domingo, 14 de diciembre de 2025

Una realidad inesperada

         

El sol se filtra a través de las persianas y pinta sorprendentes líneas de luz en mi estudio. De nuevo estoy sentado frente a mi máquina de escribir, cuyas teclas responden con fidelidad pese al desgaste de los años. Decido tomarme un pequeño descanso y voy a la cocina. Observo a mi mujer, que se está preparando un té cuyo aroma de menta se arremolina entre los muebles. Sus pensamientos son como hojas sueltas que yo recojo al viento: qué tal irá el día en el trabajo, planes para el fin de semana, un toque de nostalgia de la juventud.

No le digo nada y voy al salón principal. Mis hijos viven en sus propios mundos de plácidos conflictos. Cada risa y cada gesto es una partitura que se despliega ante mis ojos. Mi hija sueña con ser astronauta, al menos desde que vio un documental hace unos días. A mi hijo le fascinan la pintura y la música, y hoy danzan diversas melodías en su mente. 


Regreso a mi estudio y recuerdo la conversación de anoche con mi mejor amigo, más profunda de lo habitual: me habló de sus inquietudes sobre el futuro y sus deseos de cambiar el rumbo de su vida. Sus palabras todavía resuenan en mi cabeza mientras intento plasmarlas en el papel, como si fueron mis manos las que dieran forma a su destino.

Mi novela avanza y sus personajes cobran voluntad propia. Aunque se supone que conozco sus secretos y anhelos más profundos, sus tramas me sorprenden. A veces me da por figurar que, de algún modo, ellos también son conscientes de mi presencia.

A medida que la historia progresa, los conflictos se vuelven más intensos. Mis personajes luchan contra sus propios demonios, enfrentándose con valor a los desafíos que he dispuesto para ellos. La familia empieza a romperse. Los hijos crecen, el matrimonio entra en crisis y varios giros inesperados conducen a mis personajes por caminos desconocidos.

Se acerca el momento crucial. Lo he aguardado con expectación durante meses, pero ahora siento un vértigo que se aproxima al miedo. El destino final de mis personajes está en juego, y yo a duras penas logro sujetar el timón de su existencia.

En la última página, revelo la verdad. Retiro el papel de la máquina de escribir y penetro como un intruso en la ficción que he creado. He reunido en el salón a mi esposa, a mis hijos y a mi mejor amigo. Me cuesta mirarlos a los ojos cuando les hablo de su verdadera naturaleza. Pero al fin les explico su condición de personajes novelísticos, moldeados con mis palabras y mi imaginación.

La incredulidad es su esperable reacción. Mi esposa me mira como si yo hubiera perdido la cordura, incapaz de asumir que todo lo que le ha sucedido es una ficción. Mis hijos parpadean varias veces, sin saber qué decir. Mi mejor amigo, sin embargo, me sonríe de forma cómplice, como si hubiera intuido desde el principio las reglas del juego.

Pero las reglas han cambiado para siempre. El narrador es uno más dentro de la historia y, ahora que conocen la verdad, los personajes ya no son marionetas de mis ensueños. Un mundo de posibilidades se abre ante ellos. ¿Qué harán con su libertad recién descubierta? ¿Odiarán a su creador por haberlos manipulado?

Intento aplacar su comprensible enfado. Les prometo que nunca volveré a dirigir sus pasos. Les digo que, en el fondo, todos somos narradores de nuestras propias vidas. Que cada acción y elección crean nuevas historias, y que yo me he atrevido a entrar en su mundo despojándome de cualquier privilegio. La decisión sobre su futuro (y el mío) les corresponde a ellos. 

Con la revelación flotando todavía en el aire, las miradas se entrelazan en un silencio cuyo significado no alcanzo a discernir. Mi esposa lo rompe con voz nerviosa:

—¿Cómo sabemos que tus palabras son ciertas?

—Porque no volveré a tocar la máquina de escribir sin permiso. Y vosotros podréis usarla cuando gustéis. 

Mis hijos, ya dos adolescentes con su personal concepción del mundo, aceptan impulsados por la curiosidad. Mi amigo confirma su asentimiento con una ancha sonrisa. Y mi esposa, aún vacilante, concede al menos iniciar un periodo de prueba.

Nos enfrentamos al reto de escribir juntos nuestro futuro. Los próximos capítulos deben llevar su firma. Sin necesidad de preguntas, las ideas brotan de sus mentes como cosechas imprevistas. Mi esposa quiere explorar nuevas facetas de su personalidad. Ojalá en su destino guarde un papel para mí. A mis hijos les brillan los ojos cuando hablan de aventuras, viajes y amores que van mucho más lejos de lo que yo hubiera imaginado. Mi amigo también desea romper los límites de la trama establecida, aunque asegura que contará conmigo en su periplo.

Mientras descubro sus anhelos, soy consciente de que mi propia existencia se halla en una encrucijada. ¿Podré manejar la dualidad de ser creado, además de creador? Ello implica abandonar el control absoluto, aceptar mi papel como otro personaje que ha de integrarse en la complejidad del mundo. 



* Este cuento forma parte de mi libro Relatos con inteligencia (artificial)