric Scheibeler, que tras diez años de trabajo alcanzó una posición prominente en la organización. Él define esta supuesta oportunidad como el gran “fiasco americano” que ha causado “carreras arruinadas, bancarrotas, ejecuciones de hipotecas y familias destruidas en todo el mundo”. En su e-book gratuito (en inglés) lo explica en detalle, pero en esencia el modelo de estafa consiste en persuadir al vendedor para que adquiera productos Amway (de precios tan desorbitados que ni siquiera se atreven a publicarlos, como se observa en esta captura de pantalla de su web):         
 
                                        

 

 

Mi coach practica lo que se conoce como venta piramidal, prohibida en muchos países (incluso en España, desde 1991) Así la define el BOE: “Se considera desleal, en cualquier circunstancia, crear, dirigir o promocionar un plan de venta en el que el consumidor o usuario realice una contraprestación a cambio de la oportunidad de recibir una compensación derivada de la entrada de otros consumidores o usuarios en el plan, y no de la venta o suministro de bienes o servicios”. Perfecta descripción de su actividad, pues los productos de Amway solo sirven como pretexto para meter más pollos en el horno (aunque si por un casual se venden, enseguida aseguran su pertinente comisión). Sin embargo ciertos subterfugios, unidos a generosas donaciones a ciertas campañas políticas, permiten que la compañía haya sobrevivido tantos años e incluso prosiga su estrategia de expansión internacional.

 
Según los datos que maneja Scheibeler, por cada mil comerciales de Amway que pierden dinero, dos o tres (¿los más afortunados o los más implacables?) recuperan su inversión. Porque no les basta con exigir la compra de productos que no interesan a nadie, sino que además les obligan a “formarse” en técnicas de venta mediante costosos cursos y talleres que deben pagar de su bolsillo. En ello basan su negocio los captadores que, como el tipo que me tocó en gracia, pretenden involucrar a los incautos en esta operación en la que siempre ganan y pierden los mismos. Para manipularlos utilizan toda clase de técnicas de presión y, una vez dentro, acosan a los individuos para que reserven más productos o atrapen a nuevos reclutas. El asunto es muy serio. Scheibeler asegura haber recibido cuatro reportes de compradores-vendedores que no han podido resistir y han acabado quitándose la vida.

 
Mi instinto periodístico latió con fuerza al vislumbrar el fraude de Amway. En vez de ignorar a mi mentor, como habría hecho cualquier persona razonable, decidí introducirme en su gaseosa realidad con objeto de documentarla y describirla en un reportaje.


Tercera parte del reportaje

domingo, 23 de noviembre de 2014

Entrevista a María Angulo: “En el periodismo narrativo cabe todo, salvo la mentira”

La labor de María Angulo Egea como divulgadora, compiladora e interpretadora del periodismo narrativo contemporáneo es propia de una persona tan apasionada en la materia como rigurosa en su análisis. Madrileña de nacimiento, yo la conocí cuando estudiaba la carrera en Zaragoza, donde imparte clases de Periodismo. En los dos cursos en que fui su alumno, me descubrió los modos en que puede imbricarse el trabajo del periodista y el del escritor. Aquellos años desarrollé el embrión de la vocación literaria que había concebido en mi niñez y adolescencia primera. María Angulo contribuyó a la maduración de la criatura, pues el entusiasmo con que hablaba del Nuevo Periodismo de Tom Wolfe, Truman Capote, Gay Talese y compañía era contagioso para todo aquel que sintiera un mínimo interés por las buenas historias.
No soy el único de sus alumnos que ha proseguido el camino de las letras, como demuestra la revista ZERO GRADOS que ha fundado desde el espacio universitario con vocación de cultivar nuevas visiones sobre la sociedad y la cultura. Además compagina su labor docente con artículos en Altäir Magazine y protagoniza la sección "Carne de Crónica” en El Periódico de Aragón.
 
La infatigable investigación de María Angulo ha culminado su siguiente capítulo en "Crónica y mirada" (Libros del K.O.),
obra sobre periodismo narrativo que ha coordinado Útil para estudiantes, académicos y lectores curiosos, incluye crónicas de Martín Caparros, Juan Villoro o Leila Guerrero, así como el análisis del fenómeno por parte de la autora y diversos colaboradores como como Roberto Herrscher, Eduardo Fariña, Jorge Carrión, Leticia García o Jorge Miguel Rodríguez. Del libro, del género (que define en el prólogo como “una forma de mirar que encuentra un estilo de narrar”), de literatura y de periodismo charlamos en uno de mis lugares favoritos de Barcelona: la Librería Central.
La literatura y el periodismo comparten un objetivo común, que es contar buenas historias. ¿Cómo definirías el actual estado de relación entre ellos? 
Yo creo que estamos recuperando esos orígenes de estrecha relación que ya exploraron en España precursores como Mariano José de Larra. Salvo la mentira, que es el único pecado mortal, el periodismo puede utilizar todos los recursos de la literatura para sus propios fines. Lógicamente también hace falta el periodismo más sintético, pero el dato sin explicación no nos dice mucho y por eso necesitamos cronistas de la realidad que nos ayuden a entenderla en todos sus matices y complejidades.   

Sin embargo, los cronistas no suelen gozar de espacio en los medios de comunicación tradicionales. ¿A qué obedece la crisis que ha dejado a tantos profesionales en el paro?
Hay una crisis económica general y otra provocada por el cambio de modelo que supone lo digital. Los medios convencionales se han limitado demasiado tiempo a volcar en la red sus contenidos en papel, cuando las demandas y modos de lectura son distintos. El panorama evolucionará radicalmente, ya que al final todos seremos lectores digitales, aunque no desaparezca el papel. Por otro lado, los periodistas aprovechan la red para practicar periodismo de largo aliento, o Slow Journalism, en publicaciones como Anfibia, FronteraD, Jot Down, El Estado Mental o Altair magazine.  
 
¿Cuáles son los males del periodismo tradicional que vuelven tan necesarios a los cronistas independientes?
Los periódicos suelen tener la agenda marcada, padecen de cierto anquilosamiento y además están muchas veces obligados a tender hacia la siempre imposible “objetividad”. En el caso de las secciones culturales, las editoriales grandes tienen un peso notable e imponen los libros de los que se habla. Los cronistas, por su parte, reivindican su subjetividad y realizan un periodismo más profundo que pone el foco en lo marginal o en los problemas de los ciudadanos de a pie. Tenemos algunos ejemplos maravillosos en crónicas sobre Buenos Aires o acerca del narcotráfico en México.
 
 
Además del riesgo personal que a menudo asumen los cronistas, ¿cuáles son las principales dificultades para asegurar un sano porvenir del periodismo cultural?
El problema casi siempre es el dinero. Los modelos de negocio están en fase de prueba y error. La crisis genera parados que invierten en proyectos hermosos, aunque no siempre sobreviven. La autonomía que otorga no depender de la publicidad sigue siendo improbable y los colaboradores muchas veces trabajan solo por vocación. La suscripción es una fórmula válida si se consigue generar una comunidad dispuesta a pagar por mantener un producto que le gusta. No queda otra que arriesgar.
Hasta ahora se han vendido más fácilmente las historias de ficción que las reales. ¿Consideras que la tendencia está cambiando?  
Yo creo que está cambiando, aunque sigue ocurriendo. De hecho, hay periodistas que prefieren que sus libros estén en la zona de ficción de las librerías por este motivo. Pero con la crisis y la digitalización de todo hay más interés que nunca por las historias reales. Cuando salimos de la pantalla queremos “tocar carne”. Mi objetivo con Crónica y Mirada es abarcar todo lo posible dentro de este macrogénero: conjugar teoría y práctica, ensayos académicos y ejemplos vivos para consolidar la idea del periodismo narrativo. En esta dirección se mueven obras como "Mejor que ficción"
coordinada por Jorge Carrión, o la Antología de crónica latinoamericana actual
de Darío Jaramillo. En Latinoamérica han asumido la iniciativa con autores ya canónicos como Caparros o Villoro. Se trata de una corriente subterránea que va emergiendo con el tiempo, periodismo de calidad que debemos conocer, practicar y reivindicar.
Cada cronista posee su propia mirada y su propio estilo. ¿Cuál ha sido la evolución del género?
Ha cambiado mucho desde las Crónicas de Indias hasta el viajero posmoderno del que habla Carrión, que ya no descubre un lugar sino que regresa a él.  Hay maestros de la sátira y la ironía, autores con un interés más etnográfico o ideológico… se viaja con las experiencias de otros a cuestas y con tu bagaje cultural en la maleta. Lo metanarrativo se vuelve inevitable y llega también a la crónica. Esta se sitúa en la exploración de los márgenes y, en sus mejores exponentes, aúna poética y política.