martes, 28 de mayo de 2013

Ideas y proyectos

Escribo esta entrada para comentaros los proyectos literarios a los que me he dedicado en los últimos meses, que han influido en una cierta ralentización de las actualizaciones. Por una parte, he trabajado en un nuevo libro de relatos de extensión similar a “Juicio a un escritor”, que hasta ahora es mi única obra publicada en papel. De momento lo forman 19 cuentos cortos de temas variados: una biografía inventada de la infancia de Hitler, una redacción periodística alterada por la aparición de una máquina sobrenatural, la historia de una madre que no consigue convencer a su hijo para que salga de su útero, los avatares de un escritor que trata de participar en un extraño concurso literario… son solo algunos de ellos.
 
Por ahora no los publico en el blog porque quiero mantenerlos inéditos para concursos y editoriales. Si conocéis de alguna que apueste por los libros de cuentos (casi siempre injustamente a la sombra de las novelas) y que acepte el envío de manuscritos, os agradecería que me informarais. No tengo prisa por publicar, pero quiero que mi trabajo salga al encuentro de los lectores. Para ello tampoco descarto la opción Amazon, que investigo en este reportaje.
 
Por otro lado, voy a comenzar la revisión de mi novela “Desconectados”, que explora un mundo en el que internet ha desparecido. Está escrita en primera persona por un personaje que ha configurado su vida en torno a la red, por lo que deberá reinventarse por completo para adaptarse a la nueva situación. Os recuerdo que podéis leer las primeras páginas (provisionales) en entradas anteriores del blog:
 
Terminé la primera escritura hace meses, pero ahora empieza el “trabajo sucio” para dejar la novela aseada y corregir todas las desmesuras de mi imaginación, que he dejado volar sin más brújula que mi curiosidad y sin otro mapa que la improvisación. Ya llegará el momento de buscar la mejor manera de publicarla si quedo satisfecho con el resultado.
 
También estoy participando en la organización de unas jornadas sobre periodismo cultural. Os invito a seguirlas, ya que están pensadas para cualquier persona interesada en la cultura. Se celebrarán en Barcelona los días 3, 4 y 5 de junio, pero también serán transmitidas vía streaming. En nuestra web y perfiles en redes sociales vamos añadiendo todos los detalles. Os agradeceré cualquier ayuda en su promoción:
 
Gracias por vuestro tiempo y vuestro apoyo.  Continuamos leyéndonos por aquí siempre que os apetezca, porque no pienso abandonar este espacio mientras cuente con un solo lector (y cada vez sois más).
 
¡Un abrazo!

jueves, 16 de mayo de 2013

El aula y la escritura creativa, ¿una combinación provechosa?

Un libro de cuentos bastante peculiar, diversos talleres literarios y Joan Manuel Serrat compartieron protagonismo la tarde del 10 de mayo en la Universidad Pompeu Fabra. Para festejar el quinto aniversario del Máster en Creación Literaria del IDEC, se programaron una serie de actividades abiertas relacionadas con la literatura, pequeñas píldoras para los interesados en la escritura creativa en cualquiera de sus formas.
 
La jornada comenzó con clases sobre microrrelato, crítica emocional y poesía para narradores impartidas por docentes del máster. Sin embargo, el acto central fue la presentación de Emergencias. Doce cuentos iberoamericanos (Editorial Candaya), antología de doce escritores jóvenes que han cursado el máster en alguna de sus cinco ediciones. Jorge Carrión, escritor y profesor encargado de la coordinación del curso, explicó que el título alude a “la emergencia por ser públicos” que sienten los escritores en sus primeras etapas.
 
El libro es una obra plural en lo estilístico, lo temático y también en lo geográfico, ya que los autores proceden de diversos países a ambos lados del Atlántico. La selección fue responsabilidad del propio Carrión y del escritor mexicano Juan Villoro, otro de los profesores del máster. En el acto estaban presentes varios de los autores, entre ellos el también mexicano Eduardo Ruiz Sosa, quien destacó la importancia del cuento como un género clave para entender la tradición y el presente de la literatura, pese a que en ocasiones es injustamente olvidado por su menor fuerza comercial en comparación con la novela. Tomás Sánchez Bellocchio, otro de los escritores representados en la antología, defendió por su parte la utilidad de los cursos de creación literaria, asegurando que “no homogeneizan a los escritores sino que les ayudan a encontrar su propio camino”.
 
Para finalizar la jornada, un creador tan destacado como Joan Manuel Serrat conversó con los asistentes acerca de su concepción de la música y de la poesía. El cantautor habló con la serenidad de un hombre sabio. Escogió sus palabras cuidadosamente y cambió de idioma con agilidad. En todo momento se mostró jovial y con un pícaro sentido del humor que levantó numerosas carcajadas entre el público. Dijo entender la canción y la poesía como “una conmoción”. A la hora de componer la música que ha acompañado los versos de poetas como Machado o Miguel Hernández ha debido “bucear y hurgar en la poesía ajena”, una labor que ha emprendido con placer puesto que “para emocionar a otros primero debe emocionarte a ti”. 
Serrat aseguró creer en la insistencia más que “en las puñeteras musas”. Se encuentra cómodo en los territorios de la ironía y el cinismo, dado que fuera de esos ámbitos se sentiría “como si estuviera en calzoncillos”. Confesó que escribir canciones es para él “un ejercicio de higiene” y que para crear necesita “ponerse de cara a la pared”, alejado de cualquier bello paisaje que lo distraiga. El cantautor considera que vive en la duda, pero lo que resultó indudable es que conserva su capacidad para suscitar pasiones: una mujer del público confesó que él era su amor adolescente y un hombre argentino, muy emocionado, aseguró que cumplía un sueño al conocerle en persona.
La celebración finalizó con una copa de champán que alentó un sinfín de burbujeantes conversaciones acerca del presente, el futuro y las imprevisibles fronteras que los separan. Es imposible saber si alguno de los autores que presentaron su primer libro será recordado dentro de veinte años. Como bien dijo Serrat, “la ventaja del paso del tiempo es que pone todo en su sitio”. Pero al menos su emergencia por traspasar la intimidad del creador y penetrar en el ámbito de lo público se habrá visto atenuada.
El debate está abierto: ¿las clases de escritura creativa son de verdadera ayuda para los escritores? Siempre se ha dicho que a escribir se aprende escribiendo (y leyendo). Nadie puede ponerlo en duda. Por muchas lecciones magistrales que se reciban, de nada servirán si se carece de la voluntad necesaria para aislarse del mundo durante cientos de horas y dedicarse a la escritura de una novela o cualquier otro tipo de obra literaria.
Sin embargo, en los últimos tiempos han proliferado cursos, talleres y escuelas de escritores que tratan de dar un empujón a quienes están dando sus primeros pasos, casi siempre vacilantes, en el mundo de la literatura. Cada experiencia es única y suscita opiniones antagónicas. Yo creo que es imposible generalizar: los cursos serán buenos o malos en función de quienes los impartan y reciban (los compañeros son tan determinantes como los profesores para determinar su éxito). La teoría sobre las técnicas narrativas puede consultarse en cualquier página de internet. Incluso se han escrito libros al respecto como El arte de la ficción, de David Lodge. 
 
Pero contar con un grupo de personas con inquietudes literarias dispuestas a leer críticamente sus textos y a ofrecer sus sugerencias para mejorarlos puede resultarle muy valioso a un autor en ciernes. Es probable que le ayuden a detectar sus vicios. No escribirán su libro por él, pero le servirán para ganar tiempo y tomar impulso. Si el grupo es bueno, insisto.
 
¿Qué pensáis sobre todo esto? ¿Habéis recibido clases de escritura creativa? ¿Cómo fue vuestra experiencia? ¿Os parece un engañabobos, una opción interesante, un recurso desesperado, una solución mágica…?  

jueves, 2 de mayo de 2013

El inventor mental


Hoy comparto con vosotros el relato con el que gané mi primer concurso literario.  Fue hace dos años y entonces tuve que mantenerlo inédito con la perspectiva de publicarlo en la revista literaria Barcarola. Pero ha pasado el tiempo y todavía no me han confirmado nada, así que creo que ya es hora de mostrarlo. Se titula "El inventor mental":
 
Lord Matthew Clever nació en 1752, año de la invención del pararrayos. Estudió en el colegio Think About (uno de los más prestigiosos de la ciudad de Londres), donde logró más sobresalientes que amistades. Su inteligencia le granjeó tantos recelos como la constante ostentación que hacía de ella. El primer día en que ingresó en la Universidad de Oxford se presentó ante el rector con una libreta, en la que había apuntado doce sugerencias para mejorar su funcionamiento. Ninguna se aceptó mientras formaba parte de la facultad, pero todas se adoptaron más tarde, tras arduas deliberaciones de la Congregación.
Matthew Clever se sintió muy ofendido e infravalorado, así que decidió que jamás lucharía por nada ni por nadie. Comenzó cinco carreras científicas en Oxford y no terminó ninguna; no lo necesitaba. Heredero de la fortuna de su padre, un noble terrateniente del norte de Inglaterra, su única motivación consistía en demostrarse a sí mismo (y muy de vez en cuando a los demás) lo inteligente que era. Llevaba una vida retirada en una mansión campestre donde la hiedra se acumulaba en las paredes, a la vez que unas canas prematuras se adosaban a su pelo. El único contacto que mantenía con el exterior era la lectura de las gacetas científicas que, por aquel entonces, comenzaban a proliferar.
 
En una de esas publicaciones, fechada en 1769, leyó que un tal James Watt había patentado un ingenio al que llamaba “máquina de vapor”, capaz de transformar la energía térmica en energía mecánica. Sorprendido de que aquello supusiese una revolución, reunió a diez lores que conocía su padre para demostrarles que él ya la había inventado cinco años antes. Les enseñó su libreta, en la que había trazado unos planos que explicaban sus principios. Después de echarle un vistazo, el lord de mayor edad tomó la palabra:
–Como sin duda habrá leído, Watt no solo ha presentado la patente. También ha fabricado un modelo que funciona, o al menos así lo creen los técnicos. Si usted lo tenía tan claro, ¿por qué no intentó producir la máquina?
–Producir máquinas es una labor que carece de interés para mí, señor Wiggins. No pretendo ser el primero en construir ingenios revolucionarios, sino en concebirlos. Si analiza la Historia, comprobará que todas las creaciones se estropean en cuanto salen de la mente de su inventor. Se estropean al producirse y se estropean al utilizarse, manchándose para siempre el honor de quien las ha ideado. Yo no me expondré a semejante oprobio.
Nadie fue capaz de convencerle de que obrase de otra forma. A partir de entonces, cuando Clever leía que alguien había patentado un artilugio cuya primacía intelectual creía pertenecerle, enviaba una carta al Registro de Patentes con las siguientes palabras: “Yo lo concebí primero”. Después adjuntaba los planos y apuntes que, según él, demostraban su autoría. Pero, por muy detallados y precisos que fueran o parecieran, los documentos no tenían fecha. En el registro pensaban que se trataba de un mentiroso que intentaba usurparle el mérito al auténtico inventor y los desechaban nada más verlos.
Cansado de escribir esas breves cartas, Matthew Clever decidió ir un paso más allá. Corría el año 1787 cuando ordenó al mayordomo –su único criado– que copiase lo siguiente:
“Yo, Lord Matthew Clever, inventor intelectual de la máquina de vapor Clever (decisiva evolución de sus rudimentarias predecesoras), el globo de aire caliente, la lámpara de aceite y la hélice, les anuncio que recibirán en los próximos años la petición de una nueva patente relacionada con el vapor y un medio de transporte ya conocido. Estimo que los ingenieros que produzcan el invento tardarán al menos una década en adquirir los conocimientos que he alcanzado. Estén atentos.
 
De no haberla visto primero Wilfred Jamison, el destino más probable de la carta hubiese sido la hoguera. Jamison trabajaba en el Registro de Patentes y, aunque su deseo era ser fabricante de máquinas, carecía de la capacidad necesaria. Mas no carecía de sagacidad y ciertas habilidades técnicas. Decidió enviar una carta a Clever prometiéndole que le otorgaría la patente si le mostraba las pruebas. La firmó con el sello oficial del registro, pero no con la rúbrica del jefe como era costumbre, sino con la suya. Clever no esperaba esa respuesta ni ninguna otra, de modo que invitó a Jamison a su residencia para hacerse una idea más clara de sus propósitos.
Al contemplar la mansión, Jamison comprendió por qué Clever no se había molestado en patentar sus inventos. Se imaginó fumando un puro en los amplios pasillos de hierba, mirando por las quince ventanas blancas que jalonaban el edificio y acariciando sus paredes color caoba. Clever debió de leer los ojos ambiciosos de su invitado y le instó a sentarse fuera, en una mesa ubicada en mitad del jardín. El mayordomo trajo una segunda silla y les sirvió té.
–Bien, señor Jamison. Déme una razón para que le enseñe los planos de mi invento.
–Señor Clever, la razón es tan cristalina como los beneficios que supondría la patente.
El anfitrión chascó la lengua, bajó la barbilla y habló en tono desdeñoso mientras negaba con la cabeza.
–Veo que es tan estúpido como sus compañeros del registro.
–¿Por qué lo dice? —preguntó Jamison en un tono de curiosidad científica.
–Por varias razones. En primer lugar asegura que mi patente me proporcionaría beneficios, cuando ni siquiera sabe qué es lo que he inventado. En segundo lugar supone que me interesa el dinero, cuando si así fuera me habría molestado en patentar mis creaciones anteriores. En tercer lugar (y esto es lo más grave y lo más estúpido) pretende engañarme.
–¿Por qué lo dice? —repitió Jamison, con la boca semiabierta y las cejas levantadas.
–Usted no acude en nombre del Registro de Patentes, sino a título personal. Es tan obvio... incluso su expresión de incredulidad es lo más ridículo que he visto nunca.
Jamison apuró su taza de té antes de contestar.  
–Usted supone que soy estúpido. En cambio, yo supongo que usted es inteligente. No albergaba la esperanza de engañarlo por mucho tiempo. Le pido disculpas.
–Muy bien, pero le recuerdo que no estoy haciendo suposiciones, sino afirmaciones. Y ahoga dígame, ¿qué es lo que pretende? ¿Para qué desea ver mis planos?
–En parte es por curiosidad. Mi padre fue maquinista. Siempre se quejaba de su trabajo: horas y horas guiando los carros por tablas de madera que se torcían o partían con frecuencia... Solía llevarse a mi madre porque era la única forma de que estuvieran juntos. Fui engendrado entre los caballos que se utilizan como fuerza de transporte. Por lo que dice en la carta, intuyo que usted podría mejorar eso, ¿verdad?
–¿Mejorarle a usted? Lo dudo mucho. En cuanto a los carros, tal vez podría mejorarlos. Y también podría equivocarse de plano, o de pleno. No sería la primera vez.
Jamison ignoró las ironías de su interlocutor y continuó hablando con tranquilidad.
–Me he apostado una semana de rondas cerveceras con uno de mis compañeros del registro. Él dice que usted es un majadero; yo digo que quizá sea un genio. Tal vez ha inventado de veras el globo, la lámpara de aceite, la hélice y la nueva y mejorada máquina de vapor. En tal caso, me gustaría saber por qué ha guardado esas maravillas… encerradas en su propia mente.  
–Es donde mejor están, a salvo de los políticos y de los curiosos.
–Señor, ¿no cree que es obligación de todos contribuir al progreso? Algunos solo aspiramos a pequeñas cosas. Pero usted, con su cabeza... podría hacernos avanzar diez años en el tiempo.
–Y entonces seríamos todos más viejos. No veo motivos para...
Clever iba a tomar un sorbo de té; una sucesión de estornudos se lo impidió. Un movimiento reflejo de su brazo provocó la caída de la taza, que se partió en numerosos fragmentos.
–Oh, maldita sea.
–No se preocupe.
Jamison se acuclilló, recogió con cuidado los trozos y los dejó encima de la mesa, ante la mirada indiferente del dueño de la mansión. 
–Gracias, pero no requiero de nuevos sirvientes.
–No soy su criado, pero puedo convertirme en su colaborador. Mi padre me enseñó mucho acerca de las máquinas. Si de verdad ha encontrado una forma de optimizar los carros, o algún otro medio de transporte, me encargaría de la aplicación de esas mejoras. ¿No le gustaría ver cómo su creatividad se convierte en la admiración de todo el imperio?
 
Clever se pasó el dedo índice por los labios durante unos segundos, mientras fijaba su vista en el cielo gris que amenazaba tormenta. Después entrecerró sus ojos afilados y escrutó el rostro de Jamison.            
–Así que pretende hacer un trato conmigo. ¿En qué condiciones?
–Repartiríamos los beneficios a partes iguales. Solo ha de prestarme los documentos en los que detalla su creación. Yo me encargo de todo lo demás. Por supuesto, usted figurará como el inventor en el Registro de Patentes.
Clever se levantó de pronto, con tanta brusquedad que tiró varios de los trozos que Jamison había recogido.      
–¿Qué clase de trato es ese? Yo le ofrezco mi inteligencia y usted, a cambio, su mano de obra. ¡Y pretende repartir las ganancias a partes iguales, como si valiera lo mismo la una que la otra!
–Las cifras son negociables.
–No me interesa. En ese acuerdo solo ganaría usted. Ahora márchese de mi casa y no vuelva nunca más.
A la semana siguiente, Matthew Clever vio por primera vez su nombre en una gaceta. The Sensationalist publicó un artículo protagonizado por “un demente que se considera autor de algunos de los inventos más importantes de las últimas décadas”. Como prueba se reproducía la última carta que el loco había enviado al Registro de Patentes. Ningún lord volvió a visitar a Clever y las hiedras siguieron campando en su mansión.

jueves, 18 de abril de 2013

Escritores freelance: ¿expansión o cautiverio de la creatividad?



Hoy quiero tratar el tema de los escritores freelance o por encargo (también llamados escritores negros, según el contexto). Son esos redactores que buscan, normalmente en internet, toda clase de oportunidades para ofrecer sus servicios profesionales y escribir los artículos que se les reclaman, por un precio acordado de antemano. Tal vez ya conozcáis algunas de las webs donde publican ofertas. Adjunto unas pocas a modo de ejemplo:  http://www.infolancer.net/ http://www.trabajofreelance.com/ http://www.twago.es/
 
Debes registrarte, crear un perfil que dé confianza al potencial cliente y pujar por las ofertas que más te interesen. Solicitan artículos de casi todas las temáticas imaginables. También existen otras webs donde se publican reseñas de libros o artículos y los autores reciben dinero en función de la respuesta del público, por lo general manifestada a través de los clics en la publicidad: http://es.shvoong.com/ (donde ya he publicado mi primera reseñahttp://suite101.net/ valgan como ejemplo. Hay que atenerse a las normas que te indiquen y a veces, antes de empezar a publicar, tienes que superar algún tipo de prueba de redacción.
 
Apenas estoy empezando a explorar este mundo, pero creo que está lleno de posibilidades. Sabéis que mi vocación es escribir, y que me gusta hacerlo con absoluta libertad, dejándome llevar por la imaginación. Pero en unos meses terminaré el máster sobre periodismo cultural que estoy realizando y debo buscar la manera de conseguir ingresos. No es una cuestión sencilla con la crisis general y la de los medios en particular. Ese es un tema que tal vez trate en próximas entradas. De hecho, ahora estamos preparando como actividad del máster unas jornadas que tratarán sobre el futuro del periodismo cultural. Se celebrarán los días 3 y 4 de junio en Barcelona, en una de las sedes de la Universidad Pompeu Fabra. Os dejo los enlaces a las webs donde iremos informando en los próximos días: http://futurocultura.wordpress.com/ https://www.facebook.com/FuturoPeriodismoCultural?ref=hl https://twitter.com/futurocultura
 
Volviendo al tema de la entrada, la escritura por encargo es una de las opciones que barajo actualmente, junto con la publicación de mi obra (dos novelas, dos libros de relatos y uno de poesía, aunque no todos han sido revisados aún) en Amazon. Para los más interesados en Amazon, os recomiendo que leáis mi reportaje al respecto: Escritores autopublicados en Amazon
 
Me siento capaz de escribir sobre ámbitos bastante variados (literatura, escritura, periodismo, cine, arte, política, deportes, ciencia, videojuegos…) Este blog es una buena muestra de la amplitud de mis intereses, aunque obviamente no se puede ser un experto en todo. Pero, entre especializarme en uno o dos temas o acercarme a muchos de ellos, mi curiosidad insaciable me empuja a lo segundo. Creo que en eso coincido con la mayoría de escritores y periodistas culturales, al margen del camino profesional que hayan podido labrarse.
 
¿Qué opináis del mundo de los escritores freelance? ¿Supone la muerte del autor creativo, o una oportunidad de garantizar su sustento mientras sigue experimentando con sus obras más personales? ¿Alguno de vosotros se ha adentrado ya en la redacción de artículos por encargo?

martes, 9 de abril de 2013

Mójate

La naturaleza también necesita esparcirse

o se tomará su venganza.

Quizá los parques no deberían hacerse

para el descanso de los hombres,

sino para el alivio de los árboles.

 

La vida reluce bajo la lluvia,

la celebra mientras nos refugiamos

en coches, bares, paraguas y vigas de acero.

 

Al habitante de la urbe le enceguece su propio ruido.

No le molestan los motores ni los taladros,

ni el fuerte olor de humo y alquitrán.

Pero la fina lluvia le horroriza.

 

Al ciudadano la vista no le alcanza

para captar todos los estímulos que recibe,

ni el olfato a determinar la procedencia de los aromas,

ni el oído a reconocer las voces que le rodean.

Mas aunque lo lograra, sería tan insuficiente…

 

La burbuja de las urbes palidece

ante las charcas del camino.

Y es tan pequeño el pie humano

bajo el ceño tenaz de la montaña.

 

La paz de la naturaleza es engañosa. 

Si hemos huida de ella es porque nos asusta

el tacto áspero del viento libre,

nuestro reflejo débil en las aguas del lago,

las piedras duras que sepultan

tacones y ropa de marca.

 

El hombre es el único animal que nada a contracorriente

y el único que tiene prisa.

A un pato nunca se le ocurriría.

lunes, 1 de abril de 2013

Juicio a un escritor

 
El blog ha superado las 50 000 páginas vistas. Estoy muy contento de que haya ido ganando visibilidad gracias a la paciencia y el interés de todos vosotros. Muchas gracias por leerme, por comentarme, por darme ideas y enseñarme mis equivocaciones. En las últimas semanas he frenado algo el ritmo de actualización, pero todavía me quedan muchas historias por contaros. Hoy publico Juicio a un escritor, el relato que da título y cierra mi libro de cuentos. Os recuerdo que podéis adquirirlo en formato ePUB y PDF por menos de un euro en la editorial digital Peopleebooks. Espero que os guste y que sigamos en contacto a través del blog. ¡Un abrazo a todos y gracias de nuevo!


Juicio a un escritor

Reconozco que, pese a haber tenido alguna pesadilla con ello, no esperaba que mi libro (y yo con él) acabásemos en el juzgado. Cuando comencé a escribirlo solo me preocupaba cumplir los plazos y dejar satisfecho al cliente. Me había pedido una trama sencilla: una mujer de treinta años, casada desde hace dos con un empresario de cincuenta, le es infiel con un joven que aún va al instituto. El marido los asesina a ambos de manera perfecta y precisa, por ejemplo atropellándolos con una excavadora, sin que jamás la policía averigüe su responsabilidad en el crimen. El empresario viaja después a las Bahamas para disfrutar de unas vacaciones y prosigue su vida sin el menor remordimiento y con un alivio inconfesable.
Desconozco si mi cliente, de unos cincuenta años de edad, pretendía cumplir en la ficción lo que resultaba impracticable en la realidad. Me exigió, en cualquier caso, que la novela estuviera terminada dos semanas más tarde, cuando regresaría de “un viaje de negocios”, prometiéndome cien mil euros si el resultado le convencía. Desde que abrí mi editorial “Su libro a la carta” nunca había recibido a alguien tan generoso. Lo habitual era que regateáramos el precio como en un mercadillo árabe y que al final la cuantía rondara los mil euros, en función sobre todo del número de páginas a redactar.

Las reglas son simples: firmamos un contrato que establece las líneas maestras del libro que el consumidor pretende que le escriba. También fijamos un plazo de entrega, el precio y la forma de pago. Yo me comprometo a lograr un cierto grado de verosimilitud y una redacción, si no literaria, al menos correcta. Si el cliente no queda conforme le ofrezco la devolución del dinero, en caso de que existan motivos fundamentados para su insatisfacción.

En varios meses no recibí ninguna queja. Todos los compradores habían abrazado y pagado mis productos, que en realidad les pertenecían y que no tenía el menor interés en conservar. Con este cliente, sin embargo, me acechan los problemas. Vestía una corbata gris, camisa blanca y chaqueta oscura (en todas las sesiones judiciales ha llevado ese mismo traje, como si quisiera retrotraerme al momento de la firma del contrato). Durante la negociación solo había incidido con ligero acento italiano en que el asesino (aunque él lo llamaba justiciero) quedara impune, y en la prontitud con que deseaba recibir el único ejemplar, justo a la vuelta de su viaje. Incluso me ofreció correr con los gastos de encuadernación. Me negué porque cien mil euros son muchos euros y no venía de unos pocos. La innecesaria pregunta que le formulé cuando ya todas las demás condiciones se habían concretado puede ser ahora mi perdición:

–¿Desea usted que los amantes mueran de algún modo particular?

Apartó la vista y respondió con tono indiferente, sin mirarme a la cara y encogiéndose de hombros:

– Que el justiciero los atropelle con una excavadora.

Su respuesta me sorprendió, pero interpreté que lo decía a modo de ejemplo. No insistió en absoluto; bien podían morir como consecuencia de un pistoletazo, de una puñalada o quizá al ser empujados por un enmascarado invisible en lo alto de la terraza donde se besaban con pasión. Incluí lo de la excavadora como mera curiosidad, pensando que ya lo solucionaría más adelante. Me apresuré a imprimir el papel con todos los datos y premisas. Lo leyó despacio, asintió y estampó su firma, que en nada recordaba a su nombre (Patricio Lamoretti). Me sonrió y me estrechó la mano casi sin fuerzas, como si deseara que sus dedos se escabulleran entre los míos. En cuanto se retiró cerré la oficina y corrí hasta mi domicilio, pues debía escribir doscientas páginas en quince días.
Me puse a ello con el entusiasmo que da saber que tu trabajo se va a traducir en cien mil euros. Inventé situaciones que exacerbaran la culpa de la mujer y la estupidez de su amante; describí escenarios que evidenciaran la honradez del marido y sus virtudes. Más que escritor, me sentía como un abogado que defendía al criminal por todos los medios. Cumplí con lo que se me había encargado, pero me resultaba difícil respetar el criterio de verosimilitud con un atropello excavadora mediante. Se trataba de una forma escandalosa y descerebrada de culminar una venganza tan razonable. ¿Cómo iba a escapar el asesino de la justicia, si los rastros eran tan ostentosos?

Llamé en repetidas ocasiones al número que Patricio Lamoretti me había dejado a regañadientes antes de marcharse. Quería explicarle que ese detalle perjudicaba la credibilidad de la historia. Quería preguntarle, en suma, si el atropello era un ingrediente imprescindible de la novela o si, como me había parecido, podía reemplazarse por una alternativa más sutil y elegante.

Nunca me contestó ni volví a oír su voz fuera de los juzgados. Tomé la decisión, que entonces no se me antojó demasiado arriesgada, de matar a la pareja de otro modo. Convertí al marido en un aficionado a las armas de fuego, le hice acariciar en un par de escenas un fusil de francotirador y finalmente le obligué a disparar dos veces, sendos aciertos en las cabezas de los amantes. Una vez resuelta esa complicación concluí la novela en poco tiempo. En cuanto al título, opté por “Cuando morir es lo justo”, que consideré apropiado a los sentimientos de simpatía o empatía que había atribuido a mi cliente con respecto al asesino.

Le entregué el libro a Lamoretti en la fecha prevista, encuadernado en piel. Advertí un curioso empeoramiento de su aspecto físico, como si en vez de cincuenta años aparentase cerca de sesenta. Su pelo corto parecía más gris y su expresión más arrugada. Agarró el volumen con impaciencia y se despidió enseguida.
Es muy fácil expresar un mal presentimiento después de que se haya cumplido, pero no miento al afirmar que me olí impuntualidades en el pago. Quizá al comprador se le había hundido un negocio y ya no creía que una novela personalizada valiera cien mil euros. Nunca imaginé, de todas formas, que en la teórica mañana del ingreso recibiría la comunicación de una denuncia por fraude. ¡Qué sinsentido! Lo único reprobable en mi texto es la justificación –o incluso el aplauso encubierto– de un crimen pasional. Pero el libro no pretende hacerse un hueco en las grandes editoriales ni ser leído por miles de personas a las que podría malear. Se trata de un pedido. Yo me limité a seguir las instrucciones del cliente, con el anecdótico desliz de cambiar una excavadora por un fusil de francotirador en beneficio de la verosimilitud de la trama.

No sé lo que decidirá el juez mañana. No solo me arriesgo a perder los cien mil euros; Lamoretti pretende recibir una cuantiosa compensación. Además, el caso ya ha sido engullido por las apisonadoras mediáticas y temo que el desprestigio me obligue a cerrar el negocio, incluso si la sentencia me favorece. ¿Cómo voy a sobrevivir entonces? ¿Tendré que volver a las penosas situaciones de mi juventud y arrastrarme por innumerables editoriales suplicando que lean mis textos?

He renunciado por completo a crear. No soy un escritor, sino un obrero que construye con letras los edificios de ficción de un arquitecto que le paga. ¿Qué mal existe en ello? ¿Tan importante es sustituir una excavadora por un fusil de francotirador? ¿Acaso no es la muerte igual de irreversible? ¿Acaso no son inofensivos los asesinatos de mis historias…?
 

lunes, 18 de marzo de 2013

Kosmopolis: más que literatura


El sábado pasado finalizó la última edición de Kosmopolis, el llamado festival de la literatura amplificada que se ha celebrado en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona. Nunca había podido acudir y me he quedado con ganas de más, ya que la concentración de eventos entre el jueves y el sábado fue tan intensa que daban ganas de desafiar las leyes de la física para intentar personarse en dos o tres lugares a la vez. De física, de astronomía y de biología se ha hablado en Kosmopolis en un acertado empeño en relacionarlas con la literatura. Ciencia y arte son los mayores logros siempre inacabados del ser humano, con los que recuperamos la fe en que la inteligencia que hemos adquirido a lo largo de los últimos miles de años no ha sido una lamentable conjunción de genes.
 
No hablaré de las charlas sobre ciencia porque no he podido asistir a ellas (a ver si saco tiempo para buscarlas en internet). Sí visité la recomendable exposición sobre Roberto Bolaño, que seguirá abierta hasta el 30 de junio. La vida del autor chileno, que por desgracia murió hace diez años, es un espejo muy válido para los jóvenes que sentimos pasión por la escritura. Se abrió camino a base de ganar concursos de provincias y ahora su obra ha sido traducida a decenas de idiomas, transformándose en un autor de buena pegada comercial sin perder nunca el carácter que lo convirtiera en un escritor de culto. La exposición está llena de manuscritos suyos, junto a otros documentos audiovisuales inspirados en sus libros.
El viernes por la noche estuve en el Poetry Gran Slamen el que diez poetas recitaron sus versos acompañándolos de una pequeña performance. Se oyeron vocablos en muchas lenguas, cada uno tenía su propio estilo, pero un mismo propósito alimentaba sus actuaciones: la reivindicación de la palabra y de la poesía como una manifestación cultural que no tiene por qué ser exclusiva de una minoría selecta. Y a fe que lo consiguieron, porque no solo congregaron un buen número de espectadores, sino que además lograron que se divirtieran e implicaran.
El Poetry Slam tiene sus propias reglas, entre ellas la de otorgar a cinco miembros del público la decisión de quién se convierte en el ganador. Como lo mejor es que lo veáis vosotros mismos os dejo un video de Dani Orviz, el campeón de Europa en esta especialidad y vencedor de la edición de Kosmopolis 2013:
 
 
El sábado por la tarde asistí a algunas de las sesiones del book camp, donde se abordaron asuntos como el futuro del libro digital, las trasformaciones del periodismo cultural, las estrategias transmedia para extender una narración en diferentes formatos, el papel de las revistas digitales, las formas de utilizar las redes sociales de forma creativa y sin caer en el autobombo… siempre moviéndose entre el presente y el futuro, tratando de anticipar tendencias y allanar los caminos de la innovación. Os dejo los enlaces de varias revistas literarias interesantes, ya que son los medios independientes, más flexibles y audaces, quienes tienen mayores posibilidades de romper la ortodoxia y recomendar (antes que promocionar) lecturas originales y alternativas.
 
En resumen, solo queda agradecer a Kosmopolis su apuesta por la literatura en su visión más amplia e integradora. Eventos así nos recuerdan que el mundo de los libros está conectado con la sociedad en su conjunto y que la cultura es un valor que trasciende lo económico, capaz de emocionar, transgredir, renovar y purificar. Hoy tanto como siempre, o quizá más que nunca.