viernes, 29 de noviembre de 2013

Memoria desechable

El hombre que controlara sus recuerdos
tal vez sería el más afortunado de la tierra.
La ternura de los besos,
la armonía del hogar,
el bello paisaje en aquel horizonte,
el dorado fruto del esfuerzo…
¿hay algo que no olvidemos?
 

Me temo que los malos momentos
son más persistentes que los buenos. 
Olvidas cuánto te quisieron,
pero no el dolor que te causaron.
Y el rato que amas justifica,
con demasiada frecuencia,
el odio hasta la muerte.
 
Sospecho que nuestros olvidos
son lo único rescatable de la vida.
Mas no podemos remediarlo:
la mente es un enigma
diseñado para no ser resuelto.




domingo, 17 de noviembre de 2013

El feto que no quería nacer


El día en que debía nacer, el feto decidió que estaba más cómodo en el vientre de su madre. No hubo manera de sacarlo: ni con cesárea, ni suplicándoselo, ni por la fuerza, ni rezando a los dioses hindúes. La madre lloraba desconsolada. Su mayor deseo era acunar entre sus brazos a la criatura que había crecido en su interior durante nueve meses. Pero el niño se negaba a salir y darle el gusto, a ella, a su padre y a la familia que había acudido desde diferentes regiones del país para verlo nacer. Se agarraba a los intersticios del útero con una fuerza sorprendente. Los enfermeras y los médicos (ya había varios que se interrogaban asombrados en torno al lecho) no sabían qué hacer.

El suceso trascendió a los medios de comunicación. Se prohibió la entrada a los periodistas, pero alguno consiguió simular que pertenecería a la legión hospitalaria que se arremolinaba alrededor del insólito caso. Se distribuyeron fotografías a través de internet, aunque no tenían nada de particular: mostraban a una mujer a punto de parir, pero que no paría nunca, como si el tiempo se hubiera detenido en sus entrañas.

Las semanas transcurrieron y el feto continuó su desarrollo. Realizadas todas las pruebas, agotadas todas las argucias para provocar el nacimiento, los médicos se vieron en la obligación de advertir a la madre que su salud correría grave peligro si permitía que su hijo prosiguiera su crecimiento. Los familiares, incluso el padre recomendaron a la mujer que abortara. Eran una pareja joven, podían engendrar otro bebé con la intrepidez suficiente para salir al mundo. Pero la madre se negaba. Decía que prefería su muerte a la de su hijo. Se puso al borde de la histeria, calificando de asesinos a sus padres y a su novio. ¿Cómo eran capaces de sugerir una monstruosidad semejante? Su niño iba a cumplir diez meses dentro de ella y los lazos que los unían eran demasiado fuertes como para que la voluntad humana los deshiciera. Solo la muerte tendría potestad suficiente para separarles.

Ante el pasmo de los galenos, el feto prosiguió su evolución a un ritmo normal. La tripa de la madre, que seguía postrada en la cama cada vez más débil, adquirió el tamaño de un bombo. Su novio le rogaba que pusiera fin al suplicio. Trató de convencerla de que su hijo también sufría, de que su empeño en encerrarse era prueba suficiente de que no deseaba nacer. Pero su pareja insistía en que no era así. Solo esperaba el momento propicio y ella aguantaría cuanto fuera necesario.

Los empleados del centro empezaron a impacientarse. Las camas eran limitadas y había otras personas a las que atender. Solo la madre sabe las presiones que hubo de soportar para no poner fin a la vida de la criatura. Las resistió todas. 

Cuando el feto había cumplido dieciséis meses, la mujer realizó un esfuerzo supremo. Consiguió levantarse de la cama, ir al baño y después a la cafetería del hospital. Las miradas de pacientes y acompañantes se pegaron a su tripa monstruosa (con el tiempo llegó a acostumbrarse a que nadie la mirara a los ojos, sino al rostro o al cuerpo invisible de su hijo). Pidió el más sustancioso de los platos combinados y comió para él con delectación, acariciándole a la vez que se metía en la boca un trozo de jamón o de huevo frito, sin prestar atención a las caras boquiabiertas ni a los murmullos congregados a su alrededor.

A partir de entonces bajó cada día a comer por su propio pie, tambaleándose, sujetándose a las paredes, derramándose en los bancos si sentía próximo el desfallecimiento. A veces su pareja o sus familiares la acompañaban, pero poco a poco se fue quedando sola, pues todos creyeron que había perdido el juicio. Su hijo la aplastaba cada vez más, andaba encorvada bajo un peso terrible, tardaba diez minutos en levantarse de la cama. Los enfermeros la ayudaban con un desdén admirativo o una pena contradictoria.

La ropa de embarazada dejó de servirle, de modo que tuvo que caminar desnuda por los pasillos. Su avance suscitaba gritos y exclamaciones de horror. Mucha gente, tomándola por una aberración de la naturaleza, torcía el gesto ante su desgraciado andar. Pero ella no se rendía. Pidió que le prestaran tablas de ejercicios y trabajó su cuerpo sin descanso. Ningún sacrificio le impediría soportar su carga. Cuando el cansancio la vencía, cerraba los ojos y hablaba a su hijo. Le decía que lo amaba, que podía salir porque ella lo cuidaría toda su vida, que no debía tener miedo. El niño respondía con silencio y lágrimas.

A los dos años de su concepción, el tamaño del feto era definitivamente excesivo. En el hospital cuidaban de la madre por caridad. Le administraban fármacos tranquilizantes y la ataban a la cama para impedir que intentara levantarse, pues más de una vez se había golpeado la cabeza contra el suelo dejando un reguero de sangre. A los vómitos, mareos, fiebres y delirios que eran su tormento diario había que sumar las patadas y golpes que le propinaba su hijo, pues a medida que ella se inclinaba sin remedio, arrodillándose poco a poco ante las limitaciones de su naturaleza, el feto se volvía más enérgico. Se movía con mayores bríos, agitando brazos y piernas con tanta fuerza que los médicos estaban convencidos de que la madre no resistiría una semana más. En realidad llevaban anunciando su inminente fallecimiento durante meses, pero a juzgar por sus convulsiones y las dificultades con que respiraba parecía que esta vez no se equivocarían.        

Pero ella conservaba la esperanza. Recibía cada patada de su hijo con una sonrisa porque consideraba que era una señal de que estaba a punto de salir. Antes de que la madre expirara, los médicos intentaron forzar de nuevo el parto. Lo único que lograron fue extremar el apego del feto, que había dilatado el útero de tal manera que ya solo restaban de él algunas partes membranosas esparcidas sin control en los órganos colindantes.

La desesperada tentativa agotó las pocas fuerzas que sostenían a la mujer. Cuando recobró la conciencia vomitó sangre por toda la habitación, sus miembros temblaron como en un baile demente y sus estertores se oyeron en las camas vecinas con una tenebrosa expectación. Antes de que sus latidos se detuviesen, pudo oír un susurro vacilante que ascendía desde su abdomen hasta su corazón: “Mamá, ya salgo”. 

viernes, 8 de noviembre de 2013

Poeta contra poeta


¡Oh, qué versos tan tristes y tan bellos!

No cabe duda, leyéndolos:

la mujer que te abandonó,

poeta,

era pérfida como la parca,

más traicionera que el fuego

que avivó solo para que te abrasaras.

 

Ah, pero nos falta el testimonio

del otro lado de la cama.

¿Será tu amor tan puro,

tu dolor tan inmerecido

como el poema que escribiste

procura demostrar…?

 

Permite que lo dude,

poeta.

Conozco a los de tu calaña,

pues entre ellos me encuentro.

Y sé que usamos las palabras

con motivaciones insospechadas.

 

 Poemas preciosos se escribieron

desde el rencor más egoísta;

metáforas supremas nacieron de cloacas sentimentales.

Presuntuoso poeta,

déjame decirte que, muchas veces,

tus propios versos no mereces.

martes, 29 de octubre de 2013

Retorno al pasado


Esta entrada se titula "Retorno al pasado" por doble razón. Por un lado, es el título del relato que adjunto a continuación y, por otro, supone volver a este género literario que tenía abandonado en el blog. Como sabéis estoy inmerso en la revisión de mi novela. Hoy he terminado el cuarto capítulo, pero aún me queda la mayor parte del trabajo, que es tan exigente como apasionante. Quiero quedar  satisfecho con el resultado antes de decidir cómo voy a publicarla. Ahora no escribo nuevos cuentos porque estoy centrado en la novela, pero entre la primera escritura y la revisión sí redacté varios. Este es uno de ellos. Espero vuestras opiniones, que últimamente los comentarios se hacen un poco de rogar :)
 
Abre el buzón y recoge la factura de la luz. No está seguro de poder pagarla. Desde que le han echado del trabajo, sus reservas económicas se están agotando a gran velocidad. Va a subir a su piso (en realidad ni siquiera es suyo, y tampoco sabe si pagará el alquiler) cuando descubre un papel arrugado en una esquina del buzón: “Maestra en adivinación con larga experiencia en los misterios de este mundo y los sucesivos”.  

En la etiqueta figura una dirección, un nombre y la cara de la futuróloga. Es una mujer joven – o lo fue en alguna etapa anterior del mundo –, de piel oscura y sonrisa apacible. Se sienta en la escalera, con la factura en una mano y la etiqueta en la otra. No tiene ningún plan interesante. Además viene de una entrevista de trabajo que le ha salido tan mal como para disuadirle de subir al piso, encender el ordenador y buscar otro empleo en Internet.

Cree que necesitaría un psicólogo más que una adivina, pero sospecha que estas son más baratas, o al menos más fáciles de despedir. Vuelve a mirar su etiqueta. La mujer es atractiva, si se corresponde con la imagen. Se fija mejor en su nombre: Alika Makemba. Le suena africano. Tal vez se trate de un apelativo artístico. Deja la factura en el buzón y sale a la calle. A pesar de su fuerte sospecha de que todo en ese anuncio es falso, una curiosidad irracional lo dirige a la dirección que indica. 

En pocos minutos llega al portal. Vacila. ¿De verdad va a pulsar el timbre, entrar en casa de una desconocida y confiar en que le revele su futuro? Es más, ¿verdaderamente desea conocerlo? Si la futuróloga es competente, lo más probable es que le diga lo que ya predice: que le espera una mala época. Si es una mentirosa y procura animarle con halagadoras perspectivas, se irá sin pagarle un céntimo. No necesita de la caridad psicológica de nadie. Sin embargo, quizá le venga bien charlar con una mujer de aspecto exótico que al menos simulará cierto interés en él. De todos modos no va a salirle caro, porque solo lleva cinco euros en la cartera.        

Presiona el timbre. La respuesta se demora. Está a punto de volverse cuando una voz pronuncia muy despacio, sílaba a sílaba: “Adelante”. No recuerda haber oído en su vida un acento parecido. Aunque, ahora que lo piensa, nunca ha hablado antes con una africana. Sus razonamientos le sorprenden, como si necesitase creer que aquella mujer es joven, africana y capaz de adivinar el futuro.

La entrada se parece mucho a la de su bloque: el buzón a la derecha, enfrente el ascensor y a la izquierda las escaleras. No le apetece realizar el menor esfuerzo físico, así que aguarda al ascensor a pesar de que solo debe subir dos pisos. La futuróloga vive en el 2º B, igual que él. Solo se da cuenta de ese detalle cuando ve el número delante de sus ojos. Empieza e envolverle una indefinible bruma, como si no estuviera seguro de encontrarse allí realmente. Se considera una persona cuerda que distingue la realidad de la ficción y el sueño de la vigilia, pero duda… Aunque no esté soñando, tal vez repite una acción concebida en un sueño que no recuerda. De lo contrario, no se explica que haya dirigido sus pasos hacia esa casa. Él nunca ha creído en la adivinación ni en nada que se le parezca. Ni siquiera está muy seguro del signo zodiacal al que pertenece.  


Transcurren un par de minutos hasta que la puerta se abre. Allí está la mujer del anuncio, quizá no tan joven pero por debajo de los cuarenta, atractiva y misteriosa. Tiene los ojos negros, la sonrisa blanca, los labios pintados y las facciones suaves. Había imaginado que portaría collares, monóculos, amuletos y toda clase de atavíos, pero su aspecto es normal, tal vez algo provocativo: lleva una camiseta roja un poco escotada y unos pantalones vaqueros. Se le pasa una idea por la cabeza, pero la descarta de inmediato. 

Balbucea unas palabras. La mujer lo ve tan dubitativo que le coge de la mano y le conduce al salón. Es una estancia reducida en la que unos muebles desgastados y un sofá rojo parecen ocupar casi todo el espacio. Alika Makemba le sugiere que se ponga cómodo y le ofrece café o té. Le extraña la sencillez del ambiente: ni bolas de cristal, ni velas que despejen las nieblas del futuro, ni cartas con prodigiosas cualidades. En realidad la iluminación proviene de la puerta de la terraza, abierta por completo. Nada resulta muy distinto de su piso de alquiler, salvo la ausencia de televisión. Incluso el tono azulado de las paredes es similar. Sin embargo él da tumbos de entrevista en entrevista, mientras ella (deben de tener la misma edad) se dedica a enviar tarjetas y ofrecer sus servicios proféticos. Se pregunta por qué, de forma tal vez retórica.

La futuróloga da unos pasos hacia la cocina – separada del salón por unas cortinas blancas – para preparar dos tazas de café. Él espera a que regrese sentado en el sofá. No sabe hacia dónde mirar, ya que no hay muchos objetos a la vista. Así las cosas, se fija en ella sin demasiada discreción. Es alta y de espaldas anchas; su pelo rizado le ciñe la cabeza y la nuca como un jardín caótico. Siente el impulso de marcharse sin dar ninguna explicación. No se decide porque sería una huida. No tiene nada que hacer allí, pero tampoco es necesario que huya. 

Alika se sienta en una silla enfrente de él, deja el café en la mesa de cristal agrietado que los separa,  extiende un folio y le pregunta su nombre, su profesión, sus aficiones… Toma notas que escribe en alfabeto árabe. Él no quiere hablar. Apenas dice un par de generalidades, sin revelar que lleva seis meses en el paro. De repente Alika cierra los ojos, se arruga en una expresión de esfuerzo físico y pronuncia poco a poco las siguientes palabras, de un modo que parece inexorable:

-Te despidieron del trabajo hace unos meses. Tu esposa te abandonó hace más de un año. Os conocisteis cuando erais universitarios. Ella trató a un estudiante en esa misma universidad, se enamoró y se fue con él.

No sabe si irritarse o asombrarse. Ni siquiera le había mencionado su matrimonio. Supone que su acierto habrá sido casual. Además no está seguro de que el amante de su esposa fuese un universitario, aunque ella le había asegurado que era muy joven. Alika toma un sorbo de café y continúa.

-Estudiaste Derecho en la facultad. Tu verdadera vocación es la literatura.

-Un momento. Yo hace mucho que no escribo.

-Pero sigue siendo tu vocación.

Ahora su disgusto es indudable. No puede admitir que una desconocida exprese tales aseveraciones. Sin embargo, su enfado no le impide percatarse de que ha adivinado su antigua dedicación a la escritura, basándose solo en su tímida declaración de interés por la literatura clásica.   

-Tomaste la decisión de abandonar la escritura cuando comenzaste a trabajar en un bufete de abogados. Tus padres murieron al poco tiempo. Unos dos años después de tu matrimonio, tuviste una aventura con otra mujer de la que te enamorarse. En general, siempre has renunciado a tus sueños por lo que te parecía más seguro o correcto.

La charla se está volviendo tan inaceptable como inquietante. Se jura a sí mismo que si se equivoca claramente en una sola afirmación, se levantará y se irá. Pero Alika no añade nada. Se limita a mirarle con una expresión de curioso desprecio. No aguanta más. Se pone en pie y le acusa, colérico:

-¿Qué clase de adivina eres? Solo has hablado de mi pasado. ¿No se supone que deberías decirme lo que va a ocurrir con mi vida a partir de ahora? 

Alika sonríe con suavidad. Su boca parece casi estática, pero el chorro de su voz empapa al abogado.  

-Mi especialidad es adivinar el pasado. El futuro cambia constantemente con cada decisión, con cada pensamiento, con cada broma del azar. Incluso puede desaparecer en un segundo. Solo lo que ya ha acontecido es invariable, y por tanto resulta susceptible de ser atrapado. No sé si tienes futuro. Sin embargo, sé lo que va a ocurrirte a partir de ahora. Sacarás tu cartera del bolsillo y me entregarás un billete de cincuenta euros.

lunes, 14 de octubre de 2013

La osadía del arte clásico


Una escuela que reivindique la tradición artística, sin perder las conexiones con el presente ni la capacidad de innovar: es lo que pretende ser la Academia de Arte de Barcelona, que se inauguró el día 19 de septiembre en la Calle María Auxiliadora, en el barrio de Sarriá.

El director e impulsor del proyecto, Jordi Díaz Alamà, es un joven pintor y dibujante que ha ganado ya premios de relevancia. Entre ellos, el concurso Figurativas 2011 organizado por la Fundación de las Artes y los Artistas y el Museo Europeo de Arte Moderno (MEAM), que también ha contribuido en la fundación de la escuela.    

La academia está concebida para estudiantes que sientan la llamada del arte como algo vocacional, no como un simple pasatiempo. De hecho, el curso completo tiene una duración de tres años y pretende erigirse en alternativa a los estudios universitarios de Bellas Artes. Se trata de una iniciativa novedosa en España que ha atraído a alumnos y profesores de otras partes del mundo. Se impartirán lecciones sobre dibujo, pintura y escultura (tanto tradicional como digital), además de una amplia variedad de seminarios y cursos más breves. Las clases comenzarán el 30 de septiembre en un ambiente lleno de arte, ya que cuadros, esculturas y dibujos de estilo clásico (muchos de ellos obras de profesores) enmarcan los pasillos de la escuela. También se pretende que el espacio funcione como exposición y sirva para impulsar la carrera de los estudiantes.    

La filosofía sobre el arte que se transmite es una apuesta por el realismo “que siempre vuelve, mientras otras modas pasan”, asegura Jordi Díaz. Ahora bien, también puntualiza que el objetivo no es “ser academicista ni repetir a los maestros porque los motivos cambian”. Uno de sus cuadros expuestos en la escuela materializa muy bien sus palabras. En él se autorretrata ataviado de manera muy clásica, con un libro antiguo en las manos y una bolsa de comida rápida y una lata de refresco a sus pies. El contraste provoca perplejidad en el espectador y mueve a reflexionar sobre el modo de vida contemporáneo.

El espíritu también lo resumió Terra Chapman, otra de las profesoras, al afirmar que ellos enseñarán “la gramática del arte”, para que el alumno pueda decidir por su cuenta lo que desea expresar, ya que no tiene sentido “transgredir las normas sin conocerlas”.  También componen el profesorado Roser Masip, Xavier Dènia, el propio Jordi Díaz y el ilustrador Conrad Roset, entre otros.

Al acto de inauguración asistió el director del MEAM, José Manuel Iniesta, que destacó la vigencia de la metodología renacentista y del taller como centro de investigación y experimentación. Por ello le resulta paradójico que la apuesta por los orígenes del arte se haya vuelto un modo de ir en contra de la norma. Aseguró que “los maestros de los artistas que empiezan siguen siendo pintores como Caravaggio”, lo que explicaría la juventud de los profesores y alumnos que protagonizarán la actividad de la academia.

El Conseller d'Empresa i Ocupació, Felip Puig, fue el representante institucional en el acto. Ensalzó “la valentía de emprender” del equipo y la intención de trabajar en las aulas “con disciplina y método, sin olvidar el futuro representado por el mundo digital”. Aunque no pudo prometer ayudas económicas, sí declaró que contarían con “apoyo sentimental” por parte del Govern.     
 
La inauguración congregó una asistencia notable. En el ambiente había una mezcla de efervescencia juvenil y cansancio por todo el trabajo que ha costado poner en marcha la academia. Las botellas y las bandejas se vaciaron rápidamente mientras el público descubría las diferentes estancias de la escuela. Su éxito deberá medirse con la perspectiva del tiempo, pero ilusión, talento y juventud no le faltan a este proyecto para  asociar todavía más intensamente el arte con la ciudad de Barcelona. 

 
 


jueves, 3 de octubre de 2013

Joanne Harris, escritora: "Ser o no un best seller es irrelevante para medir la calidad literaria"

 
Joanne Harris (1964, Yorkshire) es una de las escritoras más leídas del mundo, sobre todo a partir del éxito de su novela “Chocolat”, adaptada al cine con Juliette Binoche y Johnny Deep como protagonistas. Su última obra, "El perfume secreto del melocotón", narra la vuelta a Lansquenet de Vianne Rocher, protagonista de la saga. En ese pueblo francés imaginario (o no tanto) el ambiente se ha enrarecido desde la llegada de una amplia comunidad musulmana, lo que nos dio pie a conversar sobre los conflictos culturales que, por desgracia, sacuden el mundo con tanta fuerza. También hablamos acerca de diversos temas literarios en un hotel muy british de Gran Vía de les Corts. Hace unos días se publicó la entrevista en El Periódico de Catalunya. Aquí os ofrezco una versión más extensa.
 
 
¿Sorprenderá a sus lectores la evolución de los protagonistas en su última novela? El libro es un viaje de autodescubrimiento. Vianne Rocher afronta sus demonios internos de modo distinto cada vez, hasta que poco a poco va descubriendo quién es en verdad. También evoluciona como madre a medida que crecen sus hijas. El cura, por su parte, sigue siendo estirado y poco simpático, pero ha aprendido lo que es la marginación al perder su supremacía en Lansquenet. Eso le ha hecho ser mejor persona.
 
¿Cuánto hay de usted en el personaje de Rocher?  Tanto como en el resto de personajes y menos de lo que la gente suele creer. Nos parecemos en nuestra faceta de madres pero no en otros aspectos.
 
La gastronomía ha sido una constante en tu obra literaria. ¿Cree que es el mejor puente entre culturas? Es el más sencillo de tender y sirve para iniciar la comunicación. Lo he experimentado en carne propia porque, cuando empecé a interesarme más por el mundo musulmán para escribir la novela, hablé con la directora de una escuela y la forma de abrirse ante mí fue invitándome a comer.
 
En la novela aparece una mujer cubierta por un velo integral. ¿Qué opina de su uso? Supone una barrera psicológica al tapar la cara de la persona, lo que en contexto occidental se interpreta como deseo de excluirse de los demás. Creo que la prohibición por motivos políticos sería un error, pero lamento que algunas mujeres los lleven por presiones ajenas.
 
¿Es la religión islámica machista en su base? Como todo texto religioso, el Islam ha pasado por una larga serie de reinterpretaciones. No hay nada misógino en sus textos originales, que son respetuosos con las mujeres y benignos en líneas generales. De hecho, la Torá, el Corán, el Antiguo Testamento… están muy cerca en términos objetivos. Pequeñas diferencias han creado enfrentamientos innecesarios.
 
¿Cuál es la mejor manera de promover la convivencia entre culturas? Es difícil saberlo, pero convivir sin dialogo no es suficiente. Habría que encontrar un equilibrio entre la confluencia de diferentes culturas y mantener la individualidad de cada una. Pero algunos grupos temen que si se mezclan con las otras se degrade la suya. La tecnología y la comunicación modernas provocan un mayor contacto y hay gente que no está psicológicamente preparada para ello, se sienten amenazados. También existen creyentes muy devotos para los que sugerir una evolución de la religión es entrar en  terreno pantanoso. La inseguridad y el miedo dificultan un diálogo abierto.
 
Volviendo al terreno literario, ¿cuáles han sido las lecturas que más le han marcado? Cada libro te enseña algo, aunque sea lo que no debes hacer. Por eso es importante leer géneros y temas variados. Existen diferentes motivaciones: el interés del argumento, el atractivo del lenguaje, la identificación con los personajes… Si el lector pone más esfuerzo, quizá el libro se le revele en su verdadero valor. En cuanto a los autores, Víctor Hugo, Nabokov, Ray Bradbury, Julio Verne… son algunos de los que más me han influido, a los que siempre me gusta volver y encontrarles nuevos sentidos y enseñanzas.
 
Algunos de ellos fueron muy vendidos. ¿Están los best seller de hoy infravalorados por las élites culturales? El estatus de best seller es casi irrelevante para medir la calidad literaria. ¿Qué es lo que convierte a un libro en el más vendido? Puede ser una campaña de marketing, la fuerza de una historia universal, algún componente original que llame la atención… Algunos críticos tienen una actitud muy despectiva con los lectores, ya que vienen a decir que la gente es estúpida por leer lo que lee, mientras que ellos poseen un gusto superior.
 
¿Qué consejos le daría a los escritores que empiezan?  Muchos se paralizan pensando que ha de llegarles la inspiración, cuando lo primordial es practicar y leer de todo. También es importante hablar con la gente porque, en general, para un escritor los otros son más interesantes que uno mismo.
 
¿Qué piensa de la irrupción del e-book, que entre otras cosas ha permitido a muchos noveles publicar por su cuenta? Es una gran oportunidad para escritores y lectores, ya que antes era muy caro autoeditarse. En la red es más asequible y existe un gran público potencial. Ahora bien, hay autores independientes que se muestran hostiles con los que seguimos publicando por la vía tradicional. Algunos ofrecen sus libros gratis para conseguir lectores. Difunden la idea de que todos deberían serlo y que los editores ya no son necesarios, lo que me parece peligroso. Se olvida que una obra en papel es resultado de un trabajo en equipo. Los libros, el cine, la música… en general tienen un precio razonable para el esfuerzo, tiempo y talento que requieren. No sueles plantearte el precio elevado de una comida o bebida en un lugar de moda. ¿Por qué sí hacerlo con las obras artísticas?
 
 

lunes, 23 de septiembre de 2013

Mi entrevista en Zaragoza TV

  
Hoy se ha publicado en YouTube la entrevista que me propusieron para Zaragoza TV, que se emitió en la capital aragonesa el pasado viernes.  Forma parte del programa “Todo incluido”, dedicado al ámbito de la cultura. Comienza en el minuto 2:12 y se prolonga cinco minutos. 
 
 
 
 
Estoy muy contento por haber tenido la oportunidad de hablar de mi obra en televisión. Es la primera vez que aparezco en el medio y supongo que eso se nota, pero creo que no ha estado mal, aunque necesariamente sea el pequeño resumen de una conversación que duró más de media hora.
 
En la entrevista leo fragmentos de uno de mis últimos relatos, que no he publicado ni siquiera en el blog. Como sabéis ahora me estoy dedicando a la revisión de la novela (además de trabajar en la sección cultural de El Periódico de Catalunya). Pero antes de empezar las correcciones me di unos meses para concretar varias ideas de relatos que tenía en proyecto. Dos de ellos han recibido premios, así que estoy bastante contento. Tampoco descarto compilarlos en lo que sería mi segundo libro de cuentos después de Juicio a un escritor.
  
Sigo disfrutando con la narración breve, que seguro retomaré tarde o temprano.  Pero ahora siento que es la hora de intentarlo con la novela. Me estoy esforzando mucho y confío en que en unos meses se noten los resultados. Entre unas cosas y otras me está costando más mantener activo el blog, pero seguiré publicando ya sea relatos, artículos del periódico o lo que se me ocurra. Gracias a todos los que me leéis y me animáis a seguir escribiendo y espero que os guste la entrevista.